Ignacio Camacho-ABC
- Hay otro inventario de víctimas de la pandemia que tampoco hará el Gobierno. El de los negocios que no han reabierto
No son sólo los muertos. A medida que vas recuperando la geografía de tu ciudad a base de paseos te das cuenta de que hay otro inventario de víctimas de la pandemia que tampoco hará el Gobierno. El de las otras bajas del confinamiento, el de las persianas bajadas de los negocios que ya no van a abrir de nuevo. Cada recorrido por los barrios o por el centro te trae, como si fueran páginas de esquelas socioeconómicas, la noticia del pequeño tejido empresarial que se ha deshecho: franquicias de regalos, hamburgueserías, tabernas, restaurantes, tiendas de flores, de muebles o de teléfonos, pastelerías, cafés, incluso quioscos de prensa cuyo empaquetado metálico te clava una punzada por dentro. Es como si
retrocedieses una década hasta aquel paisaje urbano salpicado por el lúgubre goteo de letreros que certificaban la defunción de centenares de establecimientos. A veces entras con alivio en un bar conocido que al menos ha reabierto y en seguida notas que falta algún camarero de cuya suerte laboral -ERTE o despido- te informa con un amargo meneo de cabeza el dueño. Y la burbuja de los pisos turísticos, que ahora empiezan a ofrecerse en alquileres largos, pinchada en silencio; y los hoteles recién construidos donde un recepcionista se aburre entre bostezos; y los comercios tradicionales apuntillados tras la larga agonía de la resistencia al cambio de modelo. Otra vez la piedra de Sísifo de la crisis desmoronada en el suelo; otra vez esa sensación de memoria sentimental destruida, de recuerdos cotidianos arrasados como por un terremoto del tiempo.
Nadie se quedará atrás, dicen las autoridades, pero toda esa urdimbre comunitaria ya se ha quedado. Los subsidios, las transferencias de renta, las prestaciones sociales, los créditos, son apenas el colchón asistencial necesario para amortiguar a duras penas la tragedia civil del paro. Tardará mucho, sin embargo, en volver a florecer la trama medular del emprendimiento mediano, el de la clase media que insufla vida y pujanza a las ciudades desde el sector terciario. Detrás de cada cierre hay una o varias familias a las que el futuro se les ha venido abajo y muchas perderán la confianza, el ánimo, el músculo moral o simplemente las ganas de levantarlo. Toda esa gente siente ahora el peso de la derrota, el pesimismo del esfuerzo estéril, el sinsabor desalentado del fracaso. Y la cobertura subvencional podrá mitigar su desamparo pero no sirve para arrancar el motor parado de una economía de pequeña escala y enorme impacto. Esa estructura capilar autónoma y fragmentaria que se ha roto en miles de pedazos no la puede reconstruir el Estado, y menos cuando está dirigido por ideólogos dogmáticos que desprecian el valor social de los empresarios. Por eso hoy sabes que las persianas echadas de las calles son el retrato de una quiebra colectiva demasiado parecida a la que presenciaste hace diez años.