EL CORREO 16/10/13
TONIA ETXARRI
Las reapariciones de los expresidentes suelen generar inquietud entre los adversarios y cierta incomodidad entre sus compañeros de partido, aunque, a base de recuperar sus «minutos de oro» en momentos de tanta confusión en el debate politico, ya nadie recrimina su «injerencia» cuando aparecen por el escenario. Pero, a diferencia de Felipe González, que suele mantenerse en posición de retirada cuando advierte que cada vez se siente «menos simpatizante» del PSOE actual, las intervenciones de Aznar hacen saltar la alarma. Su convencimiento de que España está tan mal que posiblemente se le necesite da que pensar en su retorno, incluso en los mismos círculos donde declaran públicamente que la historia no debería repetirse.
Desde que Aznar confesó en una entrevista en televisión, la primavera pasada, que no descartaba volver a la primera línea de la política, su sombra se proyecta cada vez más alargada sobre la sede de Génova. De su participación en el acto de San Sebastián en donde presentó el libro que recopila testimonios de víctimas del terrorismo verdaderamente estremecedores, se ha puesto especial énfasis en su emplazamiento a Rajoy («no es una virtud del Estado dejarse desafiar…») para que no deje pudrir la situación de Cataluña. Pero donde puso el dedo en la llaga fue en las referencias a la Generalitat al decir a su presidente las cosas que, en su opinión, debería decírselas Rajoy. «Cuando se ganan las elecciones autonómicas, se gana el poder constituido, no un poder constituyente». Una advertencia para quien pretende hacer de sus próximas elecciones al Parlamento un plebiscito sobre la independencia. No tiene nada que hacer.
Se lo podría haber dicho así de claro el propio Rajoy. Pero lo hizo él. Parece lógico, pues, que Artur Más respirara por la herida, acusara el golpe y viera, donde Aznar hablaba de la necesidad de aplicar la Constitucion, una amalgama de palabras inspiradas en la «intransigencia, intolerancia y beligerancia», no contra él sino contra Cataluña en general. La nación, ese concepto «tan discutido y discutible» para Zapatero es, en opinión de Aznar, «mucho más valiosa de lo que intentan quienes encuentran en ella una resistencia a sus proyectos políticos». Una nación de ciudadanos que «nada tiene que ver con el proyecto nacionalista de involucion».
Mientras los observadores y adversarios políticos se debaten en la tesitura de los planes de Aznar, su partido en Euskadi ha ofrecido una imagen de división que se produce cada vez que la expresidenta y afiliada María San Gil cuestiona la política de tolerancia de los populares hacia la izquierda abertzale. Ni Quiroga ni Sémper se molestaron en acudir al acto de Aznar sobre el libro de las víctimas del terrorismo, alegando problemas de agenda. A Sémper le ha parecido injusto que San Gil aludiera a una situación concreta de dirigentes del PP compartiendo fotos o tomando café con esa izquierda abertzale que, en la actualidad, acaba de insultarlo a él llamándolo fascista en sede parlamentaria. Se queja.
Y Carlos Iturgaiz le pide respeto para la exdirigente popular. Así no van bien. Tendrán que responder a la pregunta del guión de cualquier investigación policial: ¿Quid prodest? ¿Quién creen que se beneficia de este espectáculo?