FELIPE SAHAGÚN, EL MUNDO – 10/04/15
· Las tensiones crecientes entre EEUU y Venezuela y el espíritu de normalización diplomática con Cuba iniciado el pasado 17 de diciembre marcarán el encuentro que comienza hoy en Panamá.
La cumbre de Panamá, que prometía ser la primera cumbre de la unidad desde que Bill Clinton las puso en marcha en 1994, volverá a estar dominada, en la retórica al menos, por las dos visiones del continente que han ido consolidándose desde finales de los años noventa.
Es una división trasnochada y superada por los problemas de liderazgo en casi todos los países latinoamericanos, la crisis de las economías dependientes de la exportación de materias primas, el desplome de los precios del petróleo y la apuesta de Obama por la reconciliación con Cuba.
La presencia de Raúl Castro garantiza la unidad numérica que tanto reclamaron los latinoamericanos, pero el enfrentamiento creciente entre Venezuela y Estados Unidos ha enrarecido en las últimas semanas el tono del encuentro.
Con su presencia, casi (falta la OEA) se completa la integración gradual de Cuba en las principales organizaciones regionales: cofundadora de ALBA en 2004, Grupo de Río (2008), CELAC (2010-2011)…
La cumbre debería considerarse un éxito si se acuerda una declaración final (en las dos últimas no fue posible), si no falta ningún dirigente destacado, si Obama y Raúl Castro comparten foto y mesa de trabajo, y si los dos foros paralelos no revientan la reunión oficial.
Las seis cumbres de las Américas celebradas hasta hoy han sido cumbres de Estados Unidos y la de Panamá, hoy viernes y mañana sábado, lo habría sido más que nunca si el agujero negro venezolano no estuviera causando tantos estragos. La debilidad del dirigente venezolano, Nicolás Maduro, y su necesidad de atacar a Washington como chivo expiatorio de su desastrosa gestión, amenazan con ensombrecer la presencia del presidente cubano, Raúl Castro, y su prometida «interacción» con el presidente estadounidense.
La Administración Obama decidió en diciembre, tras años de contactos y 18 meses de negociaciones secretas con ayuda de Canadá y del Vaticano, normalizar las relaciones con Cuba para superar el aislamiento estadounidense en América Latina (clamoroso en las votaciones anuales de la Asamblea General contra el embargo) y para recuperar la influencia perdida en el hemisferio occidental, que China, Rusia y otros países están tratando de aprovechar.
La cumbre de Panamá, a la que, por vez primera, ha sido invitado el presidente cubano, será la primera oportunidad para comprobar si la decisión –histórica donde las haya– empieza a dar frutos. Sin las últimas sanciones contra Venezuela, tal vez.
«El gran tema de esta cumbre es Cuba», declaró hace unos días el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), José Miguel Insulza, que deja su cargo el 26 de mayo al uruguayo Luis Almagro. «Las puertas de la OEA están abiertas para Cuba», añadió. Suspendida tras la revolución, en 1962, Cuba no ha movido ficha aún para reintegrarse desde que se anuló su suspensión en 2009.
El inicio de la reconciliación entre EEUU y Cuba habría ensombrecido las numerosas y profundas diferencias entre muchos de los 35 asistentes a la cumbre si Obama no hubiera firmado el 9 de marzo una orden ejecutiva negando visados de entrada en EEUU y congelando las cuentas de siete altos funcionarios venezolanos acusados de corrupción y de violación de los derechos humanos.
Peor, por inorportunas, que las nuevas sanciones ha sido la justificación: describir a la Venezuela arruinada, polarizada y fragmentada como «una amenaza extraordinaria para la seguridad de Estados Unidos». Hasta Roberta Jackson, la responsable de asuntos latinoamericanos en el departamento de Estado y jefa de la delegación que negocia con Cuba, ha criticado y lamentado la expresión por exagerada y falsa. La propia Casa Blanca ha rectificado, pero el mal está hecho.
A Maduro, cada día más rehén de un puñado de militares, le faltó tiempo para reforzar sus poderes, reactivar su máquina de adjetivos antiimperialistas y movilizar a los dirigentes de Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Cuba, Argentina y Brasil para exigir en la cumbre el fin del unilateralismo estadounidense y de las sanciones.
En las negociaciones cubano-estadounidenses desde enero ha quedado meridianamente claro lo que esperan Washington y La Habana de la normalización. Falta por saber a qué están dispuestos a renunciar en el camino.
Las exigencias cubanas se resumen en el fin del bloqueo o embargo, la anulación de las sanciones y de las leyes (Torricelli, Helms-Burton…) que lo regulan, la recuperación de la base de Guantánamo, el fin de los programas subversivos estadounidenses, el cierre de las emisoras Martí, liberación de más presos, compensación por los daños causados, retirada de las listas negras del departamento de Estado sobre terrorismo y derechos humanos, y respeto escrupuloso de los convenios sobre relaciones diplomáticas (no injerencia, respeto de la soberanía…).
En la agenda estadounidense destacan la liberalización de las inversiones estadounidenses en la isla y el acceso de los cubanos a Internet, compensación por las nacionalizaciones, garantías para las inversiones y libertad de movimiento para sus diplomáticos. Los dos países limitan a pocas millas de las respectivas capitales, como en los peores momentos de la Guerra Fría, los movimientos de los diplomáticos acreditados.
Los disidentes y líderes de la oposición cubana que se han desplazado a Panamá para asistir al foro civil paralelo a la cumbre esperan gestos visibles de Obama en defensa de los derechos humanos, civiles y políticos dentro de Cuba, y no sólo en Venezuela.
Si Barack Obama y Raúl Castro desearan que la cumbre pase a la historia como un gran éxito, deberían anunciar en ella la reapertura de embajadas y otras medidas de reconciliación de acuerdo con sus declaraciones del 17 de diciembre a favor de la normalización diplomática entre ambos países. Improbable que lo hagan y, aunque lo hicieran, sería un compromiso amenazado en sus puntos principales por el veto del Senado.
Algún gesto en esa dirección, sin embargo, sorprendería de nuevo a los observadores y difuminaría las tensiones crecientes entre Washington y Caracas, que amenazan con enturbiar el debate entre los invitados al encuentro, oficialmente convocado para impulsar «la prosperidad con equidad» y la solución de los conflictos más importantes (Malvinas, negociaciones entre el Gobierno de Colombia y las FARC, reclamaciones marítimas de Bolivia a Chile…) desde el diálogo.
Salvo sorpresas, los centenares de periodistas acreditados tendrán que conformarse con bastante menos: el primer encuentro formal de Obama con Raúl Castro tras el saludo fugaz en los funerales de Mandela, la firma de un documento –Mandatos para la acción– para dinamizar las economías del continente, algunas de las más importantes en recesión, y la reafirmación de compromisos anteriores contra el narcotráfico, la pobreza, la desigualdad, la criminalidad rampante en muchos países, la corrupción, la inseguridad y la fragilidad de los sistemas fiscales, educativos y sanitarios latinoamericanos.
Felipe Sahagún es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.
FELIPE SAHAGÚN, EL MUNDO – 10/04/15