- El proyecto de EH Bildu tiene muchas opciones de continuar acumulando apoyos hasta desbancar al PNV. Pero acabará muriendo cuando intente imponer el euskera.
Buenas y malas noticias para comenzar el año. Probablemente, EH Bildu terminará muriendo. Pero, probablemente también, lo hará de éxito.
Morirá porque hay contradicciones sobre las que ni el jinete más hábil (pongamos, un Pedro Sánchez) puede cabalgar.
Pero hasta que eso suceda, su proyecto político tiene muchas opciones de continuar acumulando apoyos hasta desbancar al PNV.
Aunque, seguramente, todavía no en 2024.
EH Bildu, con Sortu como su núcleo duro y dirigente, puede ser, de manera indiscutible, la heredera de la Herri Batasuna de los años 80 y 90. Pero quien base su diagnóstico de lo que representa hoy EH Bildu en una fotografía de aquellas décadas se hallará hoy bastante perdido.
Es cierto que ambos, EH Bildu y Sortu, siguen sin condenar a ETA. Pero, en cambio, si se les interpela sobre el tema, recurren con desparpajo a fórmulas como «rechazar la violencia» o «mostrar su repulsa». Fórmulas, por cierto, que habrían sido impensables hace 20 años.
Es cierto también que Sortu todavía puede afirmar ante sus afiliados (en un fanzine de 2021 titulado Lehenik Herria) que «la elección en favor de la lucha hecha hace 60 años» [cuando ETA comenzó a atentar] «ha sido beneficiosa para Euskal Herria».
«Una mayoría creciente del electorado más joven no percibe ya a la izquierda aberzale como una amenaza para la convivencia»
Pero tales declaraciones, como el apoyo indisimulado a la impunidad penal de los acusados por terrorismo, no les impiden enfatizar solemnemente al mismo tiempo «su compromiso con la defensa de los derechos humanos de todas las personas».
Se me dirá que tales alardes de humanitarismo caen por su propio peso. Que todo un Arkaitz Rodríguez, secretario general de Sortu, declaró literalmente en 2019, en una entrevista para una televisión venezolana, que «nuestro movimiento pasó de emplear la lucha armada» a una «estrategia exclusivamente pacífica y democrática», reconociendo, por lo tanto, expresamente que «su movimiento» era el mismo que el de ETA.
Pero, por doloroso e injusto que resulte, más nos vale asumir que una mayoría creciente del electorado más joven (en toda España, y no sólo en el País Vasco y Navarra) no percibe ya a la izquierda aberzale como una amenaza para la convivencia, sino, por el contrario, como una formación que trabaja para extender y afianzar derechos sociales para todos.
En otras palabras. El blanqueamiento ha sido efectivo y es inverosímil que vaya a revertirse. Explicar las razones merecería un artículo propio.
Uno de los documentos internos más relevantes para comprender el estado actual del discurso de Bildu es la Ponencia política aprobada en su II Congreso, celebrado en 2021. En sus páginas no encontraremos rastro de la estrategia de «socializar el sufrimiento» de los años 90. Tan sólo una apuesta expresa en favor de «la polarización».
Tampoco encontraremos referencias a la revolución o al carácter preindoeuropeo del inconsciente colectivo matriarcal vasco, una milonga habitual hace un par de décadas. Ni siquiera exigencias de una «reunificación» con Navarra.
¿El nacionalismo radical vasco se ha vuelto, en consecuencia, postnacionalista?
En cierto modo, parece apuntar en esa dirección. Y, de hecho, se reclama sólo como «aberzale» (es decir, patriota, al modo de un Pablo Iglesias).
Invoca, además, una «ciudadanía universal» y declara como su objetivo «el bienestar de toda la ciudadanía, superando las exclusiones sociales y las situaciones de desigualdad, reconociendo que las necesidades básicas son derechos a garantizar».
Todo ello, por lo menos retóricamente, «respetando el pluralismo» y en el marco de una «República Vasca de Iguales» que se dotaría de tres marcos de decisión voluntariamente confederados y manteniendo cada uno toda la soberanía: la Comunidad Autónoma Vasca, Navarra y la «Comunidad de aglomeración del Pays Basque». Es decir, el País Vasco francés.
Con ese horizonte, la ponencia descarta cualquier «alquimia que lo cambie todo con una sola fórmula» y subraya la necesidad de «mirar con luces largas» y de emplear un «pragmatismo estratégico» «vaciado de esencialismo».
En la era de TikTok, todo se ha vuelto líquido. Hasta los paleoaberzales de los 90.
«Las claves de la estrategia de EH Bildu son la penetración en todos los ámbitos sociales, un municipalismo comunitario y la simbiosis entre las instituciones y el impulso popular»
¿Cómo se propone convencer EH Bildu a los todavía no convencidos y sumar apoyos? «Demostrando una y otra vez ante los sectores de la ciudadanía vasca que no rechazan la escala española que el soberanismo representa la verdadera opción igualitario-transformadora-republicana».
