Hemos llegado a un punto de no retorno en el que la ciudadanía tiene la obligación de pronunciarse sobre si acepta el trágala o si debe mostrar su rechazo de una manera lo suficientemente contundente para que no quepan dudas. Esta gente que ahora nos gobierna “en funciones” constituye el mayor peligro para la convivencia democrática desde que un puñado de facciosos trataron de hacerse con el poder el 23 de febrero de 1981.
Entonces lo intentaron sobre la base de la recuperación de una supuesta vuelta al orden, evocadora del régimen dictatorial que tan bien los había tratado a ellos durante más de tres décadas. Ahora se está consumando una operación de mantenimiento de una clase política insaciable bajo el subterfugio de un autodenominado “gobierno progresista”. Salimos de aquel tirano implacable que fue Franco para llegar a esta especie de Perón deslenguado y falaz que trepó para quedarse. Lo que venga a partir de ahora apenas si depende de nosotros, meros accidentes del terreno, ni siquiera paisaje.
Conviene echar una mirada a dos personajes de muy distintas épocas pero instrumentos útiles para echar algo de luz sobre el oscuro presente. Uno es don Alejandro Lerroux, poco conocido hoy fuera del puñado de estudiosos. Fue un modelo político adorado por las multitudes, que llegó a la gloria como el radical progresista más deslenguado en una época de oradores postineros. La izquierda menestral y obrera lo convirtió en su líder, “Emperador del Paralelo” barcelonés, pero siempre tuvo la querencia de gobernar en conservador. Su particularidad más llamativa consistía en que sin ser un acaparador de corrupciones supo corromper todo lo que tocaba. Citarle hoy sería al tiempo viejuno y pecado nefando. Nadie admitiría reivindicarse lerruxista y sin embargo los modos y maneras de Jordi Pujol el Viejo o Pedro Sánchez el Joven, han calcado sus propósitos. Sólo el poder redime de los errores, de ahí que perderlo sea por principio equivocarte.
Fascinante en su desfachatez fue el príncipe Potemkin, amante dotado, guerrero vencedor de grandes batallas de alcoba, pero su gloria póstuma le vino gracias a su capacidad para embellecer las miserias sociales que provocaba Catalina II, la Grande. No había desplazamiento de la zarina que no estuviera sujeto a la capacidad de su valido para cubrir con trampantojos la pobreza de los súbditos. ¿Acaso no son trampantojos la labor de tantos Potemkins dedicados a la ingente tarea de hermosear al Poder? “Ni un día sin una buena noticia amañada, señor Presidente en funciones”.
Las malas no son otra cosa que la muestra del resentimiento de los que no comparten la gloria. Los esclavos felices han proliferado tanto que ya forman castas, como en las viejas civilizaciones
Con un fondo de Lerroux, don Alejandro, y unas benditas manos de los celebrados Potemkins, y quitándole toda la retórica al asunto, estamos viviendo algo que contado por lo llano parece una mala novela de política ficción. Dos partidos catalanes en franca decadencia, desinflados electoralmente por la misma sociedad que aún sufre el señuelo de la burbuja que ellos mismos denominaron “Procés”, reciben el soplo de un “Presidente en funciones”, capaz de insuflarles vida con tal de que le ayuden a seguir gracias a dos sumas de siete diputados. Este es el que podríamos llamar el “momento Lerroux”, comprar votos en especies. El “momento Potemkin” consiste en explicar que la compra se hace por el bien común y ciudadano y hasta abnegado de “desinflar el conflicto catalán”. ¡Y luego hay quienes dudan de la utilidad de la historia para los oficios marrulleros!
La construcción de una mayoría parlamentaria, cuanto más exigua más desvergonzada, tiene la ventaja de reducir el número de intermediarios; desaparecen los partidos y apenas dos o tres elegidos matarifes debe ocuparse de despiezar la res. En el PSOE, entre tres y cuatro; en Sumar, una y medio. El riesgo que corren puede ser letal. La sobreexposición de Yolanda Díaz, salga lo que salga, tendrá consecuencias, y la crisis sólo paliada por el eventual reparto de sinecuras amenaza con llevársela por delante. No aprendieron nada del ciclo de Podemos, de los cielos a la paguita de las redes.
La amalgama de Sumar, capitaneado por una influencer, ha alcanzado ese punto en el que la política da el salto a la provocación con grave riesgo de romperse el espinazo. Dejar a un incompetente político ya probado como Jaume Asens la temeraria propuesta de Amnistía es como contratar al pirómano para achicar los fuegos. Unos incendios que jalea impertérrito el equipo del “Presidente en funciones”. Los irresponsables tienden a contemplar cómo arde el bosque antes de que los devore también a ellos. Lo llaman la fascinación del fuego.
Los independentistas van a redactar la ley que les exime de toda responsabilidad y culpa a las víctimas del Procés de haberles provocado “con violencias”. Jaume Asens, un tipo que nadie acaba de entender por qué se dedicó a la política, de la que hubieron de retirarle, ahora reconvertido en jurista, es la prueba incontestable de que vivimos un momento nada histórico donde los “tontos de balcón” aspiran a dirigir el tráfico rodado (En provincias se llamaba “tonto de balcón” al chaval de familia bien y no muy lucido, al que sentaban en un sillón de la balconada para que se distrajera viendo pasar a la gente. Pido disculpas por explicar lo que anteayer era común).
Lo surreal, mejor sería llamarlo aberrante, es que el talento jurídico de Asens, se haya buscado a cinco penalistas domésticos (Nicolás García, de Castilla-La Mancha; Antoni Llabrés, de Baleares; Javier Mira, de Valencia; Guillermo Portillo, de Jaén y Rafael Rebollo, de Barcelona. Recuerden sus nombres porque pasado mañana no los reconocerán), jurisconsultos todos, aseguran, que proponen en un gesto de magnificencia jurídica “amnistiar” también a los policías del Estado enviados para proteger al Estado de los delincuentes. Esa entre otras gollerías. Lo avala la “vicepresidenta en funciones”. Una provocación sin paliativos que con su solo enunciado ofende a la razón e insulta a la mayoría de la población catalana que sufrió y sigue padeciendo la anomalía de una burbuja de libertades limitadas y de acosos reiterados, mientras los medios de comunicación locales, “El Movimiento Nacional”, ejerce el monopolio de la opinión y del discurso.
Esa basurilla que dejaron los sunamis reaccionarios en Cataluña está de enhorabuena. Como verdugos o como víctimas siempre tendrán un jurista o un tonto de balcón dispuestos a echar una mano a cualquier Alejandro Lerroux, hasta hacer de él un estadista de progreso. Luego, tras la huella de Potemkin, cubrirán con paisajes benevolentes una realidad inflamada.