Alberto Ayala-El Correo
En una campaña como la actual para unas elecciones municipales, autonómicas –en varias comunidades, incluida Navarra– y forales –en el País Vasco– resulta aventurado determinar qué tipo de mensajes conviene lanzar al electorado, si de política nacional o de ámbito más local. Suele depender de las circunstancias de cada partido, de sus candidatos. Si estos gozan de prestigio parece aconsejable volcarse en lo local. Cuando no lo tienen o son desconocidos el recurso nacional se presenta como la mejor salida.
Ni Pedro Sánchez ni Alberto Núñez Feijóo han tenido demasiadas dudas. Ambos han elegido la confrontación nacional directa, con lo que los resultados del 28-M podrán leerse en clave española. Lo local y lo autonómico han quedado para barones autonómicos y alcaldes. Así el presidente se lanzó a vender los éxitos económicos, los buenos datos de empleo y las numerosas medidas sociales aprobadas por su Gobierno en favor de los más desfavorecidos. El mensaje de Feijóo, todavía más simple: «derogar el sanchismo».
Mediada la campaña Sánchez ha sufrido su primera derrota. ¿Culpable? La decisión de EH Bildu, uno de sus más fieles aliados de investidura pese a no haber cumplido con los mínimos éticos exigibles tras la derrota de ETA, de incluir en sus listas a 44 antiguos etarras, 7 con las manos manchadas de sangre. Covite destapó la afrenta ética. El PP decidió explotar el asunto, posiblemente para captar votos de Vox. Y ha logrado silenciar la campaña diseñada por el PSOE.
Por el camino toda clase de desmesuras. Si en 2005 Rajoy acusó a Zapatero de «traicionar a las víctimas», esta semana era el político gallego quien reprochaba a Sánchez «ser más generoso con los verdugos que con las víctimas». Otros aún han ido más lejos. La inefable Ayuso, reclamando una ilegalización de EH Bildu tan imposible como indeseable. El senador conservador Pello Rollán soltando sin rubor que la ley de vivienda de las izquierdas sienta sus cimientos «sobre las cenizas del (brutal) atentado de Hipercor». La política en la villa y corte sigue hundiéndose en la ciénaga.
Tras la rectificación de los siete candidatos de EH Bildu, sin duda táctica que no de fondo, ni la izquierda abertzale ni Sánchez parecen por la labor de alterar el rumbo. Los de Otegi ni han abjurado ni abjurarán, al tiempo, de los crímenes de ETA que jalearon durante décadas. Pese a que ello debiera impedir acuerdos de calado con los herederos de Batasuna, que sin dar ese paso jamás serán una fuerza como cualquier otra, jamás, Sánchez mantiene los puentes.
Si ello costará votos o no al PSOE, y cuántos, está por ver. Lo que parece improbable es que se los dé, de ahí los discursos de Page o Lambán. Pero si tras los comicios, Moncloa obliga al PSN a hacer alcalde de Pamplona al abertzale Asirón para que EH Bildu propicie con sus votos la reelección de Chivite esa sí podría ser una decisión con recorrido en próximas confrontaciones electorales. En el viejo reyno y puede que también lejos de él.