La pésima gestión de los populistas

ABC 27/08/16
EDITORIAL

· Madrid, La Coruña o Barcelona encarnan la ineptitud gestora de la extrema izquierda que gobierna sus consistorios con obsesiones ideológicas sectarias y despreciando el más elemental sentido de la gestión pública

LA crítica política de los grupos de oposición puede pecar, a veces, de exageración o desproporción, pero en el caso de los llamados ayuntamientos «del cambio», esa crítica es fiel reflejo de la realidad. Madrid, La Coruña o Barcelona encarnan la ineptitud gestora de la extrema izquierda que gobierna sus consistorios con obsesiones ideológicas sectarias y despreciando el más elemental sentido de la gestión pública. Por eso recurren a tapar sus vergüenzas políticas con cortinas de humo a cuenta de la Memoria Histórica, el independentismo, el laicismo anticristiano y hasta querellas contra sus predecesores. Pero no es esto lo que se espera de unos ayuntamientos que deberían emplear los impuestos que cobran para mantener limpias las calles, hacer cumplir las normas municipales, ordenar el tráfico y facilitar la vida cotidiana de los vecinos. Estos ayuntamientos de Podemos, Mareas y En Comú desvían el dinero público que reciben para convertir sus ciudades en parques temáticos de los tópicos más rancios de la izquierda. Los manteros en Barcelona campan a sus anchas, tanto como los okupas amparados por Ada Colau, que se desentiende de las ocupaciones ilegales mientras ella misma se promociona desde la alcaldía para ambiciones mayores. Madrid se ha convertido en sinónimo de suciedad, mientras sus ediles de ultraizquierda siguen pensando que el ayuntamiento de la capital de España es poco más que una asamblea de barrio donde jugar a cambiar la Historia cambiando nombres de calles, entre alardes de ignorancia sobre quiénes fueron unos y otros. La Coruña resume los vicios de los dos equipos municipales de las dos grandes ciudades españoles, con sus pulsiones antitaurinas y su incompetencia gestora.

El nuevo gobierno central tendrá que empezar a preocuparse de la Marca España no más allá de nuestras fronteras, sino dentro de ellas, porque no se trata sólo de mejorar la calidad de nuestro turismo urbano extranjero –muy masivo, sí, pero manifiestamente mejorable– sino de proyectar una imagen acorde con las aspiraciones internacionales de nuestro país. Sin embargo, no hay que llegar tan lejos para exigir un punto final inmediato a esta forma de maltratar nuestras ciudades más representativas, que está implicando, no lo olvidemos, un empleo torpe e ineficiente del dinero recaudado a los contribuyentes. Mejor limpiar las calles que cambiar sus nombres por revancha. Mejor proteger el comercio legal que arrinconarlo con «manteros». Mejor aprovechar bien los medios de las policías locales que experimentar con ellas. Un desastre municipal que debería avergonzar al PSOE por seguir apoyando a quienes lo están perpetrando.