SANTIAGO GONZÁLEZ-EL MUNDO

No se han producido cambios espectaculares sobre lo que auguraban los sondeos para la triple cita electoral de ayer: la caída del PP es notable, tanto como la victoria del PSOE, aunque los populares puedan encontrar consuelo en la mejora de los pésimos resultados que habían obtenido en las generales del 28-A. Parte de los votos que entonces prestaron a Vox ha vuelto a casa y Pablo Casado se afirma con la doble carambola en Madrid.

Tienen otros dos clavos ardiendo: la inequívoca victoria de Xavier García Albiol en Badalona y que Pablo Casado, o quien le suceda si sus compañeros le pasan al cobro la factura del declive del electoral del partido, seguirá siendo el líder de la oposición, una plaza que había puesto mucho interés en conquistar Albert Rivera.

No hubo sorpasso, pero Ciudadanos no suele recapitular sus fracasos. No lo hizo en las generales del 28-A, cuando la lista encabezada por la muy meritoria Inés Arrimadas, que había sido la cabeza de la lista más votada en las elecciones autonómicas de 2017. Quedó en quinto lugar encabezando la lista ciudadana a las legislativas por la circunscripción de Barcelona, la plaza fuerte de Tabarnia, el reducto de racionalidad frente a los del tractor.

Ha vuelto a pasar en las municipales. El candidato por el que apostaba Ciudadanos tenía un currículum inexpugnable. Manuel Valls había sido primer ministro de Francia y se ha visto relegado al cuarto lugar en la lucha por la alcaldía de Barcelona. Su fracaso no es tanto de Ciudadanos como de la sociedad barcelonesa, que es ampliable a la catalana y aun a toda España, donde se practica con minuciosidad el horror a la excelencia. ¿Y qué es la excelencia? Cualquier candidato razonablemente alfabetizado frente a esa yunta que forman Ernest Maragall, el alcaldable que ayer evocaba el Mayo del 68 e intuía que estaba empezando algo aunque no sabía bien el qué, y Ada Colau, un despropósito a lo largo y ancho de su mandato. Yunta a la que se ha sumado Jaume Collboni, el candidato socialista, que ha obtenido un excelente resultado.

La derrota popular solo es comparable a la espectacular caída de Podemos. Todo lo que le podía salir mal a Pablo Iglesias en estas elecciones le ha salido mal. En las batallas externas y en las internas. La pérdida por Las Mareas de los Ayuntamientos de La Coruña, Santiago y Ferrol. La derrota en la Comunidad de su improbable candidata Serra frente al zangolotino Errejón. Podemos de Aragón ha pagado el liderazgo (de alguna manera hay que llamarlo) de Pablo Echenique con la pérdida de 11 escaños. La capital, Zaragoza, es uno de los casos en que Y para una victoria neta, por muy incomprensible que resulte, del gran resultado que ha conseguido en Cádiz el singular Kichi, rondando la mayoría absoluta, no es de los suyos. Aquí hay un elemento para la reflexión: Cádiz es la provincia española que terminó el año 2018 con la tasa de paro más elevada de España, el 27,35%. Cuatro años en la lógica de Podemos es una estrategia curiosa para hacerse con el futuro.

El secreto de Iglesias, su as en la manga, viene a ser la necesidad del doctor Sánchez de su apoyo para la investidura en el Congreso y para las investiduras de sus barones en no demasiadas Comunidades Autónomas. Iglesias será ministro, que es lo menos que se puede ser con ese casoplón.