Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

No se si acuerda, pero España preside este semestre la Unión Europea. ¿Podría decirme algún proyecto es marcha, citarme algún logro conseguido? ¿Sabe, por ejemplo, cuál es el estado actual de los fondos Next Gen que van a sacarnos de todos los atolladeros, cuántos millones se han recibido, cuántos han llegado a su destino y otros detalles como los empleos generados y las inversiones inducidas por ellas? ¿No? No sea tan humilde. Seguro que, al menos, recuerda esa decisión tan entrañable con la que, tras 37 años de pertenencia al club, el Gobierno se ha dado cuenta por fin de que sería muy ‘guay’ incorporar tres lenguas más al enorme acerbo cultural con el que se expresan las instituciones. Así que se ha dirigido una carta a sí mismo solicitando el cambio, nada menos que de los Tratados para ampliar las 24 lenguas actuales a 27, cifra que, curiosamente, coincide con el actual número de socios.

La idea es brillante. Conseguiríamos que un europarlamentario gallego se expresase en la lengua de Rosalía de Castro, fuese traducido primero al castellano y de ahí al euskera y al catalán para que lo entiendan los de Junts y los de Bildu. También podría traducirse directamente de una a las otras, pero creo que eso complica mucho el tema de las combinaciones. Podrá decirme que es mejor usar las lenguas para entenderse que para separarse, pero eso es consecuencia de que no ha entendido usted eso de la España plural.

Con el calendario institucional previsto, la presidencia española se nos complica bastante y parece que agotaremos el mandato entre dimes y diretes. Máxime si utilizamos el tiempo con problemas internos y particulares y nos olvidamos de los problemas reales a los que se enfrenta hoy Europa, que no son ni pocos, ni pequeños.

Otro problema interno que tiene que ser visto con incredulidad en Bruselas es ver como, mientras que el poder judicial se esmera e insiste en levantar la inmunidad de Puigdemont para poderlo traer a España y juzgarlo por sus delitos, el Poder Ejecutivo se afana en incorporarle al núcleo central de la siguiente legislatura. ¿En qué quedamos?, ¿es un prófugo de la Justicia o es un pilar del Estado?

El formidable alquimista que es Pedro Sánchez ha conseguido convencernos de que lo que antes era anormal ahora sea normal y todo ello sin mentiras, con simples e inocentes cambios de opinión. Nos dice que la Constitución es el marco en el que se realizan las conversaciones (¿cesiones?) para formar gobierno, pero a continuación mete dentro del marco a diputados que, en la aceptación de su cargo, utilizan fórmulas que se ciscan en la Constitución o que directamente desprecian al Rey al negarse a ir a verle para explicitarle a quién apoyarán con su voto. Leen el Artículo 1º,3 de la Constitución, se fijan bien en que vivimos en un sistema parlamentario, gracias al cual pueden (y van a) formar Gobierno, pero olvidan eso de que estamos en una monarquía. Prometen cumplir y defender la Constitución, pero siempre dentro de unas consentidas y flexibles reglas de interpretación.

Mientras, corre el tiempo, la presidencia europea pasa y aquí seguimos entretenidos con nuestras particularidades y conveniencias. ¿Qué va a pasar con la excepción ibérica del gas? Ni idea. ¿Qué sucederá con el plan de consolidación de las cuentas públicas? Como diría el ínclito Patxi López, ¿’eso a usted que le importa’? ¿Qué pasará con el ajuste en frontera del CO2? Calma, ya veremos. Lo importante es cortejar al fugado para que cambie el taxi en el que se marchó, por el Falcon en el que, a este paso, volverá.

Comparado, la parábola del hijo pródigo va a ser una simple anécdota. Sin descuidar a los canarios, claro, por si en Waterloo se ponen muy farrucos.