ABC 03/09/14
IGNACIO CAMACHO
· ¿Qué lumbrera nacionalista pensó que el 3 por 100 quedaría al margen en un conflicto sobre la integridad de España?
PONGAMOS que existe una duda razonable: la de si el Estado usó el rectoscopio con Pujol para desestabilizar su liderazgo en el desafío independentista o fue el ex Honorable quien, como sugiere Montoro, se lanzó por la pendiente del soberanismo cuando sintió cerca el aliento de los investigadores fiscales. Hay margen para la conjetura pero ninguna de las hipótesis altera las evidencias del fraude descubierto ni despeja la incógnita intelectual que cualquier persona sensata se formula ante el caso: la de cómo es posible que un político experimentado, intuitivo y capaz se embarcase en un reto tan grave a sabiendas de la flagrante debilidad de su retaguardia. La de qué clase de razones o sentimientos de impunidad llevan a un hombre juicioso a una disparatada fuga hacia adelante que solo podía acabar en un salto al vacío.
Porque lo que para la mayoría de la opinión pública ha sido una sorpresa y para cierta minoría se trataba un secreto a voces, la existencia de un patrimonio oculto probablemente amasado mediante actividades irregulares, para Pujol y su clan constituía una evidencia tan palmaria como para vivir asentados sobre ella. Más aún: si toda la élite dirigente catalana era consciente del fielato ilegal del tres por ciento –ahora parece que subía al 4,5– impuesto en las contratas públicas durante la larga hegemonía nacionalista… ¿cómo pudo la cúpula de Convergencia pensar que ese modelo exactivo quedaría al margen en un conflicto a cara de perro sobre la secesión de Cataluña? ¿Qué lumbrera calculó que el Estado se cruzaría de brazos sin utilizar tan potente arsenal al ver amenazada la integridad territorial de España?
Aquella suicida chulería pujolista –«¿qué coño es la UDEF?»– que minimizaba la autoridad intimidatoria del aparato estatal revela, vista desde hoy, un asombroso estado de conciencia impune que se compadece mal con la realidad objetiva de una trastienda tan vulnerable. Tal vez en su delirio mitológico el nacionalismo sobrestimó tanto la fuerza de su masa crítica como minusvaloró la capacidad de respuesta de un Estado con mucha más energía telúrica de la que denota su aparente mal momento de cohesión colectiva. La UDEF, y la inspección de Hacienda, e incluso el CNI, no son más que la expresión de ese poder de la nación al que ha desafiado la soberbia soberanista con una sorprendente ligereza habida cuenta de su fragilidad estratégica. Para sostener un pulso de esta envergadura se necesita mucho más que una endeble fantasmagoría populista.