JUAN CARLOS VILORIA-EL CORREO
- La política no es el arte de detestar al otro. Eso ya inunda tertulias, Twitter.
La seudorreforma de la reforma del mercado laboral ha hecho aflorar un volcán de contradicciones, oportunismos, ficciones y postureos varios en la política nacional. A la expectativa del precio que estén dispuestos a cobrar los socios más radicales del Gobierno por apoyar in extremis un texto que se parece a la prometida derogación como un huevo a una castaña, la pelota está en el tejado del PP. Sánchez, que cuando se aferra a un tema (la renovación del CGPJ es el ejemplo más evidente) lo agota hasta que no da más leche, se dedica estos días a emplazar a la oposición para que apoye una reforma «de país». En eso coincide con los análisis de la Faes de Aznar, que recomienda a Casado apoyar un texto que en esencia no hace sino bendecir las claves de la liberalización de la negociación laboral que puso en pie la ministra de Rajoy Fátima Báñez. Es chocante que quien ejerce el poder pretenda que los aspirantes a desalojarle hagan un acto de generosidad y le ayuden a sacar adelante una legislación que ni siquiera ha negociado con ellos. Pero Sánchez, recordado por su «no es no, ¿qué parte del ‘no’ no ha entendido?» cuando Rajoy aspiraba a su abstención para evitar convocar nuevas elecciones, no conoce el sentido de la contradicción. Lo que no quita para que el PP de Casado tenga encima de la mesa un dilema importante.
Para resolverlo hay que partir de que en política no se deben tomar decisiones condicionadas por el resentimiento hacia el adversario, ni por la euforia ante los pronósticos sociométricos favorables. La acción política debe ser una hoja de cálculo sin emociones. Y si el PP decide votar en contra de esa seudorreforma que conserva lo sustancial de la política conservadora no puede liquidar el tema diciendo que «el PP no es la muleta de Pedro Sánchez» o parecidas ocurrencias del leve portavoz, poco convincente, de guardia. Están obligados a explicar con rigor y credibilidad los argumentos legales, económicos, laborales que les impiden dar el visto bueno a una legislación de la que van a depender millones de trabajadores, empresarios y autónomos.
La política no es el arte de detestar al otro. Eso ya se desborda en tertulias, Twitter, Instagram… Eso hay que dejarlo para el ejercicio de la política de las emociones, cada uno en su casa hablando contra la televisión, la radio o el ordenador. Como cuenta Jonas Jonasson en ‘Detestar al otro como oficio’. La posición que adopte el PP en la convalidación de la seudorreforma laboral es una decisión de calado táctico y político que tendrá consecuencias. Es fácil taparse con el burladero de una opinión pública que no quiere dar ‘ni media’ a un Sánchez que se ha ganado la inquina de medio país. Pero esto no es un asunto personal, son negocios.