Roberto R. Aramayo-El Correo

  • Los herederos de Convergència, cada vez más aislados por su propia iniciativa

Sucede algo llamativo con los nombres de las formaciones políticas. Tienden a enfatizar aquello que anhelan y justamente les falta. Pensemos en los intentos de constituir una Izquierda ‘Unida’ que luego hizo suyos Podemos al devenir ‘Unidas’ Podemos, quienes por otra parte se han restado de Sumar para tener perfil propio y ver si al menos consiguen que su antigua ministra de Igualdad sea eurodiputada. Con Junts per Catalunya pasa también eso. Su nombre proclama una de sus mayores carencias. Los herederos de Convergència cada vez están más aislados por propia iniciativa y tras romper puentes con los independentistas catalanes de izquierdas.

Sus afinidades ideológicas están más bien con los partidos que sitúan en las antípodas de sus principios. Porque Junts es tan nacionalista como el Partido Popular o Vox, con quienes comparte una defensa exacerbada de cierta lengua hegemónica y una identidad cultural excluyente en la que no encuentran acomodo los recién llegados. Por añadidura comparten una gran similitud en su cosmovisión de las cuestiones económicas y priman las tesis del ultraneoliberalismo en detrimento de la solidaridad. Teniendo en cuenta ese acentuado aire de familia no es tan extraño que voten todos a una como si fueran los tres mosqueteros del Parlamento español. Deberían hacerlo más a menudo y establecer un bloque nacionalista conservador e independentista para respaldar un Gobierno alternativo con Ayuso al frente del mismo tras las elecciones gallegas.

Lo curioso es que hayan votado conjuntamente los tres partidos en contra de una ley, la de amnistía, que demandaba Junts. El espectáculo de tensar la cuerda en la negociación para ver qué parte se viene abajo no tiene nombre. Pretender legislar a la carta y en función de lo que pueda hacer uno u otro magistrado deslegitima las funciones del poder legislativo, cuya misión es pactar leyes validas para cualquiera en cualquier momento y circunstancia. Convertir un caso particular en algo irrenunciable desvirtúa la virtualidad que pudiera tener una polémica ley de amnistía. El resto del arco parlamentario se ha dejado muchos pelos en la gatera negociando una norma tan espinosa, pero se había logrado un acuerdo. A última hora el ‘castell’ del asunto reivindicado por ese independentismo nada progresista se viene abajo al hacer depender su delicado equilibrio de una sola persona, traicionando con ello a los votantes que presumen representar. ¿Quién gana con esa sokatira?

Cuando entran o salen del Congreso, los parlamentarios de Junts caminan perfectamente alineados, como si fueran la guardia pretoriana del afincado en Waterloo. Salvando las infinitas distancias habidas y por haber, te hacen evocar a ‘Los siete samuráis’ de Akira Kurosawa, esa magnifica película que dio lugar a réplicas igualmente célebres. Parecen ir abriendo paso a su líder, como los lictores romanos que precedían y flanqueaban a sus magistrados. Diríase que, de un momento a otro, bien pudiese comparecer un carro donde Puigdemont hiciera una entrada triunfal para conmemorar su victoria. No le vendría mal recordarle su condición mortal, como se hacía con los césares para bajarles los humos. Este momento de gloria mediática tiene los días contados. Más le valdría buscarse un empleo con el que ganarse las lentejas fuera de la política y sin contar con mecenas que le cubren un estilo de vida poco acorde con su condición.

El problema es que Puigdemont ya ejerce una función en la política española. Descontándole de la ecuación, ¿cuál sería el discurso de quien lidera la oposición? Por supuesto siempre le cabría volver a rentabilizar vilmente la carta del terrorismo etarra, siguiendo las enseñanzas de Aznar. Pero esto sirve también del revés. ¿Qué reivindicaría quien se define como presidente de la muy efímera e imaginaria ‘república independiente de Cataluña’? Sin ser un prófugo de la justicia y una víctima de la represión españolista, ¿cómo podría presentarse ante la opinión pública este personaje tan estrambótico que interpreta las normas a su conveniencia y con arreglo a la ley de embudo?

Están pendientes los Presupuestos y el cumplimiento de muchos compromisos electorales de gran calado social. Pero eso parece ser lo de menos para unos partidos a los que solo preocupa la contienda electoral en ciernes y contentar a su audiencia con las patrañas de turno. ¿Sería mucho pedir que alguno se inclinara por comportarse como un adulto en la habitación y ejercer esas responsabilidades para las que se le respaldó en las urnas? Dejemos de creer que todos cuantos deciden ejercer la política son iguales. No comparemos por favor a Donald Trump con Pepe Mujica y atrevámonos a pensar con cuál de los dos podría homologarse más alguien como Carles Puigdemont.