Juan Carlos Girauta-ABC

  • Podríamos llenar varias páginas con los embustes del Gobierno y su mago Simón

Al estallar la peste se pusieron en marcha viejos y fatales mecanismos domésticos que se resumen en la negación de la realidad, su paulatino reconocimiento de mal grado y la consiguiente gestión a rastras de los acontecimientos.

La pandemia empezó cuando empezó: no cuando la declaró la OMS formalmente, sino unas cuantas semanas antes. Recuerdo cómo una representante española del organismo, en múltiples entrevistas televisivas, se aferraba a «la semántica» para justificar, creía ella, que a las cosas no se las llamara por su nombre. Justo cuando más urgente era practicar tan sana costumbre.

Como fuere, antes y después de las inexplicables (o quizá demasiado explicables) largas de la OMS, los primeros meses del año apocalíptico son los del avestruz.

Ave que solo desenterraría su cabecita después de celebrada la gran concentración del 8 de marzo. El Gobierno se aferró, sin sonrojo, a una increíble coincidencia entre el final del acto feminista y la aparición de una verdadera emergencia sanitaria en España. A tal fin, bastó con escamotear los dos días anteriores en la contabilidad de muertes y contagios. A la vista de todos, magia de proximidad.

Se afeó a la canciller alemana, una científica, la franqueza con que comunicó la enormidad del contagio que cabía esperar: entre el 60 y el 70 % de la población contraería el virus. Si lo hubiera dicho cualquier otro, no habrían tardado las avestruces en ridiculizarla y desautorizarla con la semántica, la gimnasia y la magnesia. Pero Merkel es mucha Merkel. El mazazo lo propinaba alguien que, por propios méritos, es símbolo de responsabilidad, rectitud, prudencia y firmeza.

Lo de aquí fue patético. Podríamos llenar varias páginas con los embustes del Gobierno y su mago Simón. Pero como quiero que esto sea irrefutable para cualquier ser pensante, escogeré solo dos que vienen con vitola: han sido reconocidos por los propios gestores gubernamentales.

Uno: se desaconsejó el uso de mascarillas, que es crucial, negando su utilidad preventiva, cuando el auténtico motivo era el desabastecimiento. Una circunstancia con culpables, dicho sea de paso, dada la respuesta del ministro de Sanidad a la OMS y la UE cuando ambas nos urgieron por tres veces a hacer acopio de material sanitario (el 3, el 11 y el 13 de febrero): «España tiene suficiente suministro de equipos personales de emergencia en este momento». Estábamos en pleno estado de alarma cuando Illa vio llegado el momento de comprar mascarillas a China. Los éxitos de aquellas y otras operaciones son de sobra conocidos.

Dos: se inventaron la existencia de un comité de expertos que asesoraba en las decisiones de cambios de fase y otras graves medidas. Antes de verse obligado a reconocer la inexistencia de dicho comité ante el Consejo de Transparencia, el Gobierno había afirmado: «Estamos siendo asesorados por expertos de una extraordinaria calidad desde el punto de vista científico y de compromiso de servicio público, y lo único que puedo hacer es reivindicar su profesionalidad y reconocer su compromiso». «[Para la desescalada seguiremos] marcadores recomendados por el comité científico que asesora al Gobierno» (Trolas de Sánchez). «Las comunidades transmiten sus propuestas, que después son evaluadas por el comité. Se celebra una reunión bilateral y se llega a un acuerdo» (Trola de Illa).

Siguen mintiendo en la siniestra contabilidad. Y sobre mentiras se gestiona mal. El mayor exceso de mortalidad de Europa durante la pandemia y las subsiguientes recomendaciones europeas que desaconsejan visitar España tienen un responsable: el Gobierno.