ABC 28/11/14
IGNACIO CAMACHO
· El populismo y la wikipolítica han aislado el Congreso como si fuese una especie de reserva de arqueología democrática
EL Parlamento, inventado para controlar al Gobierno y hacerlo sufrir, resulta ser el sitio donde Rajoy da la sensación de sentirse más cómodo. Tan hierático ante la prensa, tan enrocado en La Moncloa, tan parco en manifestaciones emocionales y tan esquivo con la opinión pública, el presidente sube al ambón y se transforma en lo más parecido a un político de rango. El gran parlamentario que es, contundente y rocoso, luce en la tribuna con la soltura que le falta para el liderazgo social. Rodeado de adversarios más bien pigmeos y poco maduros, en general incapaces de ponerle en aprietos, encaja sin inmutarse y golpea como si llevase una herradura en cada guante. Ayer se presentó en el Congreso con el cadáver de Ana Mato al hombro, lo depositó todavía caliente ante los bancos de la oposición y se puso a hablar de corrupción y regeneracionismo con audacia y desparpajo tales que se diría que Bárcenas era el contable socialista. Pedro Sánchez, aún en titubeante fase de adaptación, tuvo que debatir con él mientras sujetaba la puerta de un armario invisible del que amagaban con escaparse los espectros procesales de Griñán y Chaves.
El problema de Rajoy y de Sánchez consiste en que su verdadero enemigo no está sentado en ningún escaño. El hemiciclo, con sus rituales protocolos de esgrima dialéctica, es a fin de cuentas para ambos el escenario familiar de una función confortable. Pero la amenaza está fuera, en la calle, en la wikipolítica, en las redes sociales, en el clima civil de desafecto silencioso donde se está incubando el virus de la ruptura que los populistas pretenden utilizar como un arma química contra el sistema. Los agitadores del descontento que meses atrás trataban de sitiar el Congreso han acampado simbólicamente a sus puertas y esperan el momento de ocuparlo con sus actas de diputados. Lo tienen aislado como si en vez de la sede de la única democracia posible fuese una suerte de reserva antropológica, de burbuja insonorizada, el último biotopo de la vieja política que han dado por extinguida. Y los de dentro continúan ensimismados en su ceremonial de siempre, reprochándose imputados, sin entender que su única posibilidad de supervivencia pasa por salir de la clausura a dar la batalla a cielo abierto, y que hasta para eso puede ser ya demasiado tarde.