Kepa Aulestia-El Correo

El Debate de Política General se desarrolló ayer como acto final de la legislatura autonómica, acuciado por la convocatoria de nuevas elecciones generales para el 10 de noviembre. El lehendakari Urkullu subrayó que Euskadi constituye una realidad política dialogante, cuyos ‘cortafuegos’ nos distanciarían de la zozobra que supone la inestabilidad en la gobernación de las instituciones centrales del Estado. Reconoció que la falta continuada de una mayoría de gobierno en el Congreso afecta directamente al futuro inmediato del País Vasco; aunque atenuó sus efectos al eludir la enumeración de los factores que inquietan al lehendakari y han incomodado al PNV en el dilatado fiasco de la gobernación de España. Pero comparar la parálisis de un Gobierno que seguirá en funciones durante cinco o seis meses más, en el mejor de los casos, con el balance de actuación de un Ejecutivo en minoría -el presidido por Urkullu- en un entorno institucional estable gracias a la coalición entre jeltzales y socialistas vascos, resulta ventajista. Hacen falta muy pocos logros tangibles y la constatación de que a Urkullu no le pasa lo que a Sánchez para proyectar un mensaje de satisfacción en puertas de nuevas elecciones generales y de otros comicios autonómicos.

Lo cierto es que la convocatoria del 10-N ha trastocado sustancialmente las previsiones y planes del lehendakari Urkullu y de su partido. Porque ya desde el momento en que se malogró la aprobación de los Presupuestos 2019, y se truncó la posibilidad de alargar esa particular legislatura inaugurada con el voto de censura a Rajoy, se vino abajo la oportunidad de apurar los réditos de un mandato necesitado imperiosamente del soporte parlamentario jeltzale. Frente al maximalismo del independentismo gobernante y a la vez dividido en Cataluña, el PNV asomaba como el socio fiable del Gobierno sorpresivo de Sánchez. En tanto que por su trayectoria centenaria y su posición de décadas al frente de las instituciones vascas era -y es- el único grupo de las Cortes Generales capaz de identificar sin titubeos sus intereses materiales -presupuestarios y normativos- inmediatos, aunque resulten discutibles punto por punto. Pero la convocatoria de las generales del 28-A primero, y las del 10-N ahora, echó por tierra la posibilidad de acompasar la peripecia de un Sánchez necesitado con la última parte de la legislatura de Urkullu. En menos de un año se abrió y se cerró la ventana de la bilateralidad.

A Urkullu corresponde decidir la fecha de las próximas autonómicas. Dependerá sin duda de si el escrutinio del 10-N conmine o no a una pronta solución de gobierno. Pero es lógico pensar que el lehendakari trate de distanciar la liza electoral vasca de lo que tarden en serenarse las instituciones de la España central, con la eventual colaboración del nacionalismo gobernante en Euskadi. El disgusto en Sabin Etxea se debe a que hemos pasado de un horizonte predecible al juego temerario con el que Sánchez trata de obtener ventaja. Hemos pasado de la cancha a la grada, hasta quedar en manos de la volatilidad electoral. Conviene no engañarse; la gobernación vía moción de censura resultaba infinitamente más segura para los intereses de Euskadi a ojos jeltzales. Ya se sabe de los peligros que encierran las urnas. El 28-A la Euskadi abertzale se sumó en primera línea a la reacción generada por el ascenso de Vox. Había amenazas de recentralización que se acallaron ayer en el Debate de Política General. Y hasta la mitad irredenta de Cataluña actuaba como acicate identitario. Hoy todo ha cambiado. No hay tantos estímulos para que se venga arriba la naturaleza reactiva del nacionalismo. Es imposible que en los meses que restan para las elecciones al Parlamento de Vitoria se alcance un juicio ético unánime sobre la perversión etarra. Se demostrará que los expertos designados para la misión no pueden salvar el disparatado desencuentro partidario sobre el futuro del autogobierno. Y los esfuerzos que las instituciones vascas hagan frente al cambio climático, la crisis demográfica o los retos tecnológicos servirán muy poco más que para anotarlos en el cuaderno de las diferencias respecto al marasmo español. Todo cuando crecer al 2% o menos se volverá desastroso para el empleo en la España de la que Euskadi no podrá descolgarse en ningún caso.