La secta

GABRIEL ALBIAC – ABC – 17/03/16

· Podemos no es, en efecto, un partido. Es una secta. Eso les aportó el magisterio peronista.

París. Era la primavera de 1936. Dos hombres deambulan por la plaza del Odeón. El más joven sueña aún con salvar al más viejo. Pero el cuadragenario ruso no quiere ser salvado. André Malraux, a los aún no 35 años, es el escritor de moda en Francia. Nikolai Ivánovich Bujarin ha tenido, a sus 48, la vida de aventuras y poder más colmada que un revolucionario haya podido soñar nunca. El francés ha hecho venir a París al ruso, con la coartada de unas conferencias. Nadie en Moscú se atrevería a hacerle un feo al influyente «compañeros de viaje»; ni siquiera Stalin. No es la primera vez que Malraux tercia por sus amigos rusos; un año antes, había conseguido el permiso de viaje para Pasternak, que regresó a Moscú, naturalmente. Pero el envite ahora era distinto.

Los dos hombres que pasean entre los cascotes de la plaza del Odeón lo saben. Y Bujarin no engaña ni se engaña. Un Malraux aún estupefacto, al evocarlo treinta años más tarde en sus Antimemorias, da razón de ese perfecto instante de locura en tres líneas glaciales: «Bujarin antaño, paseando conmigo por la plaza del Odeón llena de tapas de alcantarilla arrancadas, me confía soñadoramente: Yahora, élvaamatarme… ». Nada más que eso. Bujarin se sabe condenado y retorna a un Moscú en el cual Él, el Único, le aguarda para sacrificarlo en el altar del asalto al cielo. Y el francés sólo anota: «Así fue hecho». Como una determinación maléfica. Y, de la vieja guardia bolchevique, quedó ya sólo Él, Stalin.

Si alguien espera que los ejecutados –políticamente ejecutados, porque aquí no hay, de momento, posibilidad de pasar a mayores– por Iglesias alcen la voz en contra del amo que los degüella, es que no ha entendido nada de esa primordial teología de la servidumbre que es el totalitarismo. Y quienes hoy aún juzgan que Iglesias es un cursi inofensivo deberían releer a Stalin; quedarían sorprendidos por el grado de cursilería melosa de ese que es uno de los dos monstruos mayores del siglo veinte, lo que equivale a decir de la historia humana conocida. Se pueden entonar los más pringosos cantos sentimentales mientras se hace asesinar a esos veinte millones que no eran más que ínfimo precio con que pagar el billete al paraíso.

El modelo sobre el cual se depura Podemos nada tiene que ver con izquierdismo alguno. Y es tan ajeno a los usos éticos y estéticos del post-68, como pudiera serlo el de los peronistas de López Rega. Sin armas, por suerte. Mas con la misma religión del Jefe. E idéntico cinismo para arrojar a las tinieblas exteriores a todo aquel que objete en lo más mínimo. Podemos no es, en efecto, un partido. Es una secta. Eso les aportaron el magisterio peronista de Laclau y la práctica neofascista de Chávez: que sólo la unión sagrada en torno a un líder de derecho divino garantiza el triunfo. Ninguno de los creyentes que cayeron por el camino dirá nada. Sus mentes son parte de esa misma fantasía que sólo puede producir infierno: el caudillismo.

Cuenta Svetlana Alexiévich cómo familias con varias generaciones exterminadas en el Gulag seguían manteniendo floridos sus altares a Stalin. Eso diferencia el totalitarismo de una simple dictadura. Eso. 1938. A Bujarin no le fueron concedidos ni un papel ni un lápiz para escribir su testamento. Lo hizo memorizar a la joven que iba a ser su viuda. Su última línea sobrecoge: «Camaradas, sabed que en la bandera roja que llevaréis hasta la victoria final hay una gota de mi sangre». Tan feliz servidumbre.

GABRIEL ALBIAC – ABC – 17/03/16