Ignacio Camacho-ABC

  • Cuando Sánchez afirma que los datos de Madrid son falsos significa que no son tan malos como le convendría

 

El contagio avanza de nuevo, pero va demasiado despacio para las necesidades de la campaña de Sánchez. Los gurús de la Moncloa han confiado al virus sus posibilidades de victoria: quieren llevar a Gabilondo hasta la Puerta del Sol a lomos de la cuarta ola, como si en vez de un catedrático de filosofía fuese un surfista de California, y para eso tienen que presentar a Madrid como la capital del Covid, el bebedero desmadrado de los borrachos de media Europa. El problema está en que las estadísticas no acompañan: la comunidad con mayor número de infectados en este fin de semana es Cataluña, a la que no conviene señalar por obvias razones pragmáticas, y se registran peligrosas alzas en autonomías que llevan mucho tiempo semicerradas. El Gobierno no acaba de descifrar el misterio de esa especie de liberalismo de terrazas con el que Ayuso le está plantando cara. Pero cuando la realidad no cuadra con la estrategia, se falsifica y santas pascuas. Hay que crear alarma.

Y nadie mejor que el presidente para ese relato fraudulento basado en lo que los trumpistas llamaban ‘hechos alternativos’. Lo que importa de los datos no es que sean ciertos sino que tengan la apariencia de precisos. A esa forma de mentir con naturalidad y hasta adornándose con detalles ficticios lo llama el colega Chapu Apaolaza ‘microsanchismos’. Un atributo de su personalidad que le brota con desenfado espontáneo, fluido, con la desenvoltura de un rasgo de estilo. Sólo él reúne el suficiente desparpajo para acusar a los demás -en este caso a la CAM- de manipular los datos y respaldar su propia acusación con números adulterados. No inexactos, ni incompletos: contrastadamente falsos, de una falsedad comprobable en cualquier análisis de los registros sanitarios. Le da igual: el propósito del mensaje es abrirse espacio en una opinión pública que en su mayoría no se va a molestar en verificarlo. La verdad en política se ha convertido en producto de saldo.

Cuando Sánchez afirma que las cifras de Madrid están trucadas, sin aportar ninguna prueba objetiva, significa que no tan malas como le convendría. Que están por debajo del cálculo que necesita para sustentar su campaña apocalíptica. Es verosímil que en todo el país la transmisión sea más alta de la que recogen los guarismos oficiales porque ya apenas hay cribado masivo, pero esa hipótesis no basta para focalizar el dramatismo con la intensidad que urge al Ejecutivo. La vacunación, por lenta que esté siendo, ha empezado a surtir cierto efecto y el rebrote previsto no cristaliza -por ahora, toquen madera- en un incremento exponencial de enfermos y muertos. Así que sólo la intoxicación pura y simple puede justificar un discurso truculento contra el modelo abierto que Ayuso ha implantado con sorprendente éxito. Planteadas en esos términos, las elecciones van a resultar un duelo entre la libertad y el miedo.