Luis Ventoso-ABC
- Los políticos ignoran a unos graduados que van de cabeza al paro
Joven, mejor formado que sus padres… y perfectamente desempleado. El fenómeno ocurre en todos los países. Los recién licenciados que buscan un empleo se están topando con el muro infranqueable de una crisis imprevista y severísima. Van de cabeza al paro. Les resulta imposible iniciar sus vidas tal y como preveían. Miles de graduados españoles han retornado al hogar paterno y languidecen sin saber qué hacer. Por muy buenos que sean sus expedientes académicos, por mucho máster y muchos idiomas que esgriman, apenas acceden a entrevistas laborales. Con el desplome de la demanda, las empresas tienen tal losa encima que piensan más en despedir que en contratar. Se habla ya de la «Generación Limbo», una promoción de jóvenes que corre
el riesgo de perderse, al encontrar cegadas todas las puertas del mercado. La larguísima crisis de 2008 machacó en su día a los que hoy tienen entre 32 y 41 años. El drama puede repetirse ahora de manera todavía más cruda.
En España todo se agrava, porque la situación laboral de los chavales ya resultaba deprimente antes del coronavirus. La tasa de paro era muy alta y la mayoría de quienes lograban encontrar un empleo eran víctimas de una epidemia de bajos salarios, que dados los precios de los alquileres en las grandes capitales les impedía iniciar un proyecto vital autónomo. Pero las cifras actuales son ya de pura vergüenza: España sufre la mayor tasa de paro juvenil de la UE, con un 40,8% de los menores de 25 años sin trabajo, frente al 16,8% de media comunitaria.
Un titular así supone una emergencia nacional, pues el buen futuro del país dependerá de esos jóvenes que están viendo taponado el arranque de sus vidas. Entre nuestros vecinos este problema forma parte del debate público y político. Francia lanzó en julio un plan de choque de 6.500 millones para ayudar a encontrar empleo a los licenciados que se dan de bruces con el Covid. Lo mismo en el Reino Unido, donde el Gobierno pagará a las empresas durante seis meses el salario de los jóvenes de 16 a 24 años que contraten. ¿Y aquí? Pues aquí seguimos con un debate político onanista. Si se fijan, nuestros dirigentes dedican el grueso de sus declaraciones a parlotear sobre cuitas partidistas, y no a los problemas concretos de las personas. Desde hace más de dos años no tenemos ni Presupuestos Generales, el mínimo de todo país civilizado. Nuestro Gobierno, el de una nación puntera del primer mundo, es incapaz de contar los muertos por la epidemia e incluso se ha desentendido de la crisis sanitaria, que ahora considera asunto autonómico. La distancia entre lo que se dice y lo que se hace resulta abismal (ahí está la gamberrada del cacareado «ingreso mínimo vital», donde el Ejecutivo solo ha sido capaz de aprobar el 0,57% del aluvión de solicitudes recibidas). Pero el público se enreda con la espuma de los días -las provocaciones de Iglesias, las ondas del cayetanazo, la brocha gorda de Abascal, la charlatanería hueca de Sánchez- y no exige respuestas ante los retos sustanciales.
Tenemos empantanada en el sofá de sus padres a una generación de jóvenes españoles, totalmente olvidados por una clase política que cree que gobernar es tuitear, salir en la tele y atornillarse al sillón como sea.