ABC-IGNACIO CAMACHO
La derecha no debe aceptar el discurso nihilista o antisistema cuando tiene la ocasión de disputar un tiempo extra
SI la derecha quiere ganar estas elecciones en vez de asistir al paseo triunfal de Sánchez, lo primero que tiene que hacer es verlas como una oportunidad, como un inesperado obsequio de última hora que el adversario le hace. El discurso nihilista, el del hartazgo de ir a votar, el del fracaso de las instituciones que requiere una abstención masiva como respuesta, es propio del populismo antisistema o de la decepción de una izquierda que teniendo el partido ganado se ha metido un gol en propia meta. El bloque liberal-conservador había sufrido en abril, por sus propios deméritos, una derrota severa y ahora se encuentra con un empate regalado que le ofrece en bandeja la posibilidad de disputar una prórroga, un tiempo extra. Ocasiones así entran pocas en docena.
Lo que resultaba inexplicable era el clamor de ciertos sectores sociales, como el empresariado, por la estabilidad y la pronta formación de un Gobierno cuyos objetivos y programa iban contra sus intereses directos. Para el país en general, y desde luego para ellos, sería desastrosa una legislatura en la que Podemos y el nacionalismo impusieran su influencia con o sin ministerios. Y esa alianza constituía la única salida viable del bloqueo porque el pacto del PSOE con Cs nunca pasó de ser una entelequia o un deseo sin la más mínima opción de éxito. Los partidarios de la moderación no pueden comprar el argumento antipolítico que culpa a todos por igual del atasco. En primer lugar porque la responsabilidad esencial incumbe a quien tenía la mayoría, por precaria que fuese, y la obligación de ejercer el liderazgo. En segundo término, porque un eventual acuerdo con los extremistas más sectarios comprometía la verdadera estabilidad del Estado. Y por último, porque existe una solución perfectamente constitucional para estos casos. Se llama repetición electoral y es un mal menor cuando no hay segunda vuelta y los mecanismos de representación fallan como en este caso. Un recurso del que conviene no abusar por riesgo de cansancio pero que sería exagerado calificar de trastorno democrático.
Claro que para que Sánchez no consume su estrategia expansionista es menester que la derecha se replantee a sí misma. En primavera cosechó los mismos votos que la izquierda pero sacó veinte escaños menos porque acudió a las urnas más dividida. Dado que la contumacia en ese error parece inevitable por empeño de su inmadura dirigencia, sus votantes deberán decidir si se guían por la cabeza o por las vísceras; ambas preferencias son legítimas pero una tiene cierta utilidad y la otra conduce a la melancolía. La equivocación será aún mayor si además afrontan el 10-N con mentalidad conformista o se abandonan al impulso de rechazo genérico contra la clase política. La primera vez que alguien se confunde puede deberse a torpeza o despiste; la segunda entra de lleno en el territorio de la cabezonería.