En otras palabras, acentuando su perfil progresista.
La ponencia identifica también la existencia de una «crisis sistémica global». Un «colapso planetario» en el que se manifestarían dos pulsiones ideológicas. Una, igualitaria y comunitaria, que traería al Estado de vuelta. Otra, «reacción de ruptura y hartazgo», individualista y antitodo.
Su apuesta, lógicamente, pasaría por liderar la primera opción en clave vasca, articulando una «reconexión con el territorio» a fin de constituir «comunidades cohesionadas democráticas autosuficientes». La soberanía se convertiría, así, en un instrumento para el bienestar general.
Las claves de esta estrategia son «la penetración en todos los ámbitos sociales», un «municipalismo comunitario» y una «simbiosis entre las instituciones y el impulso popular». Un totalitarismo txikito y de kilómetro cero, podría decirse.
¿Un plan sin fisuras? Cuidado con tomárselo a la ligera. En una época de incertidumbre, inseguridad económica, soledad y migraciones masivas, quienes ofertan el «calor de establo» de ese horizonte comunitarista, igualitario y autosuficiente tienen muchas posibilidades de atraer a cuantos sienten haber perdido con la globalización y la revolución tecnológica.
Es por eso por lo que, casi inevitablemente, EH Bildu, que sabe trabajar y estar presente en las asociaciones de inmigrantes, vecinales y juveniles, seguirá creciendo electoralmente.
Bien es cierto que el plan de EH Bildu contiene una cláusula que traerá a la larga su autodestrucción. Dicha cláusula es la voluntad explícita de convertir en hegemónico al euskera, lengua conocida correctamente hoy solamente por un 14% de los navarros, un 36% de los habitantes de Euskadi y un 20% de los vascofranceses, en muchos casos como lengua adquirida y no materna.
De acuerdo con la ponencia de Bildu, «el euskera es la lengua nacional de las y los vascos […] Aspiramos a una Euskal Herria euskaldún […] que en los ámbitos administrativo, político, empresarial, social y cultural utilice el euskera como principal lengua de comunicación y trabajo».
Para ello, añade, «impulsaremos una política lingüística que persiga la universalización del conocimiento del euskera y su utilización hegemónica. La cultura será uno de los pilares de la República Vasca, siendo el euskera su eje y prioridad».
La República Vasca de Iguales, en definitiva, no era tan «de iguales». Porque solamente la lengua de la minoría vascohablante (que, por supuesto, considero que merece todo el respeto y el apoyo que se deben a las minorías lingüísticas en cualquier sociedad democrática) tiene el estatus de «lengua nacional».
Su hegemonía debe manifestarse en todos los ámbitos.
Quienes hablan otras lenguas, incluyendo el español, a pesar de ser muy mayoritarios, no tienen reconocido ese derecho a la hegemonía. Vienen a ser, por tanto, una especie de metecos lingüísticos, conminados a corregir su nocivo hábito de empeñarse en utilizar su lengua materna. La República Vasca no les pertenece. Porque a quien pertenece realmente, les guste o no, es a la lengua vasca.
Al final, detrás de toda la cháchara igualitaria, se evidencia que la prioridad y el eje de la república de los vascos y las vascas no eran el bienestar de las personas, sino conseguir que todos aprendan euskera ¡y que lo utilicen de forma prioritaria! sin importar que ello les cause el malestar de tener que expresarse en un idioma en el que será difícil que no metan la pata.
No bromeo. Hasta la página web de Sortu contiene frases en euskera con errores gramaticales.
Todo nacionalismo de izquierdas viene a ser un cóctel entre una áspera cazalla nacionalista y una bebida suavizante añadida para hacer más fácil su ingesta. El proyecto de EH Bildu no es una excepción. La retórica sobre los derechos, la solidaridad y la democracia tiene como sola misión facilitar el consumo del supremacista Euskera über alles.
Me temo que el combinado va a tener cada vez más éxito. Pero en el momento en que EH Bildu conquiste el poder y tenga que aplicar esas políticas lingüísticas orientadas a conseguir la «utilización hegemónica» de una lengua minoritaria incluso en Euskadi, a pesar de cuatro décadas de promoción y ayudas, la contradicción, especialmente entre la población de origen inmigrante, se hará demasiado grande.
La cazalla nacionalista «cortará» el suavizante igualitario. Se hará evidente entonces que a quien de verdad beneficia la República Vasca de Iguales, quienes copan la administración, el empleo público y las ayudas culturales, quienes controlan los medios de comunicación, son los pata negra.
Es decir, la minoría de ciudadanos criados en familias y ambientes vascohablantes. Y en ese instante, las caretas progresistas e igualitarias caerán.
*** Iñaki Iriarte es profesor de la Universidad del País Vasco.