ABC 25/04/17
IGNACIO CAMACHO
· La dimisión de Aguirre resuelve poco a un PP malparado por la sacudida. Es un alivio inmediato, una descongestión mínima
COMO cortafuegos va a resultar muy débil. La dimisión de Esperanza Aguirre en el único cargo que mantenía era una exigencia imprescindible de responsabilidad y de higiene política pero no le servirá de mucho ni a ella ni a su partido. La expresidenta madrileña ejerce entre la izquierda, como Aznar, una especie de magnetismo inverso, una fascinación irresistible como objeto de fobia que trasciende la vigencia de sus cargos y se manifiesta en un altísimo poder de convocatoria de audiencias televisivas. La seguirán persiguiendo y es probable que ella se deje encontrar, amiga como es de los micrófonos abiertos y de las cámaras encendidas. Al PP tampoco le resuelve gran cosa su marcha más allá de proporcionarle un cierto alivio inmediato y provisional, una descongestión mínima, un poco de carnaza para entretener a la jauría. Aguirre no podía continuar ni un momento más pero a partir de ahora será el propio Rajoy el centro de la ofensiva. La operación Lezo le ha estallado en la santabárbara con la potencia destructora de una carga de dinamita.
Porque aunque el marianismo intente acotar el escándalo al círculo esperancista, siempre crítico y zapador del liderazgo del presidente, es la organización entera la que ha salido malparada de la sacudida. El papel simbólico de Madrid como ciudadela sagrada de la derecha otorga un efecto devastador a la onda expansiva. Las tramas de Granados y González afectan a la marca electoral y a sus elementos de cohesión, a las élites empresariales, a la aristocracia financiera, a la nomenclatura partidista. A los sectores de apoyo que cimentaron bajo los mandatos de Aguirre y hasta de Gallardón la larga hegemonía capitalina. Y aunque se tratase de una ínsula casi autónoma, muchas veces abiertamente enfrentada a la autoridad de Rajoy, todos gobernaban bajo las mismas siglas y quien dejó hacer tiene pocas opciones de presentarse como víctima.
La avería es muy grave. Estructural. El PP está en peligro de implosión y al presidente le va a ser muy difícil evitar que esta crisis afecte a la estabilidad de su Gobierno. Lo logró con la de Bárcenas pero ahora hay una diferencia crucial: no tiene mayoría y vive pendiente de precarios acuerdos. La amenaza de convocatoria electoral, que era su principal arma de disuasión, queda muy amortiguada por la evidente repercusión negativa de los indicios descubiertos. Ya no puede ir a las urnas sin correr un altísimo riesgo. La situación es muy delicada por más que el líder presuma –con razones contrastadas– de su eficacia en el manejo de los tiempos.
En este cuadro, la tercera renuncia de Aguirre es un episodio objetivamente menor, casi un trámite agrandado por el fuerte impacto mediático de una personalidad singular. La carismática había pasado ya al panteón de víctimas marianistas, pero es la larga época de cohabitación consentida la que está bajo la lupa judicial.