La reconquista del centro

EL CORREO 21/02/15
KEPA AULESTIA

· Ciudadanos es una opción en alza sometida a una competencia feroz, a un calendario electoral fatídico y a los peligros que encierra el halago sin compromiso

Las expectativas de voto que despierta Ciudadanos según algunas encuestas y las invectivas con que dirigentes del PP han comenzado esta semana a criticar al partido de Albert Rivera serían dos señales de que la cosa va en serio. Algo que solo se confirmará si se desatan las hostilidades entre Podemos y Ciudadanos, y esta formación se ve también obligada a poner a salvo las propuestas económicas y políticas que va desgranando frente al ‘todos contra todos’ que se anuncia ante los comicios locales y autonómicos del 24 de mayo, con previa cita en las andaluzas del 22 de marzo. Pero no hay datos demoscópicos suficientes para certificar una tendencia a la irremisible emergencia de Ciudadanos. Se ha instalado un estado de opinión anunciando el cambio de paradigma en la política española con el ascenso de dos referencias, Podemos y Ciudadanos, que encarnarían un nuevo eje vertebrador. Estamos asistiendo a una cotización especulativa de ‘futuros’ más que a la constatación de un corrimiento electoral a favor de Ciudadanos, gracias a que en el imaginario convencional cuadra perfectamente que a un Pablo Iglesias le dé la réplica un Albert Rivera como los dos polos de la nueva política.

Sabemos que en todas las encuestas recientes Ciudadanos ha superado a UPyD, y que se sitúa como cuarta fuerza –por delante de IU– en algunas de ellas. Sabemos que en la percepción social el partido de Rivera está razonablemente centrado en el eje izquierda-derecha. Sabemos que el parlamentario catalán merece una alta valoración en la opinión pública, a pesar del inexplicable olvido con que el CIS prescindió del líder de Ciudadanos y del de Podemos a la hora de establecer el cuadro de aceptación/rechazo de los actuales dirigentes políticos. Pero su fuerza parece más potencial que real, porque del mismo modo que puede verse favorecida por el clima de cambio que acapara la vida política y su proyección sobre los ciudadanos, la efervescencia del momento podría acabar frustrando sus mejores expectativas por puro ahogo.

Eso del centro son varias cosas a la vez. Es ante todo una inclinación social, es un programa de respuestas viables a los problemas del momento y es una actitud de entendimiento con los demás actores. Ciudadanos cuadra perfectamente en el esquema. Sus promotores saben que hay todavía una clase media necesitada de pautas de moderación, que reclama soluciones y que prefiere que la denuncia se exprese con rostro amable y de manera positiva. Desea que la política cambie sin que cambie ‘el régimen del 78’, por si acaso. Pero Albert Rivera ha osado instalarse en la parcela que todo el mundo ha desdeñado en los últimos años –el centro– y que ahora –precisamente porque ha aparecido Ciudadanos– atrae la codicia de todo el mundo. El centro estaba ya parcelado y repartido, y ni la vieja política ni la otra nueva de Podemos permitirán que lo rehaga así como así un catalán apellidado Rivera.

Esta semana Carlos Javier Floriano advirtió de que un extremeño como él puede ser un intérprete idóneo para pensar España desde Madrid, cosa que estaría vedada a cualquiera que pretenda hacerlo desde Cataluña. Ayer mismo la vicepresidenta Sáez de Santamaría confirmó que no tiene empacho en pronunciarse públicamente sobre cualquier partido político, exceptuando el PP, respecto al que guarda siempre un silencio reverencial apelando a sus obligaciones de Gobierno. La andanada a la salida del Consejo de Ministros al profesor Luis Garicano, reprochándole que hubiese abogado para que España pidiera el rescate frente a la providencial entereza de Mariano Rajoy, debiera de haber sido acompañada por la vicepresidenta con el listado completo de todas la personas informadas que, más en privado que en público, sugirieron eso mismo y lo hicieron llegar a La Moncloa. Pero así son las cosas. El gesto apático y hasta ausente del presidente Rajoy reivindica para sí una disposición más positiva que la que puedan garantizar los ‘cenizos’ que coinciden, ahora sonrientes, en Ciudadanos. Asoma el desquite implacable con el que el PP reclama su posesión sobre el centro, soslayando sus vergüenzas mediante el viejo truco del ataque cuerpo a cuerpo.

Pero sería un error limitar a la ‘política politiquera’ los peligros que corre Ciudadanos. Ejemplo, frente a la respiración contenida con que las demás formaciones responden a la pregunta sobre sus alternativas, Ciudadanos ha dado el paso generoso de avanzar algo de su programa en materia económica, fiscal y laboral. Pero no debería esperar reconocimiento alguno de una decena de iniciativas que tampoco son originales; que pueden ser, al mismo tiempo, contestadas y copiadas por sus contrincantes electorales. Todas ellas son propuestas que suenan a centro. Y de pronto el centro se ha convertido en objetivo prioritario de los demás gracias, también, a que nadie posee la patente.

El calendario electoral se presenta fatídico para Ciudadanos. Solo el desmoronamiento del PP y del PSOE podría dar alas a un vuelo ascendente que tendría que durar nada menos que nueve meses para alcanzar un resultado apreciable en las elecciones generales. Las andaluzas, primero, y las autonómicas y locales, después, pueden ofrecer una estampa hasta deprimente por mera incomparecencia. Las catalanas del 27 de septiembre subrayarán la catalanidad de Ciutadans en vísperas de afrontar las generales.

Demasiadas oportunidades para que los partidos tradicionales y Podemos –aun a pesar de Monedero– traten de desalojar a Ciudadanos de un espacio que consideran propio siquiera parcialmente. Aunque el mayor enemigo del partido que lidera Albert Rivera se encuentra en los pronósticos favorables que le invitan a bajar la guardia, a dejarse llevar por una corriente propicia, a confiar en la cotización especulativa de quienes no han invertido nada en sus opciones. Porque nada resulta más desconcertante que el halago general cuando al final del periplo esperan las circunscripciones provinciales y la ley D’Hont.