La segunda fue peor

 

Habíamos superado el primero de los debates electorales y las inquietudes del personal estaban razonablemente despejadas, después del ensayo general con todo que había tenido lugar en ese predio de independencia profesional que le cuida a Pedro SánchezRosa Mª Mateo. Fue muy notable el gesto de apremio que le hizo con las manos el candidato Sánchez al moderador Fortes para que metiera en vereda a Albert Rivera. Eso no se lo haces tú a Ana Pastor, pensé para mí al verlo, aunque Fortes fue un moderador más discreto.

Antena 3 se recreó en los prolegómenos y en los dispositivos, incluyendo a las cuatro periodistas encargadas de la sala de tiempos, donde se iban a cronometrar las intervenciones de los candidatos. Los cronos eran muy grandes para una precisión que no era tanto. La presentadora le quitaba hierro al tema: «No vamos a medir el tiempo al milímetro», dijo dos veces, aunque seguramente quería decir al segundo.

Habían quedado algunas cuestiones pendientes. El candidato Sánchez puso empeño en no despejar ninguna: ni respondió a las preguntas sobre su intención de indultar a los golpistas en el caso de que resulten condenados por el Supremo, ni dijo una palabra sobre sus planes para pactos poselectorales.

Era «el último debate», dijo Ana Pastor, con un adjetivo que ponía un toque definitivo en el ambiente: la última cena, el último suspiro, el último debate. Los candidatos corrigieron algo de lo que les había quedado peor en el de TVE. Pablo Iglesias, el atuendo. Sánchez no lo hizo con la palabra; insistió en reprochar a Casado y a Rivera sus mentiras. El tipo que mintió su tesis, que mintió el mecanismo de verificación de plagios con sello de La Moncloa, que mintió al proponer como ejemplo de lo que hay que hacer cuando a un gobernante se le pilla con una tesis plagiada es la dimisión, como en Alemania. Fue un gran momento el de Albert Rivera al poner sobre el atril de Sánchez su tesis fraudulenta: «Tome, un libro que no ha leído».

El doctor correspondió al líder naranja regalándole un libro sobre Santiago Abascal, sin que los espectadores más avisados llegaran a saber muy bien por qué.

Iglesias se guardó ayer su miniconstitución, quizá porque se recordaba en las redes sociales imágenes análogas de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro mostrando cada uno su constitución en miniatura de la República Bolivariana de Venezuela. Iglesias tiró de su recurso preferido como tertuliano: «Yo no le he interrumpido a usted, señor Rivera», al tiempo que le animaba a guardar la buena educación. ¡La buena educación! El candidato de Cs interrumpió bastante, la verdad. Venido arriba tras el éxito de la víspera hasta el punto de batirse al mismo tiempo contra Pedro y Pablo. Esto dio lugar al mejor momento de Sánchez, cuando calificó las bronquitas entre Rivera y Casado como «las primarias de la derecha». El candidato del PP le recordó que el único dirigente de un partido político que fue condenado por pegar a su mujer fue un socialista, a quien Zapatero puso para negociar con Otegi. Ahora Otegi negocia directamente con Pedro Sánchez, hay progreso. Hubo más lío con la violencia de género. Iglesias volvió a pedir buenas maneras. La azotaría hasta que sangrase.