IGNACIO CAMACHO – ABC – 12/12/15
· Ni Iglesias tiene pinta de presidente, según Sánchez, ni Kichi o Colau de alcaldes… y lo son con los votos del PSOE.
Que Pablo Iglesias no tiene pinta de candidato a la Presidencia, ha dicho Pedro Sánchez en un día que estaba flojo de ocurrencias, perezoso de ingenio. Y tiene razón, hablando en estrictos términos protocolarios y convencionales, porque el líder de Podemos cultiva adrede un aspecto insurgente, marginal, de outsider, un icono de ruptura a lo José Mújica o Evo Morales. El lenguaje no verbal de la política sugiere que un dirigente con proyección institucional debe vestir al menos con zapatos de tafilete y americana, como Tsipras; hasta Maduro, tan amante del chándal bolivariano, se alicata en un traje cuando ejerce la solemnidad del cargo.
En ese sentido, el look de Iglesias encarna más bien el espíritu callejero del 15-M, un movimiento de rebeldía asamblearia que quería entrar en el Congreso para asaltarlo; su impostada moderación táctica, tan leninista –don Vladimiro se ponía abrigo burgués y corbata–, se ha detenido justo en la fachada indumentaria, que le interesa conservar como un emblema de contestación alternativa. Pero todo esto no dejan de ser lucubraciones de asesoría de imagen, de marketing electoral, que se vuelven irrelevantes a la hora de la verdad, es decir, del poder. Porque tampoco Ada Colau y el Kichi de Cádiz tenían pinta de alcaldes y sin embargo lo fueron… con los votos del Partido Socialista.
El problema de Sánchez es que Pablemos, con su escasa pinta de presidenciable, se le está comiendo la merienda. Y el problema de muchos españoles a los que no les gusta Podemos es que no sólo temen, sino que saben que llegado el caso el PSOE –tal vez en ese momento ya con un liderazgo provisional– le entregaría a tan desaliñado personaje sus votos de investidura para que subiese los escalones de La Moncloa con sus zapatillas deportivas. La pinta es una cosa muy relativa. En el debate de la otra noche era obvio que Iglesias desentonaba a propósito de sus encorbatados rivales, hasta el punto de parecer un carpintero sudoroso que se hubiese demorado al instalar los atriles, pero en las encuestas hay cada vez más electores que han dejado de ver al candidato socialista, hombre atildado y de buena planta, aspecto de primer ministro. Y se le nota en que va haciendo una campaña a tumbos, de frases improvisadas por un gabinete de publicistas.
Todavía no ha encontrado el modo de desautorizar a Podemos como le corresponde hacerlo, con argumentos y con ideas propias de un centro-izquierda responsable y capaz de frenar la crecida de los radicales. En punto a apariencias, a compostura, a atrezzo, el único aspirante que tiene porte clásico de gobernante es Rajoy, que parece un retrato de prócer colgado en la pared de un palacio, y no está claro que eso le dé ventaja en esta atmósfera política desestructurada por el cansancio del sistema. Además de que por su poca afición a ir a los debates resulta difícil que se le vea la traza.