Terapia de grupo

ABC 28/11/14
DAVID GISTAU

El PP se extirpó a Ana Mato antes del pleno sobre la corrupción, pero no así la parte judicializada de su pasado, por el que circulan personajes con alias de cartel de «Wanted». Por ello, Rajoy trató de neutralizar los ataques a su partido sometiendo a coacción a la cámara entera. El «fantasma de la corrupción», dijo, así como el «efecto multiplicador» de los medios de comunicación, alimentan el populismo. Por lo tanto –había que deducir–, quien llene la conversación parlamentaria de casos de corrupción será cómplice del advenimiento del populismo que va a arrasar el cotarro del que vivimos todos. Un intento de disuasión basado en el daño mutuo. Como quiera que luego se puso a vindicar la honradez de la mayor parte de los políticos, y que sólo entonces obtuvo unos cuantos aplausos, la sesión amenazó con convertirse en una terapia de grupo pensada para que la clase política se restaurara mediante tópicos balsámicos la autoestima erosionada por la hostilidad social y la retransmisión serial de su cuerda de presos. Con todo, la parte más excéntrica de su discurso fue cuando Rajoy, colindando con el existencialismo de cuello alto en París, sugirió que hay que resignarse a las inclinaciones perversas de la condición humana, por lo que al final la lucha contra la corrupción consiste sólo en mantenerla en cuotas tolerables –¿tolerables por quién?– y en hacer pedagogía de que la podredumbre no lo alcanza todo, sino sólo un poquito –¿un 3%?–. Esta reflexión entró en contradicción con una de las mejores frases de Rajoy ayer, «Toda corrupción es excesiva», que le sirvió para mostrarse comprensivo con la hartura de la sociedad.

Schz cada vez perfecciona más esas proezas de la inconsistencia por las que es capaz de terminar una frase diciendo lo contrario que al principio de la misma. Empezó bien, aludiendo a las amnistías fiscales opacas, al machaque de la clase media, a la escasa motivación que tiene la gente para asumir sacrificios que sólo sirven para tapar los rotos de la cleptocracia, y reprochando a Rajoy que nunca haya entendido la dimensión de la ruptura de todo pacto social, sobre todo de los basados en la confianza. Pero luego, como si tuviera un angelito susurrándole en un hombro y un diablito en el otro, no supo si mantenerse en estadista que busca soluciones con espíritu transversal o si arrear «gürtelazos» al PP para reducir la corrupción a problema particular del partido que gobierna. Así, la misma frase que empezaba diciendo que él no se contentaría con señalar al rival sus propios corruptos, puesto que la corrupción es un enemigo común, la terminaba añadiendo: «Pero yo no me siento en una sede pagada con dinero negro ni tengo al tesorero en la cárcel». Si cambiara la voz cuando dice una cosa o la otra, parecería la niña de «El exorcista» luchando contra la posesión.

En realidad, bastante tiene Schz con contener el problema interno que le ha provocado su corrección del 135 y su agresión al zapaterismo, cuya vieja guardia está iracunda. El propio expresidente Zapatero confesó a un amigo que se sentía como un cadáver político al que hubieran incinerado con gasolina de IU.

El formato del debate de ayer fue tan espeso, y dilató tanto las réplicas, que parecía calculado para proteger a Rajoy. Sólo al final se metió en reyerta con Schz, arrojándose a la cara cada uno sus corruptos como cuando en los asedios de la Edad Media los cadáveres eran catapultados para propagar la peste. Las intervenciones con más nervio fueron la de Cayo Lara, que está suelto y liberado, acaso porque se va, y la de Rosa Díez, quien recordó a Rajoy que muchas de la medidas votadas ayer ya habían sido propuestas por UPyD pero rechazadas por el gobierno, que se las apropió sólo ahora porque necesita enviar un mensaje a una sociedad harta. Fuera, había de nuevo vallas policiales. Inútiles, puesto que el desquite de la gente le ha sido encomendado a Podemos. Un alivio para el militante, en días de lluvia y frío en los que no apetece más asaltos que los metafóricos.