Esteban González Pons-El Confidencial

¿Es compresible que el sur exija solidaridad a la UE? Lo es. Pero ¿no resulta lógico, del mismo modo, que Holanda o Alemania sean prudentes a la hora de avalar? También es razonable

Los europeos hemos empezado a asumir con cierto estoicismo que tras la emergencia sanitaria, llegará la emergencia económica y social. Ya es inevitable. Cuesta decirlo, pero lo mejor que nos puede pasar en estos momentos es que al menos la primera no se superponga con las segundas.

No creo que haya en este momento Gobierno que no esté trabajando en planes de contingencia para frenar el primer impacto de la crisis. Aquel que se traducirá en empleos perdidos y empresas cerradas. Lo que nos espera será desgarrador. Yo me pongo en lo peor, mejor que le llamen a uno exagerado que indolente. Si todos hubiésemos escuchado antes a la OMS, nos habría ido mejor.

Llevamos el susto en el cuerpo desde que China anunció que su economía se había contraído un 6,8% en el primer trimestre del año en comparación con el mismo periodo del año pasado. Es la primera vez que ocurre en 30 años. Si la comparación la hiciéramos con el último trimestre de 2019, aún sería peor, alcanzaría el 9,9%.

Las cifras que va adelantando el Fondo Monetario Internacional también resultan muy desalentadoras, para qué vamos a engañarnos. Según sus últimas proyecciones, el crecimiento mundial se contraerá hasta el -3%. El peor escenario desde la Depresión. Por hacerse una idea, tras la crisis de 2009, la economía global se contrajo solo hasta el -0,1%. Echen cuentas… No es que no lo imaginásemos, pero la confirmación de la sospecha siempre conlleva algo de dolor añadido.

Obviamente, nadie sabe a ciencia cierta qué va a pasar y cómo de profunda será la crisis a la que nos enfrentemos. Pero la incertidumbre en cuanto a lo que viene después es de tal magnitud que los apologetas del nacionalismo están aprovechando para hacer su agosto. Nada peor nos podría pasar que las recetas para salir de la crisis sean los postulados de Donald Trump.

Respuestas globales

Si algo tengo claro es que, para salir de esta crisis global, se van a necesitar respuestas globales. El multilateralismo y la cooperación internacional serán instrumentos fundamentales para volver a poner la economía mundial en marcha. Nada distinto de lo que los europeos tendremos que hacer, a nuestra escala, si queremos sobrevivir como Unión.

Déjenme ser directo y franco en esto con ustedes. Creo que en las últimas semanas, el debate político europeo se ha emponzoñado hasta tal punto que es prácticamente imposible discernir lo que es mentira de lo que es verdad. Y los ciudadanos tienen derecho, tenemos derecho, a saber al menos qué decisiones se están tomando.

El multilateralismo y la cooperación internacional serán instrumentos fundamentales para volver a poner la economía mundial en marcha

Me avergüenza contemplar a partidos de gobierno del sur de Europa alentando que el norte es racista, insolidario y que nos quiere ahogados. Y lo mismo a partidos de gobierno del norte, sosteniendo que el sur es responsable de lo que le ocurre, que no sabe gastar y que la peste le sorprendió sin estar suficientemente preparado. Para los populistas del sur, el norte no tiene corazón. Para los del norte, la peste es la consecuencia de los pecados del sur. En lugar de ayudarnos, hemos empezado a culparnos unos a otros.

Este ambiente enrarecido lo han ido sembrado los gobiernos nacionales año tras año de atribuirse todo lo bueno que llegaba de Bruselas (ellos lo ‘arrancaban’ en negociaciones heroicas hasta la madrugada) y endosarle a la Unión Europea todo lo malo, como sanciones, limitaciones a la competencia o tratados de libre comercio (como si la UE de hoy fuera algo diferente de la voluntad de los 27 gobiernos nacionales sumados). Los gobiernos nacionales cuidan de nosotros, la UE nos persigue. Precisamente, así empezó el Brexit.

La situación se complica aún más porque la prensa del sur no se lee en el norte y en el sur tampoco leemos los periódicos del norte; de modo que para los políticos nacionales lanzar bravatas o bulos es gratis, ya que no hay quien les corrija. Peor aún, no hay periodista en el norte que se atreva a explicar bien lo que sucede en el sur, ni a la inversa. Aquí, por ejemplo, nadie ha escrito nunca que los alemanes tienen sus razones para oponerse a la mutualización de las deudas nacionales, y lo cierto es que las tienen.

Para los populistas del sur, el norte no tiene corazón. Para los del norte, la peste es la consecuencia de los pecados del sur

¿Es compresible que los del sur, que ponemos el mercado único y que hemos sufrido la peste con más violencia, exijamos solidaridad a la UE? Lo es, sobre todo teniendo en cuenta la soledad con que Italia afrontó los primeros arreones de la pandemia. Pero ¿no resulta también lógico que Holanda o Alemania sean prudentes a la hora de avalar con sus presupuestos nacionales los planes de gasto que anuncian Podemos en España o el Movimiento 5 Estrellas en Italia, que no entiendan por qué a su cargo se han de financiar prestaciones sociales de las que no disfrutan ni holandeses ni alemanes? Pues, si somos sinceros, también esta posición es razonable.

