Feijóo lo había investido este lunes como el ‘presidente del Gobierno sin cartera’. Puigdemont ha querido hacer honor a tal distinción y se ha erigido en protagonista absoluto del disparatado, accidentado, manipulado macropleno que inauguraba la temporada. El Gobierno ha perdido el control del Parlamento. Sufre su primera gran derrota, sonora, humillante, tormentosa e incontrovertible. El forajido loco de Waterloo ejerce ya del Travolta de Cómo conquistar Hollywood: «Soy yo quien dice cómo están las cosas».
Los peoncillos de Sánchez, especialmente Cerdán y Bolaños, se quedaron sin resuello correteando por el pasillo del Senado (el Congreso está cerrado por obras y gracias de doña Francina) a la espera de las órdenes de Miriam Nogueras, la embajadora del prófugo en Madrit. El guionista de Junts es aficionado al suspense. Juega a mantener la tensión hasta el último minuto. Una fórmula algo pedestre, pero eficaz, de darse importancia. Así lo hizo cuando la conformación de la mesa de la Cámara, que no desveló el sentido de su voto hasta minutos antes de concretarse la elección. O en la investidura del líder socialista, que jugueteaba con si le cedería tan sólo tres escaños al postulante, para mostrar así un cierto desapego. Con el triple decretazo ha sido más cruel, hasta rozar el sadismo. El fin de semana era que ‘no’. De ahí las llamadas suplicantes de Bolaños a Gamarra y de Yolanda Díaz ¡a Semper!. Pero qué narices pinta Semper en todo esto. Ni siquiera es gallego.
Al servicio del Reino
La víspera de la sesión, sin embargo, cambió el viento, se improvisó una vía de salida en forma de un acuerdo transaccional sobre el castigo o no a las empresas que movieron su sede social cuando el golpe. Parecía una fórmula de encuentro, una especie de ‘ni para tí ni para mi’. Hasta que Nogueras, que desechó dos turnos de palabra para alimentar la angustia, le espetó a Bolaños el demoledor ultimátum: «Nuestros votos están al servicio de los ciudadanos de nuestro país y no del suyo, ni del Reino».
El Reino, sí. A la caverna del tres per cent le corroe una extraña obsesión, rayana en lo esquizoide, con la Corona. No le perdona aquel discurso que desbarató la asonada del 17. Nogueras, por ejemplo, en su encendido exordio, culpó al Rey por la gran espantada de empresas. Y luego, dueña de la situación (ante la mirada rencorosa de Rufián, ya un don nadie en la sala) imponía improvisadas condiciones para sacar más adelante la propuesta. O sea, barajar y empezar de nuevo. El método del guionista de Waterloo es recurrente. Cuando la investidura, Nogueras le dictó a Cerdán las palabras que Sánchez debía decir y las que no. Y así lo hizo el entonces postulante. Sin levantar la mirada, Sánchez leyó de corrido el papelito con las instrucciones y se retiró a su escaño cabizbajo y trasquilado pero con el voto puesto.
«Hagan los reales decretos con medidas sociales y sin trampas», regañaba a los ministros sanchistas la Roteneyer de la estelada, crecida ante los rostos de estupefación en la bancada del Ejecutivo, herida y despoblada
«Los tenemos mal acostumbrados», dijo la oradora, con un tonito entre altivo y condescendiente. Estaba disfrutando. Al igual que su jefe, Nogueras guarda un respetuoso desprecio hacia Sánchez y sus monaguillos. Este miércoles tocaba el desquite. Late en este nacionalismo, hijo de la convergencia pujolista, un espíritu entre provinciano y acomplejado, que cuando ve llegado el momento de la venganza, lo aprovecha hasta el fondo. Luego se arrepiente, como Artur Mas, que se encoge y por eso le echaron de la Generalitat. Pero ahora tienen a la Moncloa por el mango. Y así va a ser toda la Legislatura, dure lo que dure. «Hagan los reales decretos con medidas sociales y sin trampas», regañaba a los ministros sanchistas la Rotenmeyer de la estelada, crecida ante los ánimos encogidos en la bancada del Ejecutivo, herida y despoblada.
Fue una sesión larga y extraña, con voto equivocado (Pisarelo, ay que lelo, repetición forzosa, suspensiones, improvisados aplazamientos a la espera de la personación del gran narciso, que pretendía no dar la cara…) con un final entre sicalíptico y febril. Nadie escuchaba a los oradores declamar sobre las pensiones, el precio de la fruta, la subida del gas, los alquileres y demás metralla con la que Bolaños había sobrecargado el artefacto de los infumables decretos. «Los pensionistas nos miran y nos escuchan», exhortaba el triministro por ver de ablandar el corazón granítico de los separatistas. El inhóspito pasillo de la Cámara Alta (aquí no hay M-30) aparecía desbordado de periodistas a la espera del ‘sí’ de la niña que se hacía de rogar. Apenas alguien ocupaba su escaño. Apenas había curiosos en la tribuna de prensa. Llegó primero el ‘no’ de Podemos al bodrio laboral de Yolanda Díaz. Un capirotazo inmisericorde a la vicedós que le descolocó el peinado y le despintó la sonrisa. La venganza de Belarra ha sido cruel. «Así no se puede gobernar», confesaba desolada la hasta ahora vicepresidenta triunfante.
Vendrán más tironeos, más cambalaches y se concretarán más bofetones. Puigdemont manda, lo ha dejado claro
Luego emergió el sorpresón en forma del ‘no voto’ de Junts al decreto ómnibus -el de la amnistía- que salía adelante. Al tiempo, el empate fantasmal en el paquete anticrisis con repetición de escrutinio y, finalmente, también prueba superado. Por un escañito. ¿Qué ha conseguido Junts a cambio de su postrera absolución? Según su confesión, casi exhibición, no es poca sosa. El control de la inmigración, la publicación de las balanzas fiscales (España nos roba), la supresión de la cuestión prejudicial europea de la amnistía, el decreto para el retorno de empresas del espanto a Cataluña, los derechos históricos del régimen local, abono de todos los gastos por descuentos del transporte público y alguna otra menudencia de enorme calado y con repercusiones insospechadas que se le haya podido ocurrir a Puigdemont sobre la marcha.
Esta disparatada ceremonia, esta jornada de la infamia, será una constante en el tiempo venidero. Vendrán más tironeos, más cambalaches y se concretarán más bofetones. Será una legislatura infernal, resuellan los borregos de Ferraz, espantados con la que se viene encima. Puigdemont manda, lo ha dejado claro. El chantajista logra todo lo que pide. No hay freno ni muro para su ambición. El Satanás de la republiqueta ya ha empezado a mover el rabo. Sánchez sigue con la lira.