La sombra de Lizarra tras una pancarta

EL CORREO 14/01/14
JESÚS PRIETO MENDAZA, ANTROPÓLOGO Y PROFESOR

· No puedo entender que un partido considerado moderado pueda, catorce años después, abrir de nuevo aquella gran trinchera en el seno de la sociedad vasca

Bien. Ya pasó. La torpeza policial, o la inacción, en términos políticos, del Gobierno de Mariano Rajoy propició la primera convocatoria de manifestación. Prohibida (por un juez vasco, no lo olviden ustedes) la manifestación nº1 no se celebró, y gracias a un interesante, casi rocambolesco, juego político se convocó la manifestación nº2. La marcha del sábado por las calles de Bilbao se celebró, fue un éxito rotundo y congregó a un importantísimo número de personas. Bien ¿Y ahora qué?

El lema escogido, ‘Derechos Humanos. Acuerdo. Paz’, fue, sin duda, un título aséptico en el que toda la sociedad vasca puede caber. ¡Que digo la sociedad vasca! La sociedad española, la sociedad europea y la propia comunidad internacional pueden suscribir este lema. Sin embargo, y no creo estar descubriendo nada, sabemos que quienes han dado coartada, durante décadas, a los asesinos y a los creadores del término «socialización del sufrimiento» han sido unos magníficos gestores de la perversión del lenguaje, tanto que ésta ha calado, cual persistente sirimiri, en una parte importante de la sociedad vasca. Todos sabemos que los tres conceptos fundamentales (Derechos Humanos, acuerdo y paz) alegados para la marcha no tienen igual significación para Andoni Ortuzar que para Laura Mintegi, para un miembro de Gesto por la Paz que para el ‘Carnicero de Mondragón’, para un militante cristiano de base que para Martín Garitano. Pero marcharon juntos, sin flirteos incómodos pero unidos bajo un mismo palio simbólico, que, en definitiva, puede ser un objetivo final compartido por la Umnah (comunidad mundial islámica) nacionalista. De esta forma unos caminaron en silencio y otros, por el contrario, entendieron que la amnistía (sin arrepentimiento y sin colaboración en la resolución de casos sin esclarecer) era sinónimo de paz, y así se hicieron oír.

Quienes me conocen, en especial los amigos nacionalistas que me van quedando (otros, poco a poco, han decidido que mi amistad no tiene el RH requerido) saben de mis críticas hacia el comportamiento del PNV durante la manifestación posterior al asesinato de Jorge Buesa y Jorge Diez Elorza, en febrero de 2000. Durante más de diez años he afirmado, en mis artículos o ponencias, que aquel fue el mayor error del PNV en su historia. Pues bien, hoy me asalta la duda, ya no sé si fue un error o una acción deliberadamente planificada a tenor de la repetición del sábado. No puedo creer que un partido considerado moderado (eso que en términos coloquiales se denomina ‘gente de orden’) pueda, catorce años más tarde, abrir de nuevo aquella gran trinchera en el seno de la sociedad vasca. No puedo entenderlo, si no es por la llamada atávica de unos orígenes míticos. No puedo comprender que obvien la falta de una parte, minoría significativa, de la sociedad vasca: quien no se siente nacionalista, o, al menos, no como ellos.

El mismo sábado, me topé en la escalera de casa con un vecino, víctima de ETA. Su padre, farmacéutico militar, fue asesinado en Durango en el año 1980. Pudo llevar escolta, pudo pagar el chantaje que le pedían, pero no lo hizo. Decía que no podía caer en la indignidad. Que no podía poner en peligro la vida de un joven escolta, que no podía entregar un dinero que pudiera servir para asesinar a otras personas, que prefería morir él que poner en riesgo la vida de otros. Así fue, aquel padre de familia cayó asesinado de un tiro en la nuca por alguien que le consideraba ajeno al grupo de los escogidos para la redención patria. Su esposa, no pudo recuperarse del golpe, falleció unos años más tarde. El sábado mi vecino, con lágrimas en los ojos, volvía de un cerro cercano sito en un parque del vitoriano barrio de San Martín: allí había encendido una vela en recuerdo de su padre. No le dije nada. Entre tanta indignidad travestida de virtud, me pareció un hermoso gesto. Tan sólo le puse una mano en el hombro.

Mis artículos suelen resultar incómodos. Lo sé. No comparto la falta de iniciativa, que no significa concesión, del Gobierno de la nación. No comparto los exabruptos de ciertos tertulianos, más próximos a la ultraderecha que a una opinión objetiva. No comparto la visión de una gran Euskal Herria pura y homogénea. No comparto los deseos de venganza (una parte minúscula) de algunas asociaciones de víctimas. No comparto tantas cuestiones aquí en juego. Pero aun siendo crítico con numerosas de estas actuaciones, no puedo aprobar que se prime más el mantenimiento de cotas de poder, en clave nacionalista, junto a la indignidad, que la cohesión social de un País Vasco plural en el que podamos caber todos, con dignidad.

¿Acaso alguien, el sábado, se acordaba transitando por las calles de Bilbao del gran ejemplo de dignidad de este farmacéutico de Durango?