El Gobierno ha pasado de admitir la bilateralidad de Cataluña a repescar el mapa provincial del centralismo isabelino
En su andar a tientas y trompicones por el páramo salvaje de la pandemia, el Gobierno de Sánchez-Iglesias ha pasado de admitir la bilateralidad soberana de Cataluña a resucitar el centralismo liberal de don Javier de Burgos, motrileño afrancesado que pintó para la regente María Cristina el mapa provincial de España siguiendo el patrón departamental galo. Mapa que, dicho sea de paso, es uno de los escasos ejercicios reformistas que ha logrado permanecer dos siglos casi intacto, aunque el régimen constitucional del 78 lo haya solapado bajo el modelo autonómico del Título Octavo. La vieja provincia es hoy apenas una circunscripción electoral sobre la que se asienta el sistema de reparto de escaños mientras las Diputaciones luchan en vano por
demostrar su funcionalidad a una clase dirigente urbanita crecida de espaldas al mundo agrario. Pero he aquí que en su enésimo bandazo, el Gabinete bipartito ha echado inesperadamente mano de la división decimonónica como armazón básico de su confuso plan de desconfinamiento por tramos, saltándose a las autonomías y a los municipios soliviantando a los alcaldes y a los barones territoriales puenteados, que sospechan -quizá con razón- de un truco barato para mantener bajo control la unidad de mando. Es sorprendente la capacidad gubernamental para enredar los problemas con conflictos suplementarios y decisiones improvisadas propias de un espontáneo que tocase al azar los botones del panel de instrumentos del Estado.
Más allá de la improbable utilidad de la medida, destinada en teoría a encapsular las zonas de mayor incidencia vírica, su recorrido parece limitado ante la presión nacionalista. A los socios de investidura les produce repelús el retorno, siquiera provisional, a la estructura isabelina, que en su impenitente tendencia victimista consideran una nueva artimaña «de Madrid» para pasarles por encima. El resto de dirigentes regionales también se halla en patente estado de cabreo pero como el PNV y Esquerra pasen de torcer el gesto a bajar el dedo, el pomposo proyecto de «Nueva Normalidad» nacerá muerto y además el presidente puede encontrarse un obstáculo serio en la negociación de los presupuestos. La cuestión, por mucho pragmatismo de emergencia que arguya como pretexto, va de creerse el modelo vigente o no creérselo. Y desde luego es incompatible la intención de abolirlo de hecho con la de conceder a los soberanistas -y golpistas, por ende- un trato de privilegio. No se puede soplar y sorber al mismo tiempo. El Ejecutivo debe aclarar un poco sus conceptos.
Claro que también podría buscar un acuerdo con la oposición constitucionalista en el Congreso y en las comunidades. Pero para eso Sánchez tendría que dejar de ser Sánchez y volverse un tipo fiable. Así que vamos para adelante con los Encuentros Provinciales en la Tercera Fase… y que el espectro de Javier de Burgos nos ampare..