IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

He estado unos días en Barcelona. ¿Cómo va el ‘procés’? Pues he observado un ambiente más bien mustio y alicaído. Muy pocos lazos amarillos en las calles y muy escasas esteladas en los balcones. Además todas descoloridas y ajadas. Ninguna nueva, todas procedentes de los entusiasmos anteriores, hoy acallados. En su toma de posesión, el nuevo molt honorable dio la clave: «Tenemos que levantar la cabeza», lo cual supone que la tienen bajada. ¿Derrotados? No, qué va, al menos el discurso oficial se mantiene. El objetivo del nuevo Govern es un calco del anterior de Quim Torra y del anterior de Carles Puigdemont y del anterior de Artur Mas. Primero la amnistía y luego la independencia.

El triunfo electoral de los independentistas no ha cambiado nada la situación. Han necesitado tres meses para encontrar un punto de acuerdo, aunque sea inestable y colgado de hilvanes. Obviamente, no es un acuerdo entre catalanes, sino un acuerdo entre catalanes independentistas. Basta ver que el partido más votado, el PSC, está excluido. Como lo estuvieron en la toma de posesión todos los símbolos comunes: la bandera, la Constitución, las referencias al Rey… Lo cual no fue óbice para que el ministro Miquel Iceta estuviera presente, como si el desplante al Estado no fuera con él. Tampoco se siente interpelado el presidente Sánchez, empeñado en que veamos con normalidad lo que no es en absoluto normal. Los indultos que adelanta serán históricos, pues se concederán con todo el mundo en su contra.

Unos, porque consideran que no se los merecen al no arrepentirse e insistir en eso tan bonito de ‘ho tornarem a fer’. La Abogacía del Estado se puso de perfil, pero se cuidó mucho de apoyarlos. La Fiscalía se mostró claramente en contra y el Tribunal Supremo expuso ayer toda una batería de argumentos para negarlos. Incluso los propios beneficiarios se muestran contrarios. Ellos quieren más, siempre quieren más, hoy quieren la amnistía y consideran que los indultos son una afrenta. Nadie ve en los indultos unas poderosas razones de Estado, solo mezquinas conveniencias personales.

¿Entonces? La Cataluña oficial se mantiene en la ensoñación, en la realidad virtual que han construido y de la que no quieren apartarse. Y el Gobierno central mira, pero no ve. Oye, pero no escucha y siente, pero no padece. Él solo, frente a todos. Se preocupa en exclusiva de garantizar su supervivencia, sin reparar en el coste en el que incurrirá y en la herida que abrirá en el país entero. Ahora resulta que aplicar la ley, según Pedro Sánchez, constituye un acto de venganza, una cruel revancha contra el delincuente.

Y con tanto ruido seguimos sin dedicar un segundo a lo realmente importante. Ni se ha hablado de la deuda catalana en manos del Estado; ni del reparto de la deuda común que ha crecido exponencialmente con la pandemia; ni de pensiones; ni de reparto del ajuar, ni de la UE… Total, que todo sigue empantanado y enmarañado. Todo menos la economía, que se desliza poco a poco pero de forma constante por la triste pendiente que conduce a la irrelevancia.