Es cierto que el conjunto de la UE reaccionó tarde y mal ante la peste. Dada una situación de alarma a la que casi ningún Gobierno supo anticiparse, en vez de convocarse un Consejo inmediato y coordinar las medidas, cada país decidió actuar por su cuenta y riesgo. Así fue como se generó el caos de las fronteras o los vetos a las exportaciones de material sanitario entre naciones europeas. Aún a día de hoy, los gobiernos europeos son incapaces de establecer un sistema único de registro de contagios y fallecidos por el Covid-19. Y mucho me temo que, a medida que algunos países vayan levantando las medidas del confinamiento, veremos todavía más confusión y descoordinación. Pero estos fallos pongámoslos en el haber de los Estados y no en el de las instituciones de la Unión, que para bien o para mal tienen las competencias que tienen.

Desgraciadamente, como siempre, el debate europeo sobre la peste ha quedado reducido al asunto económico. Nos empeñamos en decir que la UE no es solo un mercado, pero cuando uno ve a los primeros ministros actuar, le queda la sensación de que los gobiernos nacionales son incapaces de poner en común nada que no sea economía y comercio.

Aún a día de hoy, los gobiernos europeos son incapaces de establecer un sistema único de registro de contagios y fallecidos por el Covid-19

En este sentido, resulta evidente que hará falta mucho dinero para reconstruir la economía europea cuando pase la pandemia. El dinero solo puede provenir de tres fuentes: impuestos, impresión de billetes o préstamos. Todos los países están de acuerdo en que, descartadas las dos primeras opciones, hay que pedir prestado, esto es: hay que emitir bonos. ¿Quién los emite? ¿Quién los avala? ¿Cómo se reparten los euros recibidos? Esas son las grandes preguntas a las que intentará responder el Consejo del próximo jueves.

Los países del sur, muy endeudados y que, por eso, temen pagar altos intereses, proponían mutualizar las deudas nacionales, de modo que con el aval de Holanda y Alemania los intereses resultaran más bajos. Los países del norte, preocupados por que un fallo en el pago por parte de los del sur acabara perjudicando su propio presupuesto o encareciendo su propia deuda nacional, se negaban y, en todo caso, exigían condiciones de recorte de gasto público inasumibles para el sur golpeado por el coronavirus. Así pues, la financiación de la deuda de reconstrucción de la economía europea parecía no tener remedio.

La semana pasada fue de largas negociaciones en el Parlamento Europeo. Finalmente se aprobó una resolución, apoyada por el Partido Popular, por el Partido Socialista y por los liberales de Ciudadanos, por la que se insta al Consejo a que sea la Comisión quien, con el aval de su presupuesto y del marco financiero plurianual, salga al mercado a endeudarse y que después redistribuya los fondos. Para nosotros, es una mejor solución que la mutualización de deudas públicas, porque evita que crezcan las deudas nacionales y, por otro lado, tampoco perjudica a Holanda o Alemania, ya que no compromete su endeudamiento nacional. Por último, supone un primer paso en la construcción de un Tesoro europeo. Incomprensiblemente, o no, Podemos votó en contra de esta solución. Todo apunta a que el próximo Consejo seguirá esta línea marcada por el Parlamento.

Para que su propuesta tenga éxito, el Gobierno debería buscar el consenso del principal partido de la oposición antes de presentarse en el Consejo

La propuesta del Gobierno de España (del que, por cierto, todavía forma parte Podemos) que conocimos ayer también va por ahí. Le ponen una cantidad (un billón y medio de euros), hacen perpetua la deuda de la Comisión (para no encarecer las aportaciones al marco financiero plurianual) y proponen que el dinero se reparta como si viniera de un fondo europeo más (para evitar créditos y condicionalidades), pero consiste en bonos de la Comisión y no en mutualización de deudas nacionales. Bien, está claro que España ha marcado una posición de salida en la negociación. Que, al final, no será un billón y medio sino un billón, más o menos, que la deuda no será perpetua, aunque sí de largo plazo, y que el dinero se repartirá entre créditos y algún fondo europeo, pero vamos en la buena dirección.

Creo que es un buen punto de partida, que conviene a todos y además es europeísta. No obstante, para que una propuesta así tenga éxito, el Gobierno debería buscar el consenso del principal partido de la oposición antes de presentarse en el Consejo. Con el respaldo del PP y de Cs, los dos partidos que están representados junto con el PSOE en el Gobierno de Europa, la posición española sería fortísima. Solo con el aval de Podemos, se entenderá que no se llega muy lejos en Europa.

Mi satisfacción como federalista europeo es que el trabajo del Parlamento Europeo de esta semana ha servido.

Sé que es un tópico recurrente en la clase política decir que necesitamos más Europa. Pero nunca fue tan verdad como lo es ahora. El mundo ya cambiaba a velocidad de vértigo antes de la crisis. Pero ahora hemos entrado en un túnel sin luz y, de momento, sin vislumbrar la salida. Las circunstancias extraordinarias a las que nos enfrentamos requerirán de nuestros gobiernos flexibilidad, creatividad y soluciones innovadoras. Soluciones que, por sus dimensiones deberán ser acordadas a escala europea.