- Asistimos alarmados al avance imparable de la disgregación nacional a manos de una clase política tal alicorta como mediocre
Hay dos títulos en la extensa producción de José Ortega y Gasset que, debidamente acoplados, pueden servir para describir la actual ebullición de iniciativas políticas locales que proliferan en España, La redención de las provincias y La rebelión de las masas, dando lugar al encabezado de esta columna. Los síntomas del fracaso de los grandes partidos nacionales para desarrollar y encauzar el esperanzador proyecto plasmado en la vigente Constitución abundan ya de forma abrumadora. Nada menos que diecinueve partidos tienen presencia en el Congreso de los Diputados pulverizando la intención de los constituyentes de diseñar un sistema institucional y electoral que evitase la famosa “sopa de letras”. Tanto el espacio de centro-izquierda aglutinado en el PSOE de Felipe González como el de centro-derecha articulado en la etapa de José María Aznar, se han fragmentado apareciendo en sus respectivos flancos nuevas formaciones que dividen a su electorado y les debilitan parlamentariamente. Asimismo, el intento de cuajar una gran fuerza de centro liberal que actuase de bisagra constructiva desembarazado al Gobierno minoritario de turno de la dependencia de unos separatismos insaciables se ha hundido por la bisoñez y la falta de visión estratégica de sus líderes. El panorama, por tanto, se ha ido oscureciendo paulatinamente hasta desembocar en el horror presente en el que un Gobierno presidido por un insensato se mantiene en el poder a costa de la destrucción gradual de la Nación que debiera proteger de sus enemigos, a los que ha adoptado de manera suicida como socios preferentes.
Tras el éxito electoral de la agrupación “Teruel existe” se ha producido el lógico efecto emulación y ya está en marcha la idea de organizar una formidable constelación de opciones análogas
Existe, por otra parte, un doble fenómeno que es también un signo de estos tiempos de desgracia: el primero es la práctica desaparición del Partido Popular en Cataluña y en el País Vasco junto a la entrega con armas y bagajes del Partido Socialista a los independentistas en estas Comunidades con la consiguiente reacción defensiva de los sectores constitucionalistas así defraudados. El segundo consiste en la cristalización airada de un sentimiento de abandono en amplias capas sociales en las provincias menos pobladas de Aragón, las dos Castillas, Galicia y Andalucía. No pocos habitantes de Teruel, Huesca, Soria, León, Cuenca, Lugo, Orense y Jaén, por citar algunos ejemplos destacados – de hecho, el número de circunscripciones que componen la llamada “España vaciada” es treinta – consideran que su situación es de notoria inferioridad frente a las muy pobladas zonas costeras o a Madrid en términos de comunicaciones, digitalización, servicios e infraestructuras de todo tipo, lo que ha generado una sensación generalizada de agravio que exige una reparación. Numerosas plataformas, asociaciones, clubs de debate, fundaciones y entidades de diversa condición han ido canalizando hasta ahora este estado de ánimo, pero tras el éxito electoral de la agrupación “Teruel existe” se ha producido el lógico efecto emulación y ya está en marcha la idea de organizar una formidable constelación de opciones análogas en muchas de estas demarcaciones.
En provincias que aportan dos, tres, cuatro o cinco escaños al Congreso, la aparición de candidaturas autóctonas puede alterar significativamente el esquema hasta hoy operativo en casi todas ellas de reparto de la totalidad de la representación entre el PP y el PSOE. Cuál de las dos principales siglas saldrá más perjudicada está por ver, pero lo que sí es seguro es que, más allá de connotaciones ideológicas, los diputados de la España vaciada tendrán como eje de su acción la reclamación de inversiones y atención preferente a sus paisanos, Esta prioridad de carácter eminentemente práctico volcada en cosas tangibles dejará en un segundo plano su ubicación en la taxonomía clásica derecha-izquierda, lo que hará que se adhieran a la mayoría que mejor garantice la satisfacción de sus demandas.
En Cataluña, el Manifiesto Constitucionalista recientemente presentado en Madrid llama a la unión de todo el espectro no nacionalista en candidaturas compartidas que frenen la hegemonía de los golpistas
La situación en Cataluña y el País Vasco será muy diferente. Allí los nuevos partidos que emerjan, visto el desistimiento del PSOE, del PP y de Ciudadanos, vendrán inspirados por la necesidad de combatir a los nacionalismos separatistas y supremacistas que tratan a muchos de sus conciudadanos como extranjeros y les condenan a la sumisión o a la segregación. En Cataluña, el Manifiesto Constitucionalista recientemente presentado en Madrid por figuras destacadas de la resistencia contra el totalitarismo secesionista llama a la unión de todo el espectro no nacionalista en candidaturas compartidas que frenen la hegemonía de los golpistas en el Parlamento autonómico y en las corporaciones locales. Si esta confluencia como es previsible no tiene lugar, todo apunta a que sus impulsores concurrirán a las elecciones con una marca inédita. En el País Vasco se está gestando un empeño similar de tipo liberal-foralista que pronto verá la luz en los tres territorios históricos.
Mientras estos movimientos tienen lugar, la cúpula del PP sigue distraída con sus absurdas querellas internas y cayendo una vez más en el error de confiar en la entelequia denominada “catalanismo moderado”, que es algo equivalente a la “neumonía leve”, posibilidad siempre peor que la buena salud. En cualquier caso, asistimos alarmados al avance imparable de la disgregación nacional y al desfallecimiento progresivo de nuestro cuerpo histórico a manos de una clase política tal alicorta como mediocre que, por su venalidad, su incompetencia y su completa carencia de sentido de Estado, está malogrando el rico legado de la Transición. Sólo queda esperar que toquemos fondo y, si el daño no ha sido irreparable, reemprendamos el camino ascendente iniciado en 1978 que nunca debimos abandonar.