Ignacio Varela-El Confidencial
- Si el partido no está ya por encima del 20% a nivel nacional es por su pinchazo en las llamadas nacionalidades históricas como Cataluña y el País Vasco
En la media actualizada de encuestas que elabora la prestigiosa publicación Politico, Marine Le Pen tiene actualmente un 17% de intención de voto en la primera vuelta de las presidenciales. En Italia, la Liga de Matteo Salvini está en el 19%. Cierto que ambos sufren la competencia de otras fuerzas aún más extremistas (Éric Zemmour y los Hermanos de Italia), pero esas son las cifras presentes de los dos líderes más destacados de la extrema derecha nacionalpopulista en Europa Occidental.
Desde que Vox hizo acto de presencia en la política española —primero en las elecciones de Andalucía de diciembre de 2018 y después en las generales de abril de 2019—, ha protagonizado una escalada que nada ni nadie parece ser capaz de contener. En aquella primera fulgurante aparición nacional, consiguió 2,7 millones de votos y 24 asientos en el Congreso. Hoy, según la estimación de IMOP Insights para El Confidencial, estaría ya en condiciones de superar holgadamente los 4,5 millones de votantes y hacerse con un grupo parlamentario de 64 diputados, 40 más que en su debut. Solo han transcurrido 30 meses desde entonces.
Su capacidad —infravalorada por todos sus rivales— para olfatear y excitar las corrientes profundas del cabreo social, la incompetencia manifiesta de una derecha clásica que solo tiene ojos para sí misma y el oportunismo descarado con que la izquierda lo favorece para atizar el cisma inflan sus velas, hasta el punto de que no es exagerado señalar a ese partido como el fenómeno político más relevante de la política española en los últimos años. En este momento, Vox está ya asentado como una fuerza determinante en España y es una referencia principal de la ultraderecha europea, al menos al nivel de Le Pen o de Salvini (de hecho, con más capacidad que estos para poner y quitar gobiernos).
Más cifras que salen de esta encuesta. Si solo votáramos los hombres, Vox ganaría las elecciones en España. La brecha de género en su electorado es espectacular: 27% de intención de voto entre los hombres (más que ningún otro partido) y solo 9% entre las mujeres. El 76% de su ejército electoral es masculino. También es ya el partido favorito para los ciudadanos entre 45 y 55 años, con un 27% en ese tramo de edad que lo pone por delante del PP y del PSOE. Como dice Pablo Pombo, el “heterosexual saturado” de la clase media urbana ha encontrado quien le preste una voz, y lo recompensa con su voto.
Si Vox no está ya por encima del 20% a nivel nacional es por su pinchazo en las llamadas nacionalidades históricas. En Cataluña y el País Vasco, la hegemonía aplastante del otro nacionalismo segrega anticuerpos culturales que lo impiden despegar. En Galicia funciona de momento el búnker del PP; pero fortalezas más altas han caído, que se lo digan al PSOE de Andalucía.
Con esa salvedad, las cifras de Vox por territorios son espectaculares para un partido extremista de irrupción reciente. En ocho comunidades autónomas (más Ceuta y Melilla) supera ya el 20%. En una de ellas (Murcia), ya es la primera fuerza, y en las otras pisa los talones del PP y PSOE (por cierto, en esos territorios habita casi el 80% de la población española).
Su despliegue territorial evoca el viejo Reino de Castilla antes de Isabel y Fernando: las dos Castillas (incluida Madrid), Andalucía y Extremadura, Murcia y la Comunidad Valenciana, Asturias. Si estos datos se trasladaran a unas elecciones autonómicas, Vox estaría en condiciones de disputar la presidencia en alguna comunidad (Murcia) y de imponer su presencia en varios gobiernos más.
A nivel nacional, el bloque de la derecha tiende a crecer; y, dentro de él, crece el peso relativo de Vox. Si en abril de 2019 obtuvo un cuarto de los votos y solo el 16% de los escaños de la derecha, ahora su cuota se ha elevado al 40% del voto y el 37% de los escaños de su bloque. Nada en el contexto previsible de los próximos meses permite esperar que esa tendencia se invertirá, más bien al contrario: lo que parece esperarnos es más derecha y más Vox dentro de la derecha.
Pablo Casado pregona que su pretensión es montar un Gobierno monocolor del PP capaz de sobrevivir sin servidumbres insoportables. Pero todo lo que se mueve en el escenario demoscópico conspira contra esa posibilidad, que en este momento se antoja ilusoria. Para aproximarse a ella, el PP necesitaría al menos superar los 140 escaños y ocupar el 70% del espacio electoral y parlamentario de la derecha. Hoy está lejísimos de tal horizonte. No se ve cómo Casado ni nadie podría orillar o tratar como subalterno a un partido que aportaría el 40% de la base de apoyo de su Gobierno.
Con un agravante: la alianza con Vox es, para el PP, a la vez imprescindible y excluyente de cualquier otra. Imprescindible porque no habrá otra forma de que den los números para pasar una investidura; y excluyente porque la presencia de Vox en la fórmula de Gobierno será radicalmente disuasoria para conseguir apoyos adicionales. Incluso para los eventuales representantes de la España Vaciada sería intragable sumarse a una mayoría hipotecada por un partido que propugna la supresión de las autonomías.
El bloque de derechas tiende a crecer; y, dentro de él, crece el peso relativo de Vox
Por otro lado, si el líder del PP cree que con el exterminio de Ciudadanos ha resuelto el problema del castigo que el sistema electoral inflige a los espacios políticos fragmentados, está muy equivocado. En esta encuesta (y en otras muchas), la derecha está superando el 46% del voto nacional. Semejante porcentaje apenas le da para obtener 172 escaños (contando a Navarra Suma), sin que se vea de dónde saldrían los que le faltarían para la mayoría. Aznar y Rajoy, con el 44% y el voto de la derecha agrupado en torno al PP, obtuvieron sendas mayorías absolutas de 183 y 186 escaños.
¿Puede detenerse a la ultraderecha patria para que el resto de la década no siga siendo una estéril batalla campal como la de los últimos años, pero con las barricadas invertidas? Es probable que sí, pero no serán Sánchez ni Yolanda Díaz quienes lo hagan: unos y otros se saben beneficiarios recíprocos de la ¿resistible? ascensión de la caverna ibérica al otro lado de la trinchera.
No me atrevo a formular la receta de lo que debería hacer el líder del Partido Popular para alumbrar una alternativa civilizatoria frente a la satrapía sanchista. Pero toda España, empezando por sus votantes, sabe con certeza lo que no debe hacer: seguir cazando fantasmas en su partido mientras Abascal y los suyos preparan los grilletes con los que lo harán tan rehén de un nacionalpopulismo como ahora lo es Sánchez del otro.