IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Nadie podrá negar a Arrimadas su valentía contra la opresión separatista… ni el egoísmo de su posterior estampida

Rara vez un político deja la política: es la política la que los deja y a menudo tardan en descubrirlo demasiado tiempo. Ya saben: el ‘mono’, el hormigueo de la abstinencia, el venenillo interno, la sensación de prescindibilidad y de melancolía que queda cuando apenas suena el teléfono y cuando suena resulta que es la pareja reclamando atención sobre algún asunto doméstico. Cuesta acostumbrarse a eso, aunque luego sobreviene un estado de lucidez crítica respecto a los antiguos compañeros, sobre todo si los responsables de la caída son ellos. Ni siquiera hace falta haber estado en el poder para sufrir ese síndrome solitario que afecta hasta al más modesto exconcejal forzado -normalmente por las urnas, en ocasiones por el propio partido- a abandonar su escaño y digerir el aterrizaje ingrato en la condición de simple ciudadano, en la rutina irrelevante de una existencia sin sobresaltos.

Esa amante infiel ha despedido ahora a Inés Arrimadas, un caso de sobrevaloración sólo comparable al de Albert Rivera aunque aún algo inferior al inexplicable prestigio de Yolanda Díaz. Nadie podrá negar su excelente oratoria, su mérito ni su valentía para enfrentarse en Cataluña a la opresión separatista, pero tampoco el escaso coraje de su estampida, el egoísmo de desentenderse de los votantes que la habían elegido tras la intentona golpista porque confiaban más en ella que ella misma. Ganar unas elecciones y no dar la cara presentándose a la investidura fue, además de una decisión táctica equivocada, una asombrosa exhibición de amilanamiento que destruyó de un golpe toda su pujanza de candidata. Suyo fue el primer síntoma de esa desconcertante soltura de CS para decepcionar esperanzas en la creencia riverista, tan ambiciosa como falsa, de un destino llamado a gobernar España. En cierto modo es lógico que le haya correspondido echar la persiana tras una gestión sucesoria errática que la fallida moción de censura en Murcia dejó definitivamente descalabrada.

Su salida es el fin de ciclo de aquella ‘nueva política’ surgida del 15M como respuesta emocional a la crisis del bipartidismo sistémico. Los líderes emergentes de la pasada década eran tribunos huecos, espontáneos brillantes sin herederos capaces de continuar sus proyectos. Iglesias se ha refugiado en un `speaker corner´ mediático desde donde lanza soflamas a sus decrecientes adeptos mientras Podemos se diluye sin remedio. Rivera está en un bufete propio tras haber sido expulsado de otro por su poca generosidad en el esfuerzo. Arrimadas se lleva a cuestas el fracaso de su último empeño en mantener abierto un partido sin sitio y descompuesto por dentro. Ninguno supo manejar su `momentum´ porque carecían de pensamiento estratégico. Lo peor es que entre todos contribuyeron al éxito de otro oportunista de más vuelo, otro aventurero al que agrandaron por creerse más listos que él sin serlo.