Vicente Vallés-El Confidencial
- Igual que le ocurre a Podemos, si Vox no se hace oír no existe. El grito final tiende a ser siempre de los partidos que merodean los límites del espectro político, a derecha y a izquierda
El pasado mes de julio, Santiago Abascal fue declarado «persona non grata» en Ceuta con la abstención del PP. De inmediato, el brioso portavoz de Vox, Jorge Buxadé, comunicó a los españoles que su partido daba por rotas sus relaciones con los populares. Aquel episodio dejó en suspense la esperanza de vida de varios gobiernos autonómicos y municipales del PP que dependen de los arrebatos propios de un partido tan propenso a las algarabías como Vox. Igual que le ocurre a Podemos, si Vox no se hace oír, no existe. El grito final tiende a ser siempre de los partidos que merodean los límites del espectro político, a derecha y a izquierda. Está en su naturaleza radical.
No se encontró entonces una traducción precisa en el diccionario Vox-español, español-Vox sobre el alcance práctico de tal ruptura. Y todavía hoy, meses después, cuesta establecerlo, porque el partido de la autodefinida derecha desacomplejada se ha enredado en una sucesión de decisiones espasmódicas y contradictorias: no apoya los presupuestos de la coalición PP-Ciudadanos de Andalucía, se resiste a aprobar los de una coalición similar en el Ayuntamiento de Madrid, pero sí pacta los de Isabel Díaz Ayuso. La aparente demostración de solidez de Vox en Andalucía se licúa en la Comunidad de Madrid al conformarse con que la palabra ‘menas’ —obsesión patológica del partido— aparezca residualmente en un documento, y solo como el compromiso de Ayuso de hacer una auditoria. Miguitas.
Pero la tramoya de Vox ha quedado expuesta al público con el sincero reconocimiento realizado por su lideresa regional, Rocío Monasterio: «Que la izquierda pierda toda esperanza de entrar en Madrid». Cambiemos Madrid —Puerta del Sol— por España —Palacio de la Moncloa— y tendremos delante la realidad de este partido: su capacidad para condicionar al PP tiene un techo muy bajo, porque ningún votante de Vox entendería que se bloquease al PP hasta el punto de facilitar un gobierno de la izquierda. Por aclararlo con una expresión popular, a Vox se le va la fuerza por la boca.
Vox sostiene bien su posición en las encuestas. Sin embargo, a medio plazo corre el riesgo de consolidarse como un partido preso de sí mismo
Pablo Casado se percató de esa circunstancia hace poco más de un año, cuando Santiago Abascal tuvo la idea peregrina de presentar una moción de censura contra Pedro Sánchez que resultó inútil, porque no podía resultar de otra manera. Pretendía Vox poner al PP entre la espada y la pared. Fue entonces cuando Casado se plantó ante Abascal y quiso romper la foto de Colón. «No somos como usted, porque no queremos ser como usted», dijo Casado mirando a la cara al líder de Vox. Y remató su discurso con un contundente «¡hasta aquí hemos llegado!». El pasado mes de febrero, Abascal amagó con presentar una segunda moción, pero no ha debido tener tiempo de prepararla, de momento. De hecho, ya quedó en el olvido la primera. De igual manera, cuesta recordar que Podemos presentó otra a Rajoy hace cuatro años. Ambas resultaron igual de eficaces.
A pesar de estos devaneos, Vox sostiene bien su posición en las encuestas. Sin embargo, a medio plazo corre el riesgo de consolidarse como un partido preso de sí mismo, porque no puede sustituir al Partido Popular como fuerza clave de la derecha, ni puede negarse a facilitar los gobiernos del PP, a riesgo de que gobierne la izquierda. Sus seguidores no se lo perdonarían. Al tiempo, el votante de Ciudadanos vuelve progresivamente al lugar del que salió, que muy mayoritariamente es el PP. Y los populares esperan que cuando llegue la hora de las urnas, su público, por motivos de puro pragmatismo político, entienda que más vale Casado en mano, que cien Abascales volando. Eso augura Rajoy a los populistas en su nuevo libro.
El líder popular ha optado por convertir el éxito de Ayuso —y, por tanto, del PP— en las elecciones de Madrid en una crisis para el partido
También profetiza el expresidente que el adolescente conflicto interno que protagonizan Casado y Ayuso terminará por resolverse, en aplicación de su legendaria estrategia de dejar que pase el tiempo cuando no se sabe qué hacer. Pero hasta el momento, el líder popular ha optado por convertir el éxito de Ayuso —y, por tanto, del PP— en las elecciones de Madrid en una crisis para el partido. En lugar de asumir esa victoria como propia, ha conseguido que parezca que le es ajena y hasta inconveniente.
La próxima oportunidad que Casado puede tener para hacer ver que una victoria del PP es una derrota de la dirección nacional del partido se podría dar en Andalucía en cuestión de pocos meses. Vox aspira a ser más determinante que ahora, mientras el presidente Juan Manuel Moreno está listo para recoger los restos del posible naufragio de Ciudadanos, como hizo Ayuso.
Si así fuera, y el PP consolida su poder en Andalucía después de hacerlo en Madrid, Pablo Casado tendrá un suelo más sólido desde el que impulsarse hacia la Moncloa, salvo que la derecha mantenga esa afición que le es tan propia de pelearse consigo misma.