Tonia Etxarri-El Correo
10-N se proyectaba sobre los discursos de los diputados. Incluso en aquellos que, como Idoia Mendia, aseguraban que los socialistas vascos no están pensando en elecciones. Lo dijo en el mismo escenario en el que Urkullu había sentenciado que la repetición de las elecciones (generales) es «un paso atrás». El lehendakari quiso dar una imagen de estabilidad de Euskadi en contraposición a la incertidumbre provocada por el desgobierno inicial de Sánchez y su incapacidad de ofrecer un Ejecutivo sólido después de haber pasado por las urnas el 28 de abril.
Una situación en la que ha tenido mucho que ver, por cierto, el PNV. Fue quien cambió de bando a los quince días de haber firmado los Presupuestos de Rajoy, para empujar en la moción de censura a favor de Pedro Sanchez. Ahora los nacionalistas se lamentan de la vuelta a las urnas. Por eso Alfonso Alonso les recordó el cambio de alianzas que ellos mismos protagonizaron. Parece que, salvo sorpresas con cambios en rebajas fiscales, es éste un camino sin retorno. Un viraje que traerá consecuencias en Euskadi. No le fue tan mal al PNV con Rajoy. La prueba es que ahora le reclaman a Sánchez la aplicación de aquellos acuerdos presupuestarios constatando que la concreción de inversiones y traspasos sigue al ralentí. Que el ansiado TAV no se divisa en la lontananza y, para recriminación de su antiguo socio presupuestario en Euskadi, tan solo ha logrado unos kilómetros de autopista. Pero agua pasada no mueve molino. Y Urkullu siente su soledad parlamentaria a la hora de pactar sus cuentas públicas en la comunidad autónoma. Pero no es tan soberbio como Sánchez. Por eso lanzó guiños a Podemos con referencias a la igualdad y al cambio climático mientras EH Bildu, socio en el pacto sobre el nuevo estatuto, no se descartaba como aliado presupuestario con condiciones en un tono propio del juego parlamentario. Pero el lehendakari gobierna en minoría, acompañado por un Partido Socialista complaciente que, en alguna ocasión como con el cambio fiscal de Bizkaia que beneficia a los jugadores del Athletic, ha levantado la voz. Sin rasgarse las vestiduras de su acomodada ubicación en el Gobierno vasco. Urkullu se aferra a la solidez de la economía vasca pero los primeros síntomas de la recesión ya se visualizan con nitidez.
Habla de tiempos de incertidumbre, ahí fuera, pero sabe que el oasis imaginario de Euskadi es tan frágil que advierte de que el estado de alerta es máximo. Pero a él le quedan deberes por hacer. La ponencia de convivencia. El nuevo estatuto. Un proyecto que, según el PP, tiene como objetivo proclamar la autodeterminación. No parece recomendable seguir la estela de los secesionistas catalanes. Si se queda alguna fuerza política en el camino, no se podrá presumir del «máximo consenso». Veremos si Urkullu consigue hacer la cuadratura del círculo.