Cristian Campos-El Epañol

Esto será Turquía, pero del Tribunal Supremo no ha brotado ni una sola filtración en cuatro meses de deliberaciones. A la vista de la discreción con la que los siete magistrados de la Sala Penal han gestionado el asunto, uno podría llegar a pensar que la Dinamarca del Sur no es en realidad Cataluña, sino Madrid. Esa ciudad de funcionarios ilustrados y severos adonde van a desembocar, para ser juzgados con rigor civilizatorio, todos los chamanes de provincias ataviados con sus tocados de plumas amarillas y sus collarines de colmillos de colono ñordo.

Pero no descarten una filtración de último momento. Quizá la haya pocas horas antes de la publicación de la sentencia, cuando los resúmenes de prensa lleguen a algunos periodistas antes que a otros. Nada grave, en cualquier caso. Apuesten por los propios reos como fuente de esa filtración más que por los propios magistrados y funcionarios del Tribunal Supremo. Y eso, sólo en caso de que los reos lleguen a disponer de la sentencia antes que el resto de los ciudadanos, cosa que está por ver y a la que los magistrados no están obligados.

 

Lo que es seguro es que hoy, o al menos mientras escribo esto, es decir a las 20:00 del martes 8 de octubre, no hay un solo periodista en España que tenga ni la más remota idea de cuál será la decisión de la Sala Penal del Tribunal Supremo. Y si lo hay, el tipo lo lleva con cautela. Especulaciones disfrazadas de información, eso sí, todas las que quieran. Ahí, ancha ha sido Castilla.

En este caso, además, las especulaciones han salido gratis. Principalmente, por su previsibilidad. «Parece que los jueces se inclinarían por la sedición antes que por la rebelión». Bah, pues menuda novedad. Eso lo sabe cualquier periodista que haya hablado con algún fiscal o abogado del Estado. Yo mismo, sin ir más lejos, oí eso de boca de uno de ellos antes de que comenzara el juicio. «Conspiración para la sedición», me dijo. Quizá esa fuente esté en lo cierto o quizá no, pero no es la suya una opinión heterodoxa. La he oído más veces.

También he oído de otras bocas, todo sea dicho, que la rebelión y la violencia son flagrantes, pero todos dudan que una sentencia por rebelión sea firmada por unanimidad por los siete magistrados, entre los cuales hay más de uno conocido por sus fidelidades progresistas.

Lo que es obvio es que el delito se cometió frente a las cámaras de televisión y con toda la pompa y boato que se le antojó a los acusados. Y de ahí que las opciones se reduzcan a dos. O un golpe de Estado en forma de sedición o un golpe de Estado en forma de rebelión. Cualquier otra opción imaginable sería una sorpresa porque los argumentos de los magistrados para negar lo que todos los españoles vieron con sus propios ojos en septiembre y octubre de 2017 deberían rozar lo acrobático. La absolución o una condena inferior a los dos años de cárcel ni siquiera se contempla, entre otras razones porque de ser así, los jueces ya habrían puesto fin a la prisión preventiva de los procesados.

Sea cual sea, parece claro que la sentencia no contentará a los separatistas catalanes, pero tampoco a los demócratas del resto de España. Que nadie culpe al Tribunal Supremo. Es el Código Penal español el que permite que los líderes de un golpe de Estado ejecutado por funcionarios pueda solventarse, en determinadas circunstancias, con penas de sólo siete y ocho años de cárcel. Gracias, además, a esa generosa interpretación de los beneficios penitenciarios que la Generalidad ya ha ensayado con Oriol Pujol, quizá no tardemos más de un año en ver a todos los líderes del procés libres y en TV3 proclamando a gritos que lo volverán a hacer. Porque otra cosa que no hará el Tribunal Supremo es obligar a que la condena se cumpla fuera de Cataluña. 

Algo bueno tendrá, sin embargo, la sentencia si esta es condenatoria. La de poder por fin llamar a los acusados «golpistas contra la democracia» sin añadir el «presunto» delante. A fin de cuentas, esa ha sido siempre la verdadera naturaleza del nacionalismo catalán. Lo único que hará la sentencia del Tribunal Supremo será quitarle la piel de oveja al lobo. Esperemos que de una vez por todas. O hasta que el PSC y Podemos se la vuelvan a colocar, cariñosos, sobre el lomo.