ABC 17/03/15
IGNACIO CAMACHO
· Los candidatos se han vuelto yonkis de unas encuestas que amenazan distorsión por falta de precedentes comparativos
«…No está el mañana – ni el ayer –escrito» (Antonio Machado)
LA demoscopia es la única ciencia que permite equivocarse echándoles la culpa a otros. Quizá por eso está tan próxima de la política, que es el arte de encontrar responsabilidades ajenas para los errores propios. En épocas de insustancialidad ideológica los políticos se vuelven yonkis de las encuestas porque al carecer de capacidad prescriptiva viven colgados de los estudios de demanda. Aunque la democracia es un régimen de opinión pública, la jibarización del liderazgo ha extremado la dependencia de los sondeos: ayunos de ideas propias los dirigentes recurren a las técnicas de marketing para que les suministren dosis de programa y les destripen las vísceras ocultas de la sociología electoral. Así tenemos una política de mercado dominada por la banalización populista y orientada por vendedores de mensajes y chamanes de la sociología. No es un fenómeno nuevo; en Roma los augures y arúspices formaban colegios sacerdotales que influían en las grandes decisiones públicas. Julio César, que era un líder con determinación propia, decidió comprarlos para que galvanizasen a sus tropas pronosticando desenlaces favorables de las batallas. Más o menos como algunos partidos y medios de comunicación a los que siempre les cuadran los vaticinios con sus propios intereses.
En este ciclo electoral que comienza el domingo en Andalucía no sólo van a examinarse los candidatos. También unas encuestas deificadas por la ausencia de criterios de nuestra clase dirigente. Los sociólogos más sensatos se confiesan desorientados porque no cuentan con bases de trabajo capaces de procesar y precisar las consecuencias de la fragmentación del voto. La irrupción de los nuevos partidos los desconcierta; faltos de referencias comparativas temen que los métodos de proyección, ingredientes de la famosa cocina, estén distorsionados o no sirvan para medir la alta volatilidad del electorado. Se les ve algo perdidos, barruntando que en la voluntad expresa de las muestras de votantes haya encerrado algún gato que no maúlla. Y sus clientes empiezan a sospechar que la sacralización del populismo tal vez omita el tabú de que buena parte de la gente miente, disimula u oculta su verdadero estado de ánimo.