Ignacio Camacho-ABC

  • Si te molesta la mascarilla, piensa en la molestia de una garganta atravesada por el tubo de la traqueotomía

Mientras muchos millones de españoles han comenzado sus vacaciones con una mezcla de cautela y de miedo que les impide relajarse por completo, en los hospitales se han vuelto a abrir «plantas Covid» donde los médicos entran con los inquietantes EPIs, ahora por fortuna enteros, y en las UCIs ya hay un número significativo de enfermos. En algunas regiones las estadísticas empiezan a contabilizar muertos. Ahora ya no podemos decir, ni nosotros ni el Gobierno, que no tenemos información ni antecedentes para ignorar la existencia del riesgo. Pero a juzgar por su comportamiento, tanto el poder como una parte de la población parecen haber decidido que el problema no es lo bastante serio o en todo caso no va con ellos. Del Ejecutivo de Sánchez llama la atención el modo displicente con que ha dejado que las autonomías se las compongan por sus propios medios; de los ciudadanos sorprende el desprecio inconsciente que algunos, bastantes, demuestran tras la amarga experiencia del confinamiento para divertirse sin cuidado ni respeto, como si no hubiera un mañana que, en efecto, de seguir así las cosas podría no haberlo.

No somos, por desgracia, los únicos europeos en desdeñar la amenaza. Los ingleses, por ejemplo, se han lanzado en masa a las playas para compensar sus vacaciones canceladas en España, y en Berlín ha habido una enorme manifestación de gente cabreada porque las autoridades imponen medidas de contención sanitaria. Teorías de la conspiración, consignas antivacunas o estúpidas creencias libertarias se suman a un individualismo pancista que rechaza la autoprotección por incomodidad o por desconfianza. Sólo que al menos en otros países -tampoco todos, como hemos visto en Gran Bretaña- los dirigentes sí parecen otorgarle al peligro la importancia necesaria, quizá porque sus opiniones públicas resultan menos vulnerables al bombardeo de la propaganda.

Cada nuevo brote no sólo es un golpe a la salud colectiva, sino una palada de tierra en la sepultura de la economía. Cuando la segunda ola se nos eche encima volveremos a buscar culpables: los jóvenes que se van de movida, el Gobierno ausente, Ayuso y su cartilla, los temporeros agrícolas, los asintomáticos, los turistas, la imprudencia de las reuniones familiares, Don Simón y sus mentiras. Y todo será un poco cierto, pero ya no cabrán excusas unívocas por la sencilla razón de que esta vez existe una advertencia objetiva que como mínimo nos implica como sociedad en una responsabilidad compartida. Poco tiempo han durado las plantas Covid vacías. Allí, los profesionales se irritan cuando oyen la consabida queja sobre la molestia de llevar mascarilla. Para molestia, dicen, la de la respiración ahogada de la neumonía, la de los pacientes boca abajo durante días, la de las secuelas que el virus deja quizá de por vida, la del agujero en la garganta atravesada por el tubo de la traqueotomía.