El Correo-TONIA ETXARRI

La expulsión del diputado Gabriel Rufián de la sesión de control del Congreso fue la guinda que ayer coronó el proceso de degradación del debate parlamentario y de desprestigio de la institución. Una situación buscada reiteradamente por los independentistas catalanes que reniegan de las Cortes españolas pero que no renuncian ni a su escaño ni a su sueldo. El ministro Borrell, interpelado por el republicano, no podía esperar un nivel político de altura pero confesó que le habría gustado intercambiar impresiones sobre política internacional. Nada de eso ocurrió. Rufián buscó la bulla. Como siempre. Provocó e insultó con su lenguaje tabernario. Como siempre. Y fue expulsado por contravenir las normas. Una medida extrema que en ese hemiciclo, durante 41 años, solo se utilizó una vez con el diputado popular Martínez Pujalte.

El de ayer fue un grave incidente. Con la sombra del ‘procés’ sobre el hemiciclo y las dudas que está generando el Gobierno de Sánchez en sus movimientos complacientes hacia los independentistas catalanes –el último, el cese / relevo del abogado del Estado que sostenía la calificación del delito de rebelión–. Después del numerito del aspirante a ‘showman’, la polémica de repente se centró en si se había producido, o no, el escupitajo que Borrell dijo haber sufrido por parte de un representante republicano. El aludido lo negó. Pero lo más sorprendente de todo fue que sus compañeros de grupo no lo vieron.

El ministro socialista, que momentos antes había recibido el caluroso aplauso de la bancada de Ciudadanos, puesta en pie, en bloque, debió sentir la más absoluta soledad al comprobar que los suyos no vieron nada. Eso dijeron. Ni con la grabación del VAR siquiera. No pasó nada. ¿Un suspiro?¿Un bufido? ¿Un mohín? Si Borrell sostuvo que un diputado de Esquerra «se giró y me escupió» ese testimonio debería ir a misa (con perdón) para sus compañeros socialistas. Pero para la portavoz Adriana Lastra los responsables de la crispación son los del PP (¿qué pintaba este partido en el fuego cruzado entre Rufián y Borrell?) y para Sánchez el nubarrón es tan extenso que se le ocurrió pedir disculpas a la sociedad. Así, en general. ¿Por «el serrín y el estiércol» que extendió Rufián o también se disculpaba por su ministro?

Pero el sanchismo está en otros cálculos. Si los 9 diputados de ERC no fueran fundamentales para garantizar al presidente su permanencia en La Moncloa el desarrollo de la sesión de ayer habría seguido otro curso. Y los socialistas habrían tenido que ser los primeros en denunciar la operación de desprestigio de la institución que se está llevando a cabo, desde hace tiempo, por parte de sus socios en la moción de censura. Tendría que importarles los «insultos sin límites», como los calificó Felipe González.

No parece muy conveniente que las ofensas se borren del diario de sesiones. La presidenta de la Cámara esgrimió sus razones para hacerlo. Para que dentro de otros 40 años la gente no tenga esas referencias tan grotescas y provocadoras de una sesión parlamentaria. Pero quizás sea más aleccionador para las siguientes generaciones, precisamente, que quede estampado, negro sobre blanco, que Tardà llamó fascista a Rivera, que al día siguiente Rufián llamó racista y ‘hooligan’ al ministro de Exteriores. No se debatió ni de Presupuestos ni de la independencia judicial. La bufonada y el odio lo impregnó todo. Pero dice Pedro Sánchez que gracias a él «se ha recuperado la normalidad institucional». ¿A qué se referirá?