Juan Mari Gastaca, EL PAÍS, 13/7/12
Convivir en Euskadi se antoja todavía muy difícil. A tal punto, que se ha convertido en un objetivo social a cumplir en el menor número posible de años. Después de tanta sangre, de tanto odio cruzado, de jugar peligrosamente con la vara de la raza y del sentimiento patrimonialista de una sociedad, Euskadi necesita buscarse a sí mismo en libertad, máxime una vez que ha recuperado la paz. Es un empeño, sin duda, harto complicado, pero mucho más para quienes abrazaron durante demasiados años la violencia y jamás respetaron otra regla de juego que la imposición de sus ideas por la fuerza.
Cuando Josetxo Ibazeta -exponente diáfano de quienes apostaron en su día por socializar el sufrimiento desde su comprensión a la violencia de ETA- amenaza con pegar dos tiros a unos jóvenes en las calles de San Sebastián porque jalean el triunfo de España en la Eurocopa, simplemente retrata la contradicción ideológica que todavía atrapa a este sector de la izquierda abertzale. Su tránsito a la democracia es tan complicado que este tipo de deplorables actuaciones intimidatorias alienta la teoría de que su abrazo a la democracia es un ritual interesado. Es muy posible que no les falte argumentario a quienes así lo creen, pero también debe reconocerse que Bildu ha reaccionado de manera ejemplar, desautorizando con rapidez y contundencia a su cualificado dirigente.
Ibazeta, ortodoxo radical, ha mostrado así la segunda piel de ese abertzalismo asociado históricamente a la intransigencia, a la exclusión social, al desprecio del diferente y que ahora convive en las instituciones con quienes durante tanto tiempo amenazó. Sin embargo, con su inmediata y expedita respuesta, Bildu vigoriza su apuesta democrática y antepone el valor institucional de la responsabilidad contraída, en este caso, con el Ayuntamiento de San Sebastián. Pero el amedrentamiento a quienes disfrutan de un valor español evidencia que la libertad está todavía muy lejos en Euskadi, a pesar de que ETA sigue dispuesta a no matar más.
Es cierto que la repercusión negativa de la marca España en la economía vasca viene inoculando desde hace varios meses en Euskadi un sentimiento del que nadie debería desentenderse desde una responsabilidad con visión de futuro, pero que ha encontrado un fácil acomodo en un ambiente donde nacionalistas y abertzales pugnan por ensanchar su campo. Para hacerlo más fácil, qué mejor ingrediente que el sentimentalismo propio del fútbol para alentar fobias, a las que dirigentes nacionalistas han contribuido dejandose llevar por la corriente. Pero solo los intransigentes que no logran desembarazarse de su ADN violento hacen imposible la convivencia. Así las cosas, la principal duda consiste en saber si en la izquierda abertzale todavía quedan muchos dispuestos a comportarse como Ibazeta cuando no se haga lo que ellos quieran.
Juan Mari Gastaca, EL PAÍS, 13/7/12