Miquel Escudero-El Correo

Ver cada día el ‘infierno’ en las noticias de televisión, seguido del ‘cielo’ de la publicidad, produce sobresalto, pena y asco a la vez. Está siempre presente la barbarie de las matanzas; la crueldad y la brutalidad producen un sufrimiento sin cuento. Merece conocerse que se estima que más del 40% de la corrupción del comercio mundial se concentra en la industria del armamento y que, a gran escala, el tráfico de armas y el tráfico de drogas están interconectados. Asimismo, tenemos noticias de abusos de todo tipo, sobre personas a quienes se acosa y violenta. ¿Podemos hacer algo de provecho?

Por otro lado, hay paseíllos que dan por hecho la culpa de un investigado por la comisión de un delito, no importa que luego resulte declarado inocente. ¿Por qué se hace imposible reparar el daño infligido a su buen nombre? Se trata de una irresponsabilidad grave que alcanza a toda la sociedad y contrasta, de forma chirriante, con el automático calificativo de ‘presunto asesino’ que se depara a quien ha sido cogido in fraganti.

Hace ya tiempo que no soporto ver ni oír a los políticos que gobiernan desde Madrid y Barcelona. Ver sus muecas sonrientes, bobas y cínicas, oírles mentir de forma bellaca (entre aplausos de su claque) u oírles anunciar que lo volverán a hacer (derogar la Constitución y el Estatut y ejercer el control total de los catalanes) «ahora mejor», ha dicho Jordi Turull.

Unos delincuentes probados han dictado su propia impunidad: soplaron de las arcas públicas cientos de millones de euros que sirvieron para costear con esmero el proyecto secesionista y llenar los bolsillos de una oligarquía envalentonada de nuevo.