La pérfida Albión

DAVID GISTAU, ABC 06/08/13

David Gistau
David Gistau

· A mí lo que de verdad me indigna es que Bildu organice un homenaje al asesino de Fernando Buesa y de su escolta. Eso me jode, no la verja.

Las ceremonias de apertura y de clausura de los Juegos de Londres estuvieron basadas en particularidades culturales británicas. Lo asombroso, al menos para muchos españoles de mi edad, es que todas ellas nos resultaron familiares, incluso propias. Evocaban las bandas musicales que hemos escuchado, las novelas que hemos leído, en definitiva, muchos de los cimientos de nuestra educación sentimental. Y también la asunción de ciertos valores políticos —los de la democracia liberal— que ahora constituyen una rutina fatigada, pero que en el invierno de 1940 identificaban a la única nación libre, resistente y decente que quedaba en Europa.

Algún castizo habrá dispuesto a decir que esto nos delata como consecuencias de una colonización mental. Tal vez. Pero el caso es que contribuye a que sea muy difícil sentirse agraviado por Inglaterra sólo porque un ministro de Exteriores aventa tal consigna. Esta reflexión no es contradictoria con la necesidad de responder a abusos como los referidos a la expansión ilegal del territorio, el lavado de dinero o los sufridos por los pesqueros. Pero, de repente, ha sido posible leer y escuchar unas cosas que destapan una enorme distancia generacional con intelectuales que parecen haberse quedado encasquillados en el gol de Zarra y la Pérfida Albión, cuando no en el rencor por Trafalgar o el pirata Drake. Admito que igual es mi temperatura patriótica la que funciona mal, que es culpa mía si el Peñón no me provoca ningún reflejo pavloviano relacionado con la honra. Pero llevo muchos años de profesión procurando hacerme una idea de mi propio país mediante conversaciones con personas inteligentes. Y de Gibraltar jamás hablan. Es más, se podría colegir que, estas décadas, donde se ha sostenido la defensa de la democracia liberal española es antes en Hernani que en el Peñón, que no admite otra hostilidad que la satírica de La Codorniz. En lo que concierne a este nuevo arreón, el Gobierno sabrá qué lo impele a crear expectativas que no se pueden cumplir, a empezar peleas políticas que sólo se pueden perder.

Como siempre en estos casos, la analogía con Malvinas es inevitable. La acepción kirchnerista del peronismo también agita las islas de vez en cuando. No sólo para obtener cohesiones enardecidas en función de la necesidad, sino también porque hubo un intento de dar a esa vindicación una vigencia democrática que impidiera que se enquistara en el recuerdo como la «guerra de los milicos». En Argentina, la causa de Malvinas es transversal y está más viva en la sociedad. Pero esto ocurre precisamente por la guerra, aún reciente, que encima se perdió. Por la gigantesca carga emocional de los muertos, que impide olvidarse de las islas sin sentir que se traiciona a los que cayeron. Por los veteranos con los que nadie sabe qué hacer y por la derrota provocada por la aventura de un régimen terminal que, por última vez, llenó la Plaza de Mayo de banderas que eran coartadas.

Afortunadamente, los españoles contemporáneos no tienen una conexión tan trágica con Gibraltar. Porque su memoria de la sangre recién derramada conduce a otro ámbito en el que ni siquiera existen enemigos exteriores. Perdonen si a mí lo que de verdad me indigna, lo que me hace percibir un agravio intolerable, es que Bildu, pese a su disfraz institucional, organice un homenaje, entre otros, al asesino de Fernando Buesa y de su escolta. Eso me jode, no la verja ni el eterno naufragio de la Armada Invencible.

DAVID GISTAU, ABC 06/08/13