Agustín Valladolid-Vospópuli
La pregunta hace tiempo que dejó de ser retórica, porque ya es evidente que en ella está la respuesta a los más graves problemas del país.
El riesgo es que “el miedo se instale, se cronifique y quiebre las perspectivas de futuro”. La reflexión es de Manuel Monereo, en su día politólogo de cabecera de Pablo Iglesias, histórico ideólogo del comunismo nacional y exdiputado de Unidas Podemos. “El futuro se ha convertido en un problema político y no hay un mando capaz para afrontarlo”. Así de contundente. Monereo va más allá. Considera que sin una alianza entre las principales fuerzas del Gobierno y la oposición no es factible diseñar “un plan de fondo para afrontar la que se nos viene encima”. ¡Horror! ¡Un rojo incontestable pidiendo un pacto PSOE-PP! ¿Pero no habíamos quedado en que eso era pecado?
Vamos con retraso. El miedo ya se ha instalado. Cada día que pasa la sensación de pesimismo y derrota se hace más y más pesada. No estamos como en marzo, sino mucho peor. Hemos perdido unos meses preciosos, no ya para contener el virus, sino para recuperar autoestima. El prestigio-país por los suelos. “Faltan -dice Monereo- políticos grandes; la clase política ha perdido calidad y cualidad. El Gobierno de coalición pactó un programa para un mundo que ya no existe (…). Ahora ya sólo pone medidas paliativas. Y la oposición carece de un proyecto alternativo. No hay un Estado estratega que defina el horizonte”. ¿Dónde hay que firmar?
No somos las víctimas inocentes de ninguna maldición bíblica. Ni tenemos el dudoso honor de ser el país de Europa que peor ha gestionado la pandemia por casualidad. No busquen más; sólo hay una explicación plausible para entender esta crisis cuadrangular, en expresión del profesor Rafael Jiménez Asensio (sanitaria, económica, social e institucional): “Por azares de la vida, tal vez tengamos la clase política más deficiente (o poco faltará) de la historia de la España liberal democrática (absolutismo y dictaduras al margen)”. Pero no profesor, no es por azares de la vida, como bien sabes.
No somos las víctimas inocentes de ninguna maldición bíblica, ni tenemos el dudoso honor de ser el país de Europa que peor ha gestionado la pandemia por casualidad
Las causas son variadas, pero tienen su origen en una legislación que fomenta el nepotismo en los partidos políticos y ahuyenta a los mejores, limita en estos la democracia interna y patrocina la opacidad; que promueve la vampirización de la política y acrecienta el miedo a tomar decisiones arriesgadas; que antepone las soluciones simplistas del populismo más ramplón al diagnóstico solvente que exige una sociedad compleja; que permite el asalto partidista de las estructuras básicas de la Administración Pública, debilitando la capacidad de respuesta del Estado en situaciones de crisis.
No siempre ha sido así. Hubo un tiempo en el que un líder no era un mero profesional del poder. El verdadero liderazgo es transversal, casi nunca de trinchera. “Faltan políticos grandes”, sí, y si los hubo en algún momento de nuestra historia reciente hay un batallón de ineptos, voluntarios de la nueva política, dispuestos a distorsionar su memoria. Simple autodefensa. Se trata de destruir a quien te puede poner en evidencia; pura mediocridad. A Felipe González, por ejemplo.
Les voy a contar un sucedido que tengo plenamente confirmado. En 1996 el PSOE perdió las elecciones por un raquítico 1,16 por ciento. Con un Partido Popular que se quedó en 156 diputados, y un Aznar peleado con la mitad del empresariado nacional, González recibió múltiples presiones para que los socialistas armaran un gobierno alternativo que cerrara de nuevo el paso al PP. La respuesta de líder socialista, tras los escándalos acumulados por el Gobierno del PSOE en su último mandato, fue siempre invariable: había llegado el momento de cambiar de ciclo; tocaba ventilar. Un líder es alguien que sitúa por delante el interés general, que analiza el contexto político, económico y social y toma las decisiones que más convienen al país.
Nula confianza en España
Volvamos a Monereo. Artículo en Cuarto Poder: “Los presupuestos no pueden ser un instrumento para resolver los problemas en el interior del Gobierno, sino la definición de una política a corto y medio plazo que se plantee en serio la colocación de España en la división del trabajo que se está imponiendo aceleradamente en la UE (…) y que construya futuro para las nuevas generaciones que ya han sufrido dos crisis consecutivas”. No hay problema. De eso, de construir futuro para las nuevas generaciones, ya se ocupa Pablo Iglesias.
Echamos al Rey, tuneamos el Valle de los Caídos y ponemos a Irene Montero, un suponer, al frente de la Real Academia de la Lengua para que le pegue un meneo inclusivo al diccionario y asunto ‘arreglao’. Las nuevas generaciones ya tienen con qué limpiarse los mocos. ¿Trabajo? Tampoco exageremos. No va a ser fácil colocar a todos con un 41 por ciento de paro juvenil (24 puntos por encima de la media europea). Pero contamos con las ayudas aprobadas por el Gobierno más progresista de la historia. Ah, que no es tan sencillo; que lo de gestionar es complicado. Desde luego debe serlo, porque desde que en mayo se aprobara el Ingreso Mínimo Vital (IMV), medida destinada a prevenir el riesgo de pobreza y de exclusión social, de las 750.000 solicitudes presentadas solo se han aprobado 80.000. Por poner un ejemplo. Otro: en los últimos seis años, España solo ha gastado el 34 por ciento de los más de 56.000 millones puestos a nuestra disposición en fondos estructurales.
Nos jugamos mucho, y por encima de todo que nuestros hijos y nietos no terminen siendo las generaciones más desgraciadas de la democracia
Lo apunté la semana pasada: en Bruselas están aterrados. No hay plan, no hay presupuestos, la confianza en España es nula; y menguando. El mayor temor es que a los 140.000 millones obtenidos en el reparto no se les dé el uso convenido, no sirvan para lo que deben servir: reformar para reconstruir, y no a la inversa. En Bruselas, y en medio mundo, dan pavor las consignas de esa izquierda populista cuya única propuesta es gastar y gastar como si no hubiera un mañana. Como si la deuda disparatada a la que nos conduciría esa política de limosna, incapaz de convertir las ayudas europeas en inversión de futuro, no fuera la respuesta más reaccionaria a la crisis.
Nos jugamos mucho, y por encima de todo que nuestros hijos y nietos no terminen siendo las generaciones más desgraciadas de la democracia. Porque a este paso, no solo tendrán que pagar las deudas que les dejemos, sino que además habrán de mantener con recursos limitados a unos padres y abuelos empobrecidos por la nefasta gestión de un puñado de aventureros de la política que sigue sin mirar más allá de sus ya de por sí cortas narices y entendederas. Hasta lo dice Monereo.
La postdata
A la presidenta de la Comunidad de Madrid le están sacudiendo hasta en el cielo de la boca. Tiene lógica, aunque no sea la más evidente, y no creo que sea necesario explicarlo. Incluso es comprensible que desde la derecha mediática más exquisita se le arree sin piedad. Cuestión de compensaciones. Llama no obstante la atención la unanimidad de la embestida. Ni un solo mérito se le reconoce a doña Isabel. Yo apunto uno: desde la visita de Pedro Sánchez a la Puerta del Sol, la responsabilidad de lo que ocurra con la pandemia en Madrid ya será cosa de dos. Qué tontería, dirán ustedes. O no.