Manuel Marín-Vozpópuli
Ya no se alza Cataluña ‘contra’ el Estado, sino el Estado ‘para’ Cataluña. Es la legalización de una sedición blanda
Y llega un ministro y te dice que te paga la hipoteca, y que no entiende por qué te opones. Te sugiere que eres imbécil por dudar, pero miente a sabiendas. Vas a una comida con amigos, pides un pincho de tortilla y una cerveza mientras otros piden una mariscada regada con albariño. Llega la cuenta y te dicen que ojito, que a escote, que es lo mejor. Y después descubres que con tu fantástica liberación de la hipoteca pagamos, también a escote, 30.000 euros a una prostituta contratada a dedo por el Gobierno en dos empresas públicas a las que nunca fue a trabajar. Santa nómina, que siempre repetía mi primer jefe a fin de mes.
Un magistrado concluye que el fiscal general, el máximo garante de la legalidad, destruye pruebas a sabiendas. Y que aunque no tiene relevancia penal, hombre, es feo viniendo de alguien que ha prometido defender la ley y que cobra para eso. Y el presidente del Gobierno dice que hay una persecución injusta a un hombre bueno, y que los españoles hemos de pedirle perdón en besamanos. Y la Airef se nos llena de ultras porque revela que el Gobierno miente con la condonación de la deuda a las autonomías. Y un huido de la justicia, siempre simulando estar muy enfadado con Pedro Sánchez, le sostiene el palio en todo lo alto. Y le dice que la cuestión de confianza a la que debería someterse sí o sí…, pues que ya no, que era una broma, que te tomas todo por la tremenda, joder Pedro, y no entiendes mi sentido del humor.
Este ‘procés’ ofrece una imagen de anulación de la tensión en Cataluña. Es más fácil lograr cualquier objetivo federalista con una perversión de la ley en el Parlamento nacional que con una desobediencia de esa misma ley en el Parlamento catalán
Y Junqueras, condenado por sedición, presume de que ‘Cataluña nos roba’ con el característico choteo despectivo de los sediciosos: “Deseo que a las demás autonomías les vaya muy bien”. Y un Ministerio del Interior celebra la excarcelación anticipada de etarras. Y un presidente del Tribunal Constitucional, erigido en Rey Sol, va pregonando que el Estado es él. Y un tipo se niega a hacer una prueba pericial ante el juez para verificar si anotó comisiones de obras porque tiene una sobrevenida lesión en el codo que podría desvirtuar los grafismos. Inmenso alarde de oportunismo creativo.
Y viene una candidata andaluza y nos dice, riñéndonos como siempre con el dedo índice en alto, que el chantaje de dos sediciosos para pagar quirófanos y trenes para Cataluña es gloria bendita para los cirujanos de Cádiz y los viajeros de Huelva. Que todo el mundo gana. Y un ministro de Justicia veta al número uno de la carrera judicial para presidir la Sala Penal del Supremo porque tiene un berrinche: nadie le quiere aceptar a una marioneta que empiece a archivar a cascoporro los casos de corrupción del sanchismo. Y un presidente reta a Trump, y le dice a la Casa Blanca que aquí los espera, en Moncloa, que no se preocupen porque en España siempre alguien nos sujeta el cubata y, mira Donald, la socialdemocracia del mundo me mira a mí como modelo. Y el asalto a multinacionales para convertirlas en una sucursal de Ferraz y en un plan de pensiones para amigos. O en un festín para lobistas.
De momento, quien quiera puede contentarse con la falsa idea de que el PSOE auténtico es rehén de Sánchez… Pero la realidad es que el votante del PSOE comparte el vuelco del sistema ideado por Moncloa
Tenemos a ministros dedicando su tiempo de servicio público a visitar catálogos de escorts de lujo, esta sí, esta no, de a 1.500 al día y 20 minutos de no sé qué. Y tenemos cianuro en las notas de prensa y directores de óperas jóvenes que no saben ni dónde trabajan. Todo esto ya no es una anomalía. Es una obscenidad basada en una sola idea unánimemente aceptada en círculos políticos de Madrid y Cataluña: Sánchez ha trasladado el ‘procés’ a la capital, el “procesismo” que ha definido Felipe González.
