FRANCISCO SOSA WAGNER-El Mundo

El autor subraya que las peores previsiones sobre los comicios al Parlamento Europeo no se han visto corroboradas del todo por la realidad, pero lamenta la fuerte irrupción de fuerzas extremistas y eurófobas.

EN LAS SEMANAS que han precedido a las elecciones celebradas ayer se ha realzado la importancia del Parlamento europeo para la vida de los ciudadanos. Es lástima que este esfuerzo informativo tenga algo de inusual porque, a lo largo de la legislatura, sólo muy parcialmente existe en los medios de comunicación un seguimiento cabal de los trabajos parlamentarios desarrollados en el Pleno y menos aún en las Comisiones.

Pero lo cierto es que al fin, de una manera didáctica, se han aireado las conquistas debidas al esfuerzo de los parlamentarios, unos políticos de quienes habitualmente lo único que se difunde son sus sueldos. Y así hemos sabido que bagatelas como la rebaja en el coste del teléfono, el cable único para los móviles, la defensa frente a las empresas tecnológicas, la vigilancia de las costas, la depuración de aguas, la prohibición de plásticos de un solo uso, las restricciones a las emisiones de los vehículos y un muy dilatado etcétera se debe a que los europarlamentarios han trabajado con la vista puesta en los intereses generales, los de un señor de Lugo o los de una vecina de Tallin (en la lejana Estonia). Todo ello sin contar con que otro importante órgano de la UE, el Tribunal de Justicia, ha limpiado el ordenamiento jurídico de impuestos como el céntimo sanitario o de las cláusulas suelo y otras extravagancias abusivas que han contribuido a saquear bolsillos agobiados.

Cierto es que se han vivido también en el hemiciclo europeo fracasos, como es no haber sabido o podido imponerse en el retraso en las inversiones en telecomunicaciones, la descoordinación en el trazado de las líneas ferroviarias, en la falta de armonización fiscal o en la crisis migratoria. Pero en conjunto el palmarés que se puede exhibir es apreciable.

Hoy, cuando ya está todo preparado para que velen las armas quienes han de ocupar sus escaños, procede otear el horizonte y advertir, de entre sus luces y sus guiños, cuáles son las grandes batallas venideras. Y para ello nada más expresivo que conocer la fortaleza pero también la debilidad de la UE, es decir, la trama mundial en la que ésta se encuentra como protagonista de un mundo quebradizo y atrapado en zozobras descomunales.

Es evidente que urge encerrar en su castillo –bien aherrojado– al fantasma del Reino Unido acabando con esa anomalía monstruosa que supone la presencia de sus diputados en Bruselas y buscando el acomodo de esa isla impertinente en el muestrario ya disponible de las relaciones exteriores de la UE. Aunque este asunto, manejado por políticos británicos que merecerían un castigo truculento extraído del Antiguo Testamento, es endemoniado, no debe hacernos olvidar que la UE ha sabido mantenerse unida en los últimos años en travesías tormentosas, por ejemplo en ésta del tratamiento de la chapuza británica. En gran medida, lo mismo puede decirse de las tensiones con Rusia, con EEUU y con China a la que – pese a esa Italia incorporada por su cuenta a la Ruta de la Seda– se ha negado la condición de economía de mercado en la OMC al tiempo que se han logrado establecer unas técnicas de supervisión de inversiones en Europa impensables hasta hace poco.

La necesidad de un mayor y más sostenido pulso es evidente. Para lograrlo preciso es recordar sucintamente el contexto en el que se van a desarrollar las relaciones exteriores de la UE. En él obligado es contar con un presidente impredecible como Trump, no olvidando además que, si la desgracia se presentara ante nosotros con su faz menos piadosa, puede ser elegido de nuevo. Por su parte, Rusia no desaprovecha ocasión para debilitar las instituciones europeas y lo hace con el desparpajo propio de su sistema autoritario; Irán, Turquía, Arabia Saudí se hallan enzarzadas entre ellas en un control del espacio regional de tal virulencia que nos puede llevar –a poco que nos descuidemos– a oír el retumbe de los tambores militares; África, el continente «primo» como se le llama en los documentos de la UE, tiene en su seno la fuerza explosiva de una natalidad desbordante y, en sus entrañas, riquezas en forma de materias primas que generan envidias en cadena y, con ellas, desequilibrios políticos que también pueden ir explosionando en cadena. India, en su nueva singladura política, Latinoamérica, el sudeste asiático… emiten otros tantos elocuentes mensajes de sobresaltos. Como ha escrito Hollande, habremos de asumir resignadamente que «Occidente ya no dicta su agenda al planeta» (así en su libro Leçons du pouvoir, Stock, 2018).

