IGNACIO CAMACHO, ABC – 06/06/14
· La campaña republicana de la extrema izquierda no apunta tanto contra la Corona como contra el régimen constitucional.
La cuestión monárquica, un clásico histórico español, preocupaba antes de la abdicación de Don Juan Carlos a una enormidad de ciudadanos: el 0,2 por ciento según el CIS. Sin embargo sería un error atribuir en exclusiva el rebrote del debate republicanista a una izquierda radical sobredimensionada en los espacios de la opinión pública y empeñada en ganar la Guerra Civil con ochenta años de retraso. El prestigio de la Corona ha sufrido, a base de tropiezos de ejemplaridad, un desgaste tan evidente que ha resultado razón decisiva de la renuncia del Rey.
Y eso ha sucedido tras una etapa política, la del zapaterismo, en la que se produjo un claro intento de rescatar la legitimidad republicana frente al pacto de la Transición. Muchos jóvenes seducidos por la propaganda rupturista se sienten desvinculados del consenso constitucional y por si fuera poco hay en cierta derecha burguesa un viejo resabio antiborbónico. El pasado enseña lecciones recurrentes: desde la Guerra de la Independencia no ha habido manera de encadenar más de dos reinados consecutivos sin interrupciones. Hay que tenerle un respeto a nuestros fantasmas colectivos.
Por desgracia se trata de un debate prácticamente insoluble en el plano teórico que tiende a sustanciarse desde posiciones pasionales. La república no tiene ningún defecto de legitimidad y la monarquía constitucional remedia los suyos con un pacto de libertades. Ése fue el valor de la Transición: solucionar de manera pragmática un conflicto histórico. Exceptuando el Título II, la del 78 es una Constitución de corte republicano y casi federal. Por eso la actual campaña de la extrema izquierda no apunta tanto contra la Corona como contra el sistema político vigente, a sabiendas de que pocos elementos de cohesión tienen más fuerza que los símbolos.
Ése es el problema. Que de nuevo en España, como otras veces, la República se convierte en un arma arrojadiza cargada de metralla ideológica excluyente y dirigida contra las bases del Estado en un momento de debilidad de éste. Esa coalición de radicales e independentistas apunta directamente contra el régimen constitucional sin cortarse en exhibir rasgos revolucionarios, guillotina incluida, y lo hace subida en la ola de descontento social ante un sistema en colapso.
No va a triunfar porque no hay un vacío de poder tras la abdicación, pero su agitación propagandística –«monarquía o democracia»– tiene una vocación desestabilizadora que persistirá al menos en la fase inicial del reinado de Felipe VI. Para desactivarla hará falta otro acuerdo de convivencia que estabilice la nación, integre a las nuevas generaciones y devuelva a la marginalidad la tentación de ruptura. La hoja de ruta del futuro Rey no puede ser otra que la de actualizar la de su padre: demostrar que por encima de los dogmas ideológicos el debate que importa es el de soluciones contra problemas.
IGNACIO CAMACHO, ABC – 06/06/14