José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

  • Santos Juliá calificó de autodestructiva la crisis del PSOE de 2016 y Adriana Lastra excluyó la continuidad histórica del partido: «Ahora nos toca a nosotros»

¿Cuándo se produjo la ruptura emocional entre el PSOE de Pedro Sánchez y los anteriores, incluso el que dirigió Zapatero y, desde luego, Alfredo Pérez Rubalcaba? Fue en noviembre de 2020. Adriana Lastra, a la sazón vicesecretaria del partido, respondió a determinadas reflexiones críticas de dirigentes anteriores, entre ellos Felipe González, con la sentenciosa frase de «ahora nos toca a nosotros» no sin antes puntualizar, concesiva, que «siempre escucho a mis mayores». 

La reacción del expresidente González (valorado positivamente por tres de cuatro españoles, según la encuesta de Metroscopia del pasado jueves) no se hizo esperar: «No voy a consentir que nadie me calle». Y añadió para que no hubiese dudas: «Bildu y ERC no son interlocutores políticos válidos». Una enmienda a la totalidad de la política del Gobierno de Sánchez. Aunque no era la primera vez que la asturiana —ahora apartada de la Ejecutiva, pero segura cabeza de lista a las generales por Asturias y protegida por el presidente de su comunidad autónoma, Adrián Barbón— esgrimía la frase de marras. El 16 de noviembre de 2017 ya escribió en el diario El Mundo un artículo con el mismo remoquete: «Ahora nos toca a nosotros». Una expresión que rompía el continuum de un partido de más de un siglo. 

«Hay que remontarse a los años treinta para encontrar en la historia del socialismo español un proceso tan autodestructivo»

Confirmaba con esa frase excluyente y torpe lo que el fallecido historiador Santos Juliá escribió en el diario El País el 2 de octubre de 2016 —tras la renuncia de Pedro Sánchez a la secretaría general del PSOE, instalado en el «no es no» a Rajoy y que, de prosperar, nos habría llevado a unas terceras elecciones en menos de dos años— bajo el título «Crisis, caída y escisión del PSOE». 

Mantenía Juliá, premonitoriamente, que «hay que remontarse a los años treinta del siglo pasado para encontrar en la historia del socialismo español un proceso tan autodestructivo como el que ha desencadenado la cúpula del PSOE. Fue en una reunión del comité entonces nacional convocada para el 16 de diciembre de 1935, cuando ante una cuestión marginal sometida a votación por Indalecio Prieto, Francisco Largo Caballero dimitió de la presidencia del partido y arrastró con su decisión a varios líderes históricos. Mientras Largo interpretó su salida como expulsión y recuperación de su libertad para recurrir, como dijo, «directamente a la base», el resto del comité continuó la reunión y aprobó en los términos que Prieto pretendía la coalición con los partidos republicanos, que era la cuestión que tenía dividido al partido desde el fracaso de la revolución de octubre de 1934″.

Ahora, la quiebra de los vínculos emocionales se expresa con silencios, ausencias, distanciamientos y críticas en el ámbito privado 

Santos Juliá recordaba en aquel texto que la refriega de 1935 dejó un poso de «rencor y división del que no se libraron por completo hasta que el partido, a punto de desaparecer, fue refundado, no sin nuevos enfrentamientos, en el primer lustro de los años setenta por una nueva generación de militantes». En ella, sin citarlo, estaba al frente Felipe González, que reformuló el partido. El mismo que fue respondido, con el amparo de Sánchez, por una escasa figura del neo socialismo en unos términos que semejaban un veredicto inapelable sobre la quiebra interna en el PSOE. En el siglo pasado, los enfrentamientos entre sectores del socialismo español —del que salió el PCE en 1921— se saldaban con escisiones y fragmentación de opciones. Ahora, la quiebra de los vínculos emocionales se expresa con silencios, ausencias, distanciamientos y críticas en el ámbito privado. 

Hoy se celebra en Sevilla el que pretendía Ferraz y Moncloa fuese el gran mitin conmemorativo de la efeméride histórica más importante en la trayectoria del PSOE: su victoria, con González y Guerra al frente, en las elecciones del 28 de octubre de 1982 (202 diputados). Pero ni el video recordatorio del acontecimiento ha tenido la grandeza institucional de celebrar a los que hicieron posible ese triunfo, ni los partidarios del actual secretario general del PSOE, con él al frente, han tenido la capacidad —quizás tampoco el propósito— de restañar heridas y unir al partido. Por el contrario, han manipulado la conmemoración a mayor gloria del actual secretario general.

No hay, pues, un punto de convergencia entre unos y otros porque se ha fisurado el delicado tejido emocional 

Felipe González estará hoy en Sevilla porque el expresidente sabe cuáles son sus responsabilidades y, aunque octogenario, sigue dando la batalla por su derecho a hablar, de hacerlo en libertad y a riesgo de contrariar a unos o a otros. Pero faltarán dirigentes territoriales y figuras de aquel PSOE que vertebró tanto la democracia española, entre 1982 y 1996, como el actual la está desarticulando desde 2018 hasta el presente. 

No hay, pues, un punto de convergencia entre unos y otros porque se ha fisurado el delicado tejido emocional, la fibra sentimental de pertenencia a la organización, que es demasiado extraña para aquellos que la vivieron activa y debatiente. Esta grieta interna no tiene una sutura posible porque el desencuentro y la discrepancia en el papel que debe jugar en la política española el socialismo, y con quien hacerlo, son radicalmente diferentes. 

La sentencia de Adriana Lastra («ahora nos toca a nosotros») es apodíctica, taxativa y definitiva 

Y porque Pedro Sánchez ha convertido la formación en una plataforma de promoción personal, caudillista, cesarista, en la que no cabe la confrontación de ideas ni de estrategias. Ninguno de sus predecesores llegó a alcanzar el grado de personalismo autocrático en el manejo del partido; ninguno se rodeó, en Ferraz y en el Consejo de ministros, de personas tan desvinculadas con el PSOE y, al tiempo, tan escasamente competentes. 

De tal manera que entre unos y otros poco o nada tienen que decirse. Los «históricos» votarán las siglas —no al secretario general— con una fidelidad vital irreversible, otros se abstendrán y no habrá apenas trasvases a otras formaciones. Pero la sentencia de Adriana Lastra («ahora nos toca a nosotros») es apodíctica, irrecurrible, taxativa y definitiva. Naturalmente, la riosellana oficiaba de portavoz de Sánchez. Por eso, Alfonso Guerra, cree razonable no haber sido invitado al evento sevillano: «Es otro partido», ha dicho. No encuentra el director de la campaña victoriosa del PSOE, del 28 de octubre de 1982, razón lógica para ser invitado a un partido que a él y muchos más ya les es por completo ajeno.