Pues bien, en él las instituciones europeas deberán hacer encaje de bolillos para que Europa siga ostentando un poder sólido pero también para que ese poder sea visto siempre como un faro de la democracia liberal y del Estado de derecho. Para ello es indispensable fijar la atención en algunos quehaceres, consciente como soy de dejar en la penumbra otros de importancia.

Aprobar un presupuesto que modifique sus recursos y aumente la contribución de los Estados para responder a necesidades imprevistas así como para comprometerse en programas ambiciosos referidos a la investigación y a la lucha contra el paro juvenil.

La continuación de los trabajos en el seno de la Organización Mundial del Comercio destinados a una reforma de la misma como medio para tejer una política comercial que destierre el uso de los derechos aduaneros sobre productos industriales como un arma pavorosa por descontrolada.

El terrorismo, la criminalidad y la garantía de la ciberseguridad ante las llamadas amenazas híbridas deben continuar siendo prioridades del correspondiente programa europeo ya en marcha pero que ha de cobrar renovados bríos.

La política marítima, en el marco del Crecimiento azul, donde se incluye la atención al Mediterráneo y la formulación de una estrategia referida a los océanos: pesca, biología marina, acuicultura, residuos, explotación energética y minera.

La inteligencia artificial para ir preparándonos para la llegada de un mundo de máquinas, tal como ha ocurrido en el pasado con ocasión de las grandes revoluciones. Preciso es profundizar en las relaciones entre la innovación social y la tecnológica siendo misión del Parlamento la de cuidar sobre todo los aspectos éticos y jurídicos de ese nuevo mundo que ya nos hace señales inquietantes. Y, en fin, la movilidad eléctrica que nos ha de proporcionar vehículos más limpios que limiten la contaminación.

INEVITABLEMENTE, Europa habrá de contar con su propio sistema de seguridad y defensa. Y habrá de combatir a aquellas formaciones políticas que impulsan la vuelta a la concha protectora de los viejos Estados como aquellos ciudadanos del siglo XIX, del Biedermeier centroeuropeo, refugiados en la intimidad del hogar para poner sordina a los ruidos perturbadores del exterior.

De igual forma conviene que la niebla de la economía o de la tecnología no nos haga olvidar la dimensión cultural de Europa pues desde que emerge en la Edad Media como civilización consciente es la cultura precisamente su fundamento básico. Europa debe cultivar esa grandeza, reconociéndose en una historia común y en un territorio compartido hermanando de algún modo su geografía y su historia.

¿Podrán seguir adelante todos estos proyectos e ideas conocido ya el resultado de las urnas? Cierto es que las peores previsiones no se han visto corroboradas del todo por la realidad pero no es buena noticia el aumento relevante del numero de diputados que van a hacer lo posible para obstaculizar las políticas de la UE, tal es el caso de los seguidores de Marine Le Pen y de Farage. Y la alternativa de Timmermans, candidato socialista a la Presidencia de la Comisión, de formar una alianza desde Macron a Tsipras se revela ya como una quimera. Populares, socialistas y liberales tendrán que seguir ejerciendo de columnas vertebrales de la UE si no queremos que todo se derrumbe y, en este sentido, los diputados españoles del PSOE, del PP y de Cs van a ser referentes en sus grupos. No obstante, la llegada de Junqueras y Puigdemont asegura serios e inmediatos dolores de cabeza.

Francisco Sosa Wagner es catedrático universitario y escritor. Ha sido parlamentario europeo.