La paz

Poema a la nieve de marzo

La paz es una nieve con pisadas de lobo,
la paz está en los árboles como pájaro intacto,
no se atreve a pisar las hectáreas del odio y vive en las pancartas de las muchachas nuevas.

Gracias a una gran guerra que se anuncia en el mundo,
diosa de collarones con ojivas insomnes,
gracias a esa gran guerra y un temblor de camellos que pasa el horizonte,
sabemos que la paz no es sólo una palabra,
que la paz es muy joven
y huérfana en el tiempo.

Estas generaciones con el alma tan rubia
han descubierto a tiempo la paz en grandes plazas,
la paz de las palomas que nievan rascacielos, la paz del hombre bueno a quien nadie ha nombrado.

Estandartes unánimes, cargados de intendencia, agitan por el mundo
el susto de la guerra
y por detrás se lee, caligrafía inocente,
la palabra del niño, del artista, del joven.

El mundo se ha llenado de pancartas nevadas
y marzo se ha llenado de flores sin aliento.

Hoy no tienen ramaje los almendros que miro,
la paz está en el aire
como una peste buena.

La paz,
loba de marzo,
bajorrelieve humano,
aúlla contra una guerra hecha de perdedores.
Cuánta nieve parada,
blanura detenida, acumuló el invierno para soltarla ahora.

Somos hijos y padres de encadenadas guerras,
pero siglos más tarde de que nevase marzo
aprendimos a solas que la paz es un pájaro,
que la paz es un barco,
que la paz es un niño con ojos legendarios.

Los lentos sacerdotes del petróleo han dicho su palabra sobre el caso,
y los viejos pastores de las ovejas negras del petróleo
dicen del hombre blanco que les miente.

Suenan cascabelones en el pecho de Gadafi
y los mártires del Golfo, suenan palabras secas,
los urgentes disparos de Bush
contra el Oriente que nos reza.

Las lenguaraces voces del petróleo no valen el gemir de una ministra,
Ana Palacio se equivoca
y todo porque sabe que miente o que es más débil.

El rey americano con su Stetson,
el muchacho español en andas de la Historia,
en Naciones Unidas tienen miedo de todo,
en Naciones Unidas, oficina y denuncia del poeta,
mueren palomas en los negociados,
palomas de la paz que creen en Dios.

Europa, vieja Europa, la gran puta que nos hiciera amar García Serrano,
sabe que esto es un póquer de intereses,
que una guerra conviene a todas partes,
que la guerra es progreso,
naipe vivo y le toca jugar al Occidente.

No sabían las nuevas mocedades
que este blancor y paz donde vivían
era la paz exacta de los solos.

He mirado en la plaza de Santa Ana,
los gatos perseguían a las palomas,
el gato es la otra cara de la paz,
es la siesta con sangre en el bigote.

Unos años de paz,
contad los muertos,
y el hallazgo, de pronto,
de la paz,
como la loba blanca del invierno.

Que se maten Sadam y sus Gadafis,
que dé un paso el Oriente de colmillos,
y desde el otro lado,
que se aproxime lírico Manhattan
y que se encuentren todos en la guerra.

Se la merecen por malditos
hombres,
pastores del petróleo,
o fatales suicidas de Mahoma.

La paz se apareció, como una Virgen,
a principios del siglo treinta y algo,
descubrieron los jóvenes,
despacio, que no todo era guerra bajo marzo.

Seremos el cadáver de la paz,
mas no mentidos por ninguna guerra.

La paz viene a la plaza de Santa Ana,
donde apenas crepitan los periódicos.

El gato y la paloma,
amor inútil, amor y destrucción,
ah poeta vivo.

Francisco Umbral, en EL MUNDO, 4/3/2003