Pedro José Chacón-El Correo
Urkullu sabe bien lo que es padecer un Madrid vuelto de espaldas y dirigir cartas de atención sin obtener respuesta. Los que decidieron que cayera Rajoy no repararon en eso
El lehendakari, Iñigo Urkullu, ha sido citado ante el tribunal que juzga el llamado ‘procés’ a propuesta de una de las defensas de los encausados, lo cual nos va a ofrecer la oportunidad de ver a la más alta instancia política de Euskadi sometida a las preguntas de las diferentes partes -incluido el representante de Vox por la acusación popular- y a las que, como testigo, no se va a poder negar a contestar. Una imagen nada deseable para un gobernante en ejercicio que, además, se enteró de su citación por la prensa, lo cual indica que las relaciones entre los acusados y el lehendakari o el PNV en general no son tan fluidas como se suponía.
Y es que el PNV ha entrado, con el ‘procés’ y la radicalización del catalanismo moderado, en una fase de absoluta soledad respecto del resto de partidos nacionalistas en España. Una soledad no en el sentido de que se haya deteriorado la sintonía entre ellos, que en parte también, sino sobre todo en el de la táctica política. Con la negativa de todo el nacionalismo catalán -también de EH Bildu- a sacar adelante los llamados «Presupuestos sociales» de Pedro Sánchez y con la convocatoria inmediata de elecciones por parte de este, el PNV se ha dado de bruces con la cruel realidad: ya no tiene aliados nacionalistas para llevar adelante sus políticas en Madrid. Y de aquellos tiempos en los que se sentía en sintonía y protegido por el mayor número de diputados del nacionalismo moderado catalán ha pasado a los actuales en los que recibe coletazos de su mutación radicalizada, como este de la citación ante el Tribunal Supremo.
En el reciente debate sobre los Presupuestos, después de ocuparse de lo que llamó coalición «casadorriverista», el portavoz del PNV en el Congreso, Aitor Esteban, dedicó la parte final de su discurso a los partidos catalanes que le habían dejado a Sánchez en la estacada, a los que recordó que «en política hace falta algo más que tener la razón para que las cosas sucedan. No basta simplemente con desearlo o invocarlo. Hay que tomar decisiones elevando la mirada y con perspectiva a medio y largo plazo, más allá de los desahogos personales o colectivos». ¿Este pragmatismo tan evidente fue el que guió al PNV cuando hizo caer a Rajoy? A la vista está que no.
No hubo pragmatismo en clave jeltzale en la moción de censura a Rajoy porque entonces apeló a una exigencia de higiene democrática que caía en una lógica puramente española. Porque ¿desde cuándo el PNV ha actuado en clave nacional española antes que vasca? ¿No dice que solo piensa en Euskadi? ¿Qué le podía importar que en España pensaran que estaba sosteniendo a los de la corrupción? ¿Tanto le afectó el vudú permanente de los medios en Euskadi y en la izquierda española contra Rajoy que prefirió perder el ascendiente sobre todo un Gobierno de España dispuesto a satisfacer sus peticiones? Cuesta creerlo. ¿Pensaron los burukides nacionalistas que dándole el sí a Sánchez, enfangado con los del ‘procés’ catalán, iban a conseguir más del Estado que con un Rajoy apuntalado, aunque fuera provisionalmente, por Ciudadanos?
Estamos ante un partido que destaca sobre el resto por su profesionalidad y discreción. Y por una sólida implantación territorial, que saldrá a relucir en las próximas citas electorales y que trabaja constantemente su dirección con personal dedicado a ello las 24 horas del día. Pero, al mismo tiempo, funciona con una bicefalia que diferencia entre organización interna y trabajo institucional y que tiene que decidir lo que interesa al partido sin interferir con lo que interesa a la comunidad donde gobierna. Y lo que constituye una virtud y una ventaja en muchos casos, también puede convertirse en un problema como creo que ha ocurrido en esta ocasión. La moderación de Urkullu, que le llevó a mediar en el ‘procés’, no pudo impedir que el órgano máximo del partido tomara una decisión que vino muy condicionada por una opinión pública vasca visceralmente predispuesta contra Rajoy. Y teniendo a mano la posibilidad de tumbarlo, la tentación fue irresistible.
Demostraron así que les afecta más la política española de lo que siempre verbalizan. Tomaron aquella decisión más con las tripas que con la cabeza, y eso no se lo puede permitir un partido con los resortes de poder que maneja el PNV. Fue un error que se ha traducido en la pérdida de una posición privilegiada en Madrid, que ya veremos cuándo recupera. Urkullu sabe muy bien lo que es padecer un Madrid vuelto de espaldas y tener que dirigirle cartas de atención sin obtener respuesta. No repararon en eso los que decidieron que cayera Rajoy una mañana tibia de final de mayo en Vitoria. Fue una decisión que podía haber llevado a la radicalidad, pero que el pragmatismo de Urkullu y de Ortuzar recondujo en estos últimos meses buscando la salida pragmática y ventajosa con Sánchez, del mismo modo que la obtuvieron con Rajoy. Pero los compañeros de viaje eran muy distintos ahora.
Queda poco para que veamos los resultados de haber dejado decisiones estratégicas de calado en manos de personas demasiado ideologizadas y poco acostumbradas a bregar con la política del día a día. De momento han conseguido que el PNV esté en soledad. Y en soledad los individuos pueden alcanzar la excelencia, pero con los partidos políticos la cosa no suele funcionar del mismo modo.