La risa y el olvido

IGNACIO CAMACHO, ABC – 21/10/14

Ignacio Camacho
Ignacio Camacho

· Ésta ha sido una paz comprada. Y si lo dudáis miradles la cara a las víctimas y sabréis qué deuda ha quedado pendiente.

· «En la casa de mis hermanos escribo tu nombre» ( Paul Eluard).

Tres años lleva ETA retirada, que no disuelta. Su amenaza mortal ha desaparecido y los españoles no la echan de menos como problema que llegó a encabezar las encuestas. Somos gente pragmática y tenemos otras preocupaciones. El desafío de la autodeterminación se ha trasladado de territorio y los vascos viven sin tener que mirar debajo del coche. El terrorismo étnico parece una pesadilla superada, y lo es si no nos preguntamos el precio. Porque gratis no ha salido; ésta ha sido, conviene no olvidarlo, una paz comprada. Y si lo dudáis miradles la cara a las víctimas, fijaos en su abatimiento, en su desamparada resignación, en su amargura, y sabréis qué parte de la deuda ha quedado sin saldar. Sólo hay que prestar un poco de atención: ver quiénes están contentos y quiénes han perdido del todo la sonrisa.

ETA ya no mata ni extorsiona pero su proyecto está vivo en las instituciones. Tiene muchos presos pero también concejales, alcaldes, diputados forales y congresistas que mueven a orgullo a alimañas como el carnicero Zabarte, liberado por el final de la doctrina Parot: diecisiete asesinatos, cero arrepentimiento, la conciencia intacta. Policial y penalmente derrotada, la banda ha logrado sobrevivir en política. Ése fue el acuerdo: la legalización a cambio del cese de la violencia. Justo lo contrario de lo que establecía el pacto antiterrorista que sostuvo la resistencia democrática en los años de plomo. El carro delante de los bueyes. Un quidproquo. Paz por instituciones. Y un goteo de alivio carcelario administrado en dosis silenciosas para evitar escándalos.

La sociedad española ha dado en general por bueno ese pacto que nadie reconocerá. De vez en cuando aletea la rabia en algún episodio irritante como el de Bolinaga; nada que no pueda digerir una nación con otras graves tribulaciones. Un balance agridulce, conformista al fin y al cabo; ya no somos el enérgico país de las vigilias de manos blancas sino uno que enciende velitas por el perro Excalibur. Y las víctimas son vestales insomnes que lloran desconsuelo por las esquinas. Cada vez más solas con su fastidio enojoso y el coñazo de las cuentas pendientes; tan respetadas en su dolor como esquivadas en su afligida insistencia. Se han convertido para la mayoría en esas viudas pesadas que viven a cuestas con su pena mora.

Y sin embargo son las únicas que aún permanecen decididas a librar la batalla de la memoria. A evitar que el tiempo borre los contornos del sufrimiento. A pelear a corazón partido por un relato histórico que no absuelva a los verdugos. A mantener viva la llama moral de los que cayeron en nuestro nombre. A insistir hasta la antipatía en que no hay paz sin justicia. A rebelarse contra esta adaptadiza acomodación moral que parece dispuesta a alquilar la risa por un canon de olvido.

IGNACIO CAMACHO, ABC – 21/10/14