La política cansada

ABC 09/11/16
IGNACIO CAMACHO

· Una burócrata y un aventurero. Agotamiento contra oportunismo. El paradigma de la fatiga de materiales de la política

SI los europeos votásemos en las elecciones norteamericanas –y muchos piensan que deberíamos hacerlo a tenor de lo que nos afectan– ganaría siempre el candidato demócrata. Ni Reagan, ni los Bush ni por supuesto Trump tendrían la menor posibilidad a este lado del Atlántico, por más que el reciente auge de los populismos ofrezca inquietantes semejanzas en ambas orillas. Y esto es así porque la derecha en Europa es bastante más moderada que la estadounidense. Y aunque existe también una izquierda radical mucho más extremosa, en el viejo continente triunfa históricamente una política de centro orientada por un genérico paradigma de socialdemocracia conservadora.

Esa es la identidad ideológica dominante en el actual Partido Demócrata: una fuerza transversal en la que caben desde el centro-derecha hasta el sindicalismo, junto a las cada vez más decisivas minorías raciales. Liberal en el sentido progresista que esa palabra tiene en Estados Unidos, pero capaz de abarcar tendencias de amplio espectro como las que integran las mayorías sociales europeas. Los republicanos, el partido de Lincoln, se han ido refugiando en las grandes bolsas de voto blanco y del interior, una escora con fuerte énfasis de conservadurismo. Ese ha sido el punto más débil de la campaña de Trump, cuyo discurso xenófobo ha movilizado en su contra al influyente sufragio hispano. El candidato populista ha desafiado la evidencia contrastada de que las últimas grandes victorias republicanas se fraguaron gracias a la penetración en el voto latino.

La peculiaridad de esta elección presidencial consiste en que la irrupción de un liderazgo espontáneo ha roto el bipartidismo convencional. Trump no era en puridad el candidato de su partido, muchos de cuyos dirigentes templados se han distanciado con honestidad de su estruendoso rupturismo. Tampoco Clinton representaba sólo a los suyos; se ha convertido en la cabeza de una especie de coalición sistémica e institucional que no ha llegado a las urnas con un triunfo cantado debido a su dudosa empatía, su nulo carisma y su tirón escaso. Tanto el republicano Romney como el demócrata Biden se han debido de dar cabezazos por no haberse postulado ante unos respectivos rivales que no les habrían durado un asalto.

Es el signo universal de la política contemporánea, al que ni siquiera puede sustraerse la primera democracia del planeta: una mediocridad resignada, aburrida y abandonada de talento que sólo se inquieta, y sin mucha diligencia, ante ciertas apuestas aventureras aún peores. Un páramo de ideas y un desierto de proyectos y de soluciones. Una crisis de eficacia y de esperanza que provoca agotamiento social y siembra desaliento moral: el tapete idóneo para los tahúres. Una cansina fatiga de materiales que expulsa la excelencia hacia el ámbito privado y reduce el espacio público a un duelo entre vulgares burócratas y oportunistas audaces.