Esto ya no va de reconocer libertades y derechos ilegítimos a Cataluña para impedir otro alzamiento contra el sistema, sino de impedir al Estado alzarse para impedir que Cataluña sea el primer eslabón de un Estado confederal, con su Agencia Tributaria exclusiva, su condonación elitista de la deuda, sus estructuras de nación-Estado o su control migratorio y de fronteras. De eso va el nuevo procés, de inhabilitar al Estado sometiéndolo a una inmensa mentira para recrear, consentir y ceder todo lo que el Estado prohíbe. Ya no se alza Cataluña ‘contra’ el Estado, sino el Estado ‘para’ Cataluña. Es la legalización de una sedición blanda y alegal en la que lo más llamativo políticamente es la cesión del mando por parte del separatismo a Salvador Illa. ¿Y esto es una renuncia del separatismo? No. Sólo se han anexionado al PSOE. Ahora los socialistas son los pinches para el trabajo más sucio.
Por un lado, este ‘procés’ ofrece una imagen de alivio de la tensión en Cataluña. Es más fácil lograr cualquier objetivo federalista con una perversión de la ley en el Parlamento nacional que con una desobediencia de esa misma ley en el Parlamento catalán. Y por otro lado, cristaliza un aumento de la tensión nacional con sede en un Madrid repleto de hordas fascistas apaleando a todo el que se menee. El procés ya no es catalán, que allí ya han aceptado el intercambio de papeles con carantoñas en Ginebra o Waterloo. Es un proceso español.
Hay una pregunta razonable en el aire. ¿Nadie puede descabalgar a Sánchez, visto el diagnóstico? No parece. Pero aún surge otra aún más inquietante. ¿Hay una mayoría de españoles que siguen avalando y deseando esta España intervenida que Sánchez ha diseñado para perpetuarse? Esta respuesta no puede provenir de los votantes constitucionalistas desmoralizados que ya han fijado una drástica posición en contra. Debe provenir de dentro del PSOE, de una reactividad frente al abuso de autoridad y a la desviación de poder. Pero eso no va a ocurrir.
Sánchez ha llegado a la conclusión de que es más fácil lograr cualquier objetivo federalista con una perversión de la ley en el Parlamento nacional que con una desobediencia de esa misma ley en el Parlamento catalán
De momento, quien quiera puede contentarse con la falsa idea de que el ‘PSOE auténtico’ es rehén de Sánchez… Pero la realidad es que el votante del PSOE comparte el vuelco del sistema ideado por Moncloa. Le son indiferentes las señoritas de compañía en empresas públicas, las cátedras ‘by the face’ o las óperas sin director, y aceptan sin rubor la majadería de que les están quitando deuda de su hipoteca autonómica. No es cobardía interna del PSOE, ni sumisión orgánica, ni falta de arrojo moral. Ni siquiera es ceguera. Es sencillamente que gozan en esta España sanchista. Es decir, millones de españoles ofrecen un respaldo sin matices a la idea de que el Estado ha perseguido y maltratado injustamente a Cataluña, y que toca resarcir a las víctimas de semejante ofensa. Y si para ello hay que desmontar todo el andamiaje con un delirante concepto de la democracia como coartada, se desmonta.
Es mucha institución ya la que comparte este ‘procés’ español. La Fiscalía, la Abogacía del estado, el Consejo de Estado, la estructura letrada del Congreso, órganos supuestamente independientes como la CNMC o RTVE, el CIS, el alto funcionariado del Estado, los pilares políticos de las multinacionales más poderosas… Vivimos en la seguridad de que antes o después Sánchez dejara de presidir el Gobierno. Y eso ocurrirá porque en algún momento dejará de ser una ilusión óptica. Pero para entonces, el daño a la línea de flotación de las libertades, la igualdad real, la estructura del Estado o el contrapeso de poderes será difícilmente